Dom 17.09.2006
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Burocracia autista

› Por Alfredo Zaiat

Pocos millones más y el Banco Central recuperará en menos de diez meses todos los dólares girados a principios de año a la cuenta del Fondo Monetario Internacional. Esta veloz restauración del nivel de reservas es la carta más desafiante que ha mostrado Felisa Miceli en su paso por Singapur, donde se desarrolla la Asamblea Anual del FMI y Banco Mundial. El crecimiento sostenido, los superávit gemelos (fiscal y comercial) y un índice de inflación relativamente elevado pero controlado son barajas que les revelan a los técnicos de Washington que con una receta diferente a la que prescriben los resultados son mejores. Y, si además, esa economía desafiante a dictados ortodoxos tiene la capacidad de restituir a las arcas de su banca central unos 9500 millones de dólares de la cancelación total de la deuda con el desprestigiado organismo financiero, Rodrigo Rato & Cía. quedan aún más descolocados. El Fondo es una burocracia autista que cuando habla de reformarse y modificar sus diagnósticos y propuestas a los países socios se traduce en seguir haciendo lo mismo de siempre. Existe bibliografía abundante que enseña que ninguna burocracia se cambia a sí misma. Una de las principales razones de esa limitación es que ningún burócrata admitirá que su trabajo es inservible. Y, en este caso, que sus recomendaciones de política económica son descartables porque conducen al fracaso. El instinto de supervivencia de los funcionarios, con salarios abultados y beneficios adicionales, es el principal enemigo para cualquier transformación. Ese comportamiento defensivo lo expresó Rodrigo Rato, en la Asamblea, cuestionando la estrategia de Argentina sobre cómo transita el sendero de intenso crecimiento.

La tenue redistribución del poder de votos en el directorio del organismo devela esa lógica perversa de una burocracia. Se ha premiado a los países obedientes (México) y a potencias emergentes (China), que vienen a consolidar la actual estructura de funcionamiento de la institución. Con esa misma lógica, Turquía y Corea del Sur también recibieron una participación mayor. Se ha relegado, en cambio, a los díscolos o a los que no aseguran disciplinamiento a las normas de la organización. Argentina, Brasil e India quedaron fuera de esa repartija. Como evaluó el ex subsecretario de Asuntos Internacionales del Tesoro de Estados Unidos Edwing Truman, en The Washington Post, el nuevo reparto de votos en el FMI “son cambios simbólicos”, porque el poder sigue estando en la primera potencia económica mundial. La redistribución fue de apenas el 1,8 por ciento de los votos totales, o sea, casi nada, lo que asegura que todo seguirá igual en la burocracia de Washington. La reforma que le exigen a esa organización quienes piensan que se necesita una institución internacional asumiendo el rol de estabilizador macreconómico global es que tenga una visión política y pragmatismo ideológico. Para ello se necesita otro FMI puesto que éste no podrá asumir esa tarea por la sencilla razón que una burocracia no se cambia a sí misma.

Aunque a nivel doméstico la cancelación total de la deuda con el FMI despertó interesantes polémicas sobre el destino elegido para esas reservas, lo cierto es que ese pago, al igual que el realizado por Brasil, Rusia, Indonesia y en forma parcial Uruguay y Turquía, han debilitado a ese organismo multilateral. No sólo porque su desprestigio se incrementó por los desacertados pronósticos que parten de diagnósticos equivocados, sino porque ha perdido su principal fuente de recursos. Como cualquier banco comercial, el FMI presta a tasas de interés un poco más altas que el costo de su capital. Y emplea esos fondos para cubrir los gastos operativos, además de aumentar sus reservas. Ahora, los tradicionales clientes se fueron de su ventanilla. Entonces, los ingresos disminuirán en forma pronunciada.

Una cartera crediticia muy reducida pone al Fondo en dificultades para hacer frente a sus abultados gastos anuales. Con reservas de poco más de 6000 millones de dólares y sin aumentar sus préstamos y, por lo tanto, el ingreso por intereses, el FMI tiene respaldo para afrontar gastos con esos recursos para los próximos años. Pero en el marco de una política de achicamiento. Es decir que el organismo especializado en recomendar ajustes en las cuentas de los países tendrá que beber de su propia medicina. Aquí aparecerán otra vez las limitaciones de una burocracia. Los ejecutivos de rango superior no quieren perder sus privilegios y descargan el ajuste en los niveles medios y bajos, lo que ya ha provocado más de una reacción de protesta de ese ejército de técnicos. Están preocupados por el probable retroceso de tener que viajar en clase turista y hospedarse en hoteles de menos de cinco estrellas. También están inquietos porque los recortes alcanzaron a sus privilegiadas jubilaciones y cobertura de gastos médicos, y hasta en la calidad de la comida del comedor.

Argentina pudo con bastante esfuerzo sacarse de encima al FMI. Basta con imaginar las presiones que hubiese padecido el Gobierno por sus heterodoxas medidas de, por ejemplo, suspender las exportaciones de carne o de forzar acuerdos de precios con sectores oligopólicos. El argumento contrafáctico –que sólo sirve como ejercicio teórico– es que igualmente se hubiera podido avanzar en esas iniciativas, solamente con más stress pero sin resignar tantas reservas, que hoy sin ese pago podrían estar ubicadas en casi 40 mil millones de dólares. A nivel político, el cuestionamiento tiene más peso y está referido a por qué se privilegió a un organismo que ha sido corresponsable de la debacle argentina cuando la mayoría de los acreedores sufrió una fuerte quita del capital de la deuda.

Más allá de ese debate que ya forma parte de la historia económica reciente, lo cierto es que el FMI dejó de tener relevancia en la discusión de política económica. En menor medida, el Banco Mundial y el BID han asumido el papel de censores y de guardianes de la ortodoxia. Manifestaciones que se hacen notar al momento de otorgar créditos a la Argentina. Liberarse del FMI ha sido un primer paso, pero esas otras dos burocracias multilaterales de crédito son tábanos también fastidiosos. Y se hicieron notar en los últimos préstamos concedidos al país (en el BID, por caso, EE.UU. votó en contra).

Ahora bien: no tener la bota encima del FMI genera una sensación de alivio que permitió, en lo que va de este año de “autonomía”, encarar desafíos al consenso ortodoxo en oportunas medidas de coyuntura. Pero esa “libertad” permite hacer un poco más y, si existiera voluntad política, podría adquirir otra calidad si fuese utilizada para avanzar en asignaturas pendientes de reformas imprescindibles para mejorar la distribución del ingreso.

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