BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
En la conferencia de prensa que reveló su rostro de enojada, la ministra Felisa Miceli sostuvo que las entidades que convocaron al lock-out patronal no son representativas de los productores. El secretario de Agricultura, Miguel Campos, repitió días después lo mismo. Por su parte, los dirigentes que lideran esas agrupaciones muestran su influencia con un Mercado de Liniers casi paralizado, funcionando sólo con los envíos de hacienda del stock administrado por el Ejército y la Armada. Como en todo conflicto que ya está lanzado, el juego se desarrolla con los dos bandos tratando de dar la mejor pegada. Así hay que entender los cruces en las jornadas calientes de la protesta del campo. Se sabe que la realidad es un poco más compleja que los golpes de efecto de uno y otro contendiente. En algún sentido esta puja parece remontarse a décadas pasadas. Pero el retorno de actores sociales y políticos nunca se realizan del mismo modo y al mismo lugar. Esto es así por las enseñanzas de experiencias previas y, en este caso, fundamentalmente por las transformaciones del proceso de creación de riquezas en el sector. De todos modos, en estos crispados días, las demandas, discursos y acciones que se daban por archivados en algún arcón de la historia volvieron a emerger con marcada intensidad. En un contexto, por cierto, bastante diferente: durante los últimos 30 años, en la economía argentina se han discutido los costos asociados a una crisis; hoy, la pelea es por una crisis de prosperidad sobre cómo y quiénes se apropian de la renta extraordinaria asociada a un vigoroso crecimiento.
El actual conflicto, además de expresar controvertidas reivindicaciones, es la manifestación del viejo campo que va perdiendo espacio ante el surgimiento de uno nuevo que está dominado por otros actores en el proceso de producción. Otro campo, no mejor. Se está desarrollando una fenomenal transformación, que algunos especialistas denominan “nuevo modo de producción agrario”. Este tiene su exposición más contundente en la consolidación de las “megaempresas agrarias” (Adecoagro, Los Grobo, Cresud, Benetton, entre otras). Esa renovada dinámica es alimentada por el ingreso al sector de capitales provenientes de otros rubros, como el financiero, lo que explica la aparición de los “sin tierra”. Pero estos no son campesinos excluidos y expulsados de su terruño, sino que son empresarios que estructuran un negocio bajo la modalidad de “no propiedad” de la tierra. Por ejemplo, los pools de siembra, la agricultura de contrato y los fondos de inversión agraria. El esquema, en general, se basa en el arrendamiento de campos y la tercerización de cada una de las labores y servicios necesarios para obtener la producción y finalmente comercializarla. Todas esas nuevas estructuras de propiedad y gestión se basan en aplicar los cambios tecnológicos que provocaron una revolución en el campo: la siembra directa y el paquete técnico de semilla transgénica. La particularidad de ese proceso es que el conocimiento tecno-productivo pasó a ser tan o más relevante que el soporte físico para la producción.
Los profundos cambios en la organización del campo descolocan a las entidades del sector, que expresan un discurso anacrónico y con escaso contenido. El experto Osvaldo Barsky escribió el lunes pasado en Clarín que “la situación agraria se caracteriza por vigorosos cambios técnicos que generaron la presencia de productores modernos que no son representados por las organizaciones corporativas tradicionales”. Esto se vio reflejado en la rebelión al lock-out por parte de grandes productores de ganado, que enviaron en forma directa camiones jaulas cargados de hacienda a frigoríficos para asegurar el abastecimiento del mercado interno. La presión del Gobierno fue evidente sobre esos empresarios, pero era inimaginable hace décadas la posibilidad de esa exigencia porque, simplemente, ellos no eran de la partida de un juego que estaba dominado por las conocidas familias asociadas a la oligarquía vacuna. Hoy, estas últimas siguen dominando las organizaciones tradicionales con una relevancia que se va diluyendo a medida que el control sobre la producción pasa a manos de otros poderosos jugadores ajenos a ese ambiente patricio.
Con esa nueva configuración del negocio en el campo, el Estado tiene más herramientas de intervención. Antes, las “entidades representativas” se habían constituido como interlocutores excluyentes del sector agropecuario ante los gobiernos de turno. Tenían la capacidad de veto de las políticas públicas. Pero la década del ‘90, paradójicamente para dirigentes del campo que la apoyaron con entusiasmo, significó su debilitamiento en un contexto de fuerte ampliación de la producción y exportaciones y una mayor concentración de la actividad. El vertiginoso proceso de endeudamiento y expulsión de pequeños y medianos productores, que no pudieron reconvertir sus explotaciones, constituyeron un nuevo escenario para el campo. Este fue sintetizado por los investigadores Mario Lattuada y Guillermo Neiman en El campo argentino. Crecimiento con exclusión (colección Claves para Todos) del siguiente modo: “Se redefinieron las condiciones de reproducción de las explotaciones agropecuarias, se impulsó el surgimiento de nuevos actores colectivos, se generaron reformas institucionales en las entidades reivindicativas y no reivindicativas históricas, y se plantearon nuevas alianzas y conflictos para la distribución del excedente agropecuario”. Ese dúo de expertos agrega que “una vez más, la dialéctica entre las transformaciones mundiales y las políticas nacionales contribuyó de modo decisivo a los cambios del sistema de mediación de intereses en el agro argentino”.
Las entidades tradicionales igual mantienen el antiguo perfil con sus históricos reclamos sin dar cuenta de los profundas cambios que vive el campo. A la vez, el Gobierno no puede ignorarlas porque aún retienen su influencia en ese viejo campo. Por caso, ya se empezó a trabajar en el lanzamiento de la feria anual de la Sociedad Rural en Palermo 2007, que convoca cada vez más público y éste como bichos urbanos se deslumbra con los extraordinarios avances tecnológicos que se exhiben, al tiempo que puede observar que cuando la riqueza es expuesta por la producción no es obscena, sino una muestra de la vitalidad de la economía. Queda en evidencia en esa feria la existencia de esos dos campos.
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