BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
Los ministros de Economía han tenido, históricamente, un lugar relevante en los gabinetes nacionales. Las crisis periódicas colocaban a ese funcionario por encima de sus colegas de la administración, hasta llegar a niveles de compartir espacios de poder con el mismísimo Presidente de la Nación. Esta distorsión ha sido una manifestación más de los profundos desequilibrios que se expresaban en las variables de la economía. El primer aniversario (el 1º de diciembre) de Felisa Miceli al frente del Palacio de Hacienda no refleja ninguno de los peores síntomas de esa desgastante y dañina pelea por las luces de la marquesina. Aunque para muchos parezca una señal de debilidad de la ministra, ese comportamiento es una de las principales virtudes del actual proceso. Existen, además, matices en las políticas básicas de la macroeconomía en relación con la anterior gestión. Se pueden detectar diferencias sutiles entre Roberto Lavagna y Felisa Miceli dentro de la lógica de funcionamiento del modelo del dólar alto. Una de ellas se refiere a la interpretación sobre las causas de la inflación. Para el ex ministro, uno de los principales efectos de traslado a precios era la elevación de los costos laborales por la recomposición salarial, mientras que Miceli tomó un camino diferente al profundizar los acuerdos de precios al reconocer el carácter oligopólico de la mayoría de los mercados. Para Lavagna, entonces, la inflación era un problema de demanda, en tanto para la ministra la cuestión era por el lado de la oferta. Resulta evidente que no son iguales pese a que trabajaron juntos, distancia que queda aún más visible cuando el ex ministro busca una alianza política con el empresario Mauricio Macri. Si Lavagna pretendió alguna vez calzarse el rótulo de progresista, esa asociación le quita la máscara para mostrar su verdadero rostro.
Miceli tiene menos poder que Lavagna, pero también es cierto que las condiciones en que se desarrolla la economía ahora son más apacibles que durante el gobierno de transición de Eduardo Duhalde y en los primeros años del de Néstor Kirchner. En su primer año de jefa del Palacio de Hacienda ha trabajado, simplemente, de ministra de Economía, tarea que no es tan atractiva para los medios y analistas porque no hay turbulencias ni competencia de poder con el Presidente. Las internas que mantiene con el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, o con el ministro de Planificación, Julio De Vido, son peleas de consorcio, además de delimitación de cuotas de poder definidas en la Casa Rosada.
El rasgo distintivo del primer año de Miceli en comparación con las experiencias de los últimos treinta años es la ausencia de un poder paralelo en Economía. Y resulta lo más relevante porque reduce los márgenes para una eventual crisis. Además, porque prueba que se puede manejar la economía –si bien con un contexto internacional muy favorable– sin necesidad de alquilar el ministerio al establishment. Esto no significa que diversos lobbies no tengan su influencia ni que no haya un grupo de empresarios cortesanos del poder siempre bien posicionados para oportunidades de negocios. Pero no son los dueños de los despachos oficiales.
La existencia de un poder paralelo en Economía ha significado uno de los principales disciplinadores del área política de los gobiernos. En diferentes momentos, diversos grupos de presión tuvieron su delegado en el ministerio en las últimas tres décadas. José Alfredo Martínez de Hoz durante la dictadura desembarcó como representante de los sectores más reaccionarios del campo y de grupos industriales nacionales que empezaron a vampirizar el Estado. Con el regreso de la democracia, la gestión de Bernardo Grinspun fue tirada rápidamente por la ventana cuando intentó enfrentarse con el Fondo y acotar algunos privilegios de conglomerados empresarios. La época de Juan Vital Sourrouille es la más parecida a la de Miceli en su vocación de distancia de los lobbies tradicionales, pero la debilidad política de la administración alfonsinista y su alianza con los entonces Capitanes de la Industria condicionó la marcha de la economía hasta hundirla en la hiperinflación. Con Carlos Menem, la poltrona principal del Palacio de Hacienda fue entregada en usufructo a Bunge & Born, ocupada primero por el efímero Miguel Roig y luego por Néstor Rapanelli y, ante el fracaso de esa experiencia, y después del interinato de Antonio Erman González que culminó en una segunda hiperinflación, apareció la Fundación Mediterránea con Domingo Cavallo, para terminar el segundo mandato de Menem los muchachos de la ortodoxa Cema de Roque Fernández. Fernando de la Rúa confió en José Luis Machinea, gerencia que acompañó como espectador las disputas que existían en el establishment y así le fue. Luego emergió el equipo de Fiel de Ricardo López Murphy, para culminar con el remake de Cavallo. Finalmente, Duhalde y luego Kirchner se apoyaron en Roberto Lavagna, economista con fluida relación con el grupo más importante del país, Techint. Durante su gestión, el informe que más lo incomodó fue el preparado por el economista y diputado Claudio Lozano, que detallaba el aumento de clientes-empresas que contabilizó Ecolatina, consultora que fundó para luego retirarse de la compañía cuando pasó a revistar en la función pública.
El lugar que ocupa hoy la ministra de Economía en la estructura política del gobierno es un avance “institucional”, cualidad republicana que ha sido redescubierta por los conservadores. Ellos son los que en un primer momento señalaban la “debilidad” de Miceli frente a la anterior presencia expansiva de Lavagna. Del mismo modo, apoyaban las posiciones de Cavallo en su enfrentamiento con la Casa Rosada en la década del ’90, que no era otra cosa que la exteriorización de un poder paralelo que no tenía ningún condimento de “calidad institucional”. Ahora no existe ese debate absurdo sobre la paternidad del modelo, ni un ministro de Economía compitiendo con el Presidente para preparar el terreno de su retiro del gobierno con la meta de saltar a la arena política para reemplazarlo. No es poco, además de los positivos resultados de las variables de la macroeconómica, para el primer año de gestión.
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