BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
Puede haber varias formas de saber si una empresa o un sector económico está cómodo con una determinada política. O cuando se siente satisfecho y así sus históricas quejas quedan archivadas. Ese estado de gracia puede ser cuando un gobierno manifiesta en forma explícita quiénes serán los ganadores del modelo. En los noventa, las privatizadas, que reunieron, en una primera etapa, en una misma mesa a la banca acreedora, grupos locales y operadores multinacionales, y el sistema financiero cantaban loas al menemismo. Era un matrimonio abierto, sin prejuicios y orgulloso de mostrar públicamente el enlace. Ahora, ese tipo de amoríos son discretos, prefieren una relación decorosa evitando la promiscuidad. Una forma de ir monitoreando cómo evolucionan ese tipo de vínculos es detectar la intensidad de la protesta o de su bienestar a través de sus tradicionales voceros mediáticos. En ese sentido, un caso interesante en lo que va del año se presenta con los bancos.
Hasta el año pasado eran un rosario de reclamos y exigencias. Desde el estallido de la convertibilidad sus lamentos eran incesantes, sin poder amplificarlos al estar inhibidos por la defraudación que padecieron los ahorristas. Pedían un bono compulsivo para los ahorristas y compensaciones por los amparos, pretensiones que fueron rechazadas. Recibieron títulos públicos para equilibrar sus balances por la pesificación asimétrica. Mucho más rápido que lo previsto el sistema financiero empezó a levantarse. Pero igual seguían con gemidos, fundamentalmente porque el negocio que habían aprendido a lo largo de casi tres largas décadas no podían realizarlo con holgura: prestar fondos al Estado a cambio de una atractiva tasa de interés.
Los balances empezaron a contabilizar resultados más alentadores por el devengamiento del CER (inflación) de los bonos recibidos por la crisis financiera. Pero sus excedentes, dinero de los incomprensibles ahorristas que regresaron a las manos de sus verdugos, seguían sin poder aplicarlos en instrumentos que les garantizaran ganancias crecientes. El Banco Central retribuía con tasas muy bajas las Letras y las Notas que emitía, rentas que en términos reales eran negativas. Y, como se sabe, los bancos en la plaza local no tienen músculos desarrollados para destinar fondos a financiar pymes o grandes proyectos productivos. Por ese motivo comenzaron una lenta pero persistente campaña para que el Banco Central subiera la tasa de interés de esos instrumentos de absorción monetaria.
No había semana en que no aparecieran críticas a la estrategia de intensas compras de dólares en el mercado por parte del BC, argumentando que así se expandía en exceso la base monetaria. Se atacaba la política cambiaria aconsejando la apreciación de la moneda doméstica. Como ese frente no pudo ser quebrado, el salto que describió el índice de precios al consumidor, al ubicarse el año pasado un escalón por encima del que descansó en 2004, abrió las puertas a una nueva arremetida. La política monetaria había sido muy expansiva –aseguraban economistas de la city, cuando, en realidad, no lo había sido– generando presiones inflacionarias. Y ofrecieron la receta que ya se conoce: subir la tasa de interés.
Durante el año pasado la tasa fue aumentando pero siempre a un ritmo que iba detrás de la proyección de la inflación anual. Esa prudente política fue abandonada por el Banco Central en lo que va del año. Tras el objetivo de esterilizar el dinero que se emite por la compra de dólares, y aún más, absorber pesos adicionales para contraer el circulante, el instituto emisor ajustó la tasa hasta niveles ligeramente positivos. Además, volvió a colocar instrumentos de largo plazos, como las Nobac, para extender el plazo promedio de su cartera.
Así, los bancos, como esos alcohólicos que meses estuvieron con una camisa de fuerza simplemente oliendo el aroma de un Malbec, pudieron volver a tener en su buche ese incomparable placer. Las ganancias fáciles que engordan balances sin hacer esfuerzos gracias a la providencia del Estado brindan una satisfacción que hace olvidar cualquier queja. Ese estado de embriaguez de bancos y grandes inversores institucionales se hizo muy notorio en las últimas licitaciones de Lebac y Nobac realizadas por el Banco Central. En la última semana había vencimientos de Lebac por unos 1500 millones de pesos, y el sistema financiero ofertó por 2247 millones, adjudicando la entidad monetaria 2010 millones. De esa forma absorbió unos 500 millones de pesos adicionales. Los papeles de deuda que han entusiasmado al mercado son las Nobac porque son instrumentos de mediano plazo, de 9 meses a 2 años, según las normas de emisión, y con una tasa atractiva. Por ejemplo, las Nobac a 2 años se ubican en 12,0-12,5 por ciento anual, según la licitación. Semejante tasa se obtiene por la suma de la tasa Badlar (es variable, se fija cada tres meses y es la que aplican las entidades a depósitos de más de 1 millón de pesos) más una sobretasa que se licita. En la última convocatoria ese margen retrocedió de 5,40 a 5,11 por ciento anual. Lo peculiar de la tasa Badlar, que se ubica en niveles del 7 por ciento anual, es que surge de operaciones realizadas por los propios bancos. O sea, que el Banco Central paga una renta por esos documentos de deuda en base a una tasa que fijan los mismos bancos que compran esos papeles. Este tipo de negocios se parece mucho a ese cocinero que prepara la masa, cocina los fideos y él mismo se los come. Y la cuenta la paga el comensal.
El informe de principios de marzo del Banco Río, en el capítulo monetario preparado por Rodrigo Sebastián Park, saluda esa política monetaria del Banco Central. “Desde nuestro punto de vista, la esterilización de enero y febrero es un hecho positivo”, para agregar que “el mes que comienza parecería continuar con las tendencias observadas en las últimas semanas”. Resulta difícil para la economía argentina estimar cuál es la demanda de dinero de equilibrio luego de años de desajustes, e incluso es materia de debate si en las actuales condiciones de desintermediación financiera la tasa de interés es una herramienta útil para una estrategia antiinflacionaria. Pese a esos dos interrogantes, en el Banco Central pueden pensar que resulta prudente una política monetaria conservadora, más conocida como ortodoxa por restricción del circulante. Pero es discutible, en cambio, cuáles deberían ser los costos a pagar de esa estrategia preventiva.
Los bancos, ahora, no se quedan sólo con el aroma del Malbec sino que también han empezado a beberlo y a disfrutarlo.
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