BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
La estantería de la actividad financiera internacional registró un fuerte cimbronazo en las dos últimas semanas. Sacudón que los operadores no se animan a pronosticar si será pasajero o si ha sido el gatillo para un cambio de tendencia. Esa indefinición pone muy nerviosa a la mayoría puesto que la opción pesimista significaría el final de un largo ciclo alcista de los activos bursátiles e inmobiliarios, período que ofreció abultadas ganancias para ambiciosos bolsillos. Por lo pronto, el consenso en la city es que el escenario próximo se moverá entre una tasa de interés internacional que subirá del actual 5,0 al 6,0 por ciento anual o, en un contexto de mayor tensión, treparía unos escalones más. El panorama futuro ya no será, entonces, de tasas bajas y abundancia de dinero disponible para invertir en plazas de más riesgo, como la argentina. Esa alteración en la orientación del mercado tuvo su origen en que después de un par de años sin que los precios elevados del petróleo impactaran en la inflación de Estados Unidos, ahora ha comenzado a difundirse esa trepada del crudo en el índice de precios internos. Si bien era un escenario que se venía anunciando, se sabe que gran parte de los inversores no está predispuesto a escuchar llamados de que la fiesta está por culminar. Desde el mínimo del uno por ciento, la Reserva Federal no paró de subir la tasa en 16 oportunidades seguidas en un cuarto punto por vez en poco más de dos años. Y lo seguirá haciendo. El interrogante es cuál será el techo de ese ajuste.
El unplugged que significó el default y la posterior reestructuración de la deuda es una ventaja para Argentina en ese nuevo teatro financiero internacional. Esa crisis formó parte de una sucesión de debacles desde el Tequila, en México, en 1995, que continuó con la caída de los tigres y tigrecitos asiáticos, en 1997, cesación de pagos de Rusia, en 1998, luego Brasil, en 1999, y Turquía, en el 2002. Los profundos desequilibrios generados en los denominados mercados emergentes, que eclosionaron en devastadoras crisis, provocaron la disminución de flujos de fondos especulativos hacia esas plazas. Además, esos países, aprendiendo de los errores y la experiencia traumática vivida, instrumentaron medidas preventivas, como la restricción al movimiento de capitales.
De todos modos, esa desconexión es imposible que sea total. Un mundo con tasas de interés medianamente elevadas plantea un contexto diferente al holgado que benefició primero a la administración de Eduardo Duhalde y luego a la de Néstor Kirchner. Este año financiero ya está casi cubierto (faltan unos 500 millones de dólares) y el próximo no presenta vencimientos de envergadura. Incluso Felisa Miceli tiene la intención de ir conformando un colchón con colocaciones de deuda en lo que resta del año para los pagos del próximo. La idea es concurrir al mercado de capitales pero si el clima no es propicio, en Economía saben que siempre estará a mano la billetera de Hugo Chávez para comprar bonos.
El movimiento de los mercados financieros y el horizonte al alza de la tasa de interés internacional convoca a una vieja amiga inseparable de Argentina: la deuda externa. Si bien el default y la posterior refinanciación, con una fuerte quita sobre el capital y una elevada pesificación de los pasivos emergentes, aliviaron los pagos inmediatos, la deuda sigue siendo un problema importante porque significa una pesada carga para la economía. En un muy interesante documento de investigación del Centro de Estudios de la Situación y Perspectivas de la Argentina (Cespa), Estimaciones sobre el flujo de pagos futuros de la deuda. Un escenario de vencimientos que sigue presentando dificultades, se plantea que la evolución de la deuda dependerá de la marcha de tres variables claves relacionadas entre sí. Los autores de ese trabajo, Jorge Schvarzer,Pablo Orazi y Andrés Tavosnanska, enumeran la tasa de crecimiento del PIB, el superávit fiscal y la tasa de interés externa.
De acuerdo a la marcha reciente de esas variables, el mejor momento ya ha pasado. Las perspectivas –que siguen siendo buenas– no son las espectaculares de los últimos tres años. Por lo pronto, la tasa de interés continúa su carrera ascendente. El superávit fiscal es abultado pero no tanto como en ejercicios anteriores. Y el PIB puede volver arañar un aumento del 9 por ciento este año, pero las estimaciones son decrecientes para los próximos. Esto implica que de ahora en más se presentarán mayores restricciones a la política económica. En ese ejercicio de simulación de la deuda hasta el 2030, con supuestos ambiciosos de PIB y superávit fiscal –ambas variables que, hasta cierto punto, dependen de la política local– y la tasa de interés –factor plenamente exógeno– al 5 por ciento anual, la situación es manejable. “Esta tasa es decisiva –advierten Schvarzer, Orazi y Tavosnanska– y puede afectar notablemente las posibilidades de pago cuando resulta muy elevada.”
Esos economistas estimaron que el PIB tiene que crecer un 4 por ciento anual en ese período y contabilizar un superávit fiscal del 3 por ciento sobre el Producto, con una tasa que no supere el 5, para “superar el problema”. O sea, que cualquier hipótesis de comportamiento menor a ese piso generará tensiones. Y se trata de un piso más que exigente para un lapso tan prolongado. “Argentina no está hoy en una situación límite como aquella que la condujo al default”, tranquilizan, sin embargo agregan que “los próximos años serán determinantes”.
Una de las perlitas que ofrece ese documento del Cespa se refiere al “regalito” que dejó la dupla Lavagna-Nielsen: el cupón vinculado al PIB. Ese activo que no tuvo ninguna influencia en la aceptación final de los acreedores en el canje significará un desembolso total de unos 40 mil millones de dólares hasta el 2025, calcularon esos economistas. Ese cupón paga cuando el PIB crece más del 3 por ciento. En ese ejercicio de sustentabilidad de la deuda, no habría tensiones cuando el PIB se ubique en un promedio del 4 por ciento. Por lo tanto, en ese período el cupón siempre tendrá un saldo positivo. En caso de un crecimiento menor por el cupón no habrá que pagar nada, pero aparecerán dificultades para afrontar la deuda.
Ahora que Lavagna especula con lanzarse al ruedo político-electoral, una de sus banderas para captar voluntades para mostrar que es moderado y racional puede ser el cupón vinculado al PIB, souvenir del canje que terminará sumando a la deuda unos 40 mil millones de dólares, monto que los acreedores no pidieron y ahora agradecen satisfechos.
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