BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
El objetivo ya está definido. Existe consenso mayoritario entre analistas e incluso entre políticos del oficialismo y gran parte de la oposición. La meta es aumentar las inversiones para continuar en el sendero del crecimiento elevado. La candidata del oficialismo arriesgó frente al establishment reunido en la selecta Asociación Empresaria Argentina que se necesitan tres o cuatro puntos más de inversión en relación con el Producto. Por su parte, los economistas de la oposición y también el resto de los profesionales de la city coinciden en que tiene que subir un poco más la inversión, además de observar que se necesita de mejor “calidad”. Para alcanzar ese propósito cada uno presenta su propia receta, que con matices desembocan en instrumentar una estrategia de atracción de los capitales mediante políticas que consideran consistentes. En ese mismo sentido, Mario Blejer, el candidato de los bancos para el Ministerio de Economía de un eventual gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, reveló que su estadía en Londres le hizo perder sensibilidad para darse cuenta del cambio de época para cierto discurso. “Habrá que hacer buena letra para atraer inversiones”, propuso como eje de su plan, recordando con esa frase la concepción que tanto prendió en los noventa de que la subordinación a los poderosos traerá beneficios.
En el área de la economía, a lo largo de las últimas décadas, se han ido presentando diferentes variables que si son domesticadas ofrecerán, con esa visión mágica de la realidad, solución a todos los problemas. Como la mayoría ha quedado convencida en sucesivas circunstancias de la necesidad de alcanzar ese objetivo planteado –ahora es el aumento de las inversiones–, cuando se lo obtiene se consigue un desahogo momentáneo. Pero, inmediatamente, aparece otro y luego otro desafío a enfrentar, lo que va constituyendo un sistema de disciplinamiento del poder político a la “racionalidad” de la economía.
Sin embargo, los procesos económicos son más complejos que esa superficialidad que ofrecen candidatos en campaña electoral y analistas en lobby permanente. Un reciente documento de investigación, realizado por Jorge Gaggero y Emiliano Libman, brinda herramientas más útiles para evaluar la cuestión de la inversión que la vulgar “buena letra” que propone Blejer. En el trabajo La inversión y su promoción fiscal (Argentina, 1974-2006) advierten acerca de las consecuencias de emplear “acríticamente la estadística para intentar ‘capturar’ las tendencias en períodos prolongados y sujetos a fuertes cambios estructurales”. Explican que el capital puede migrar desde algunas ramas hacia otras, alterando la relación capital-producto de la economía debido a las especificidades de cada sector. “Lo que hace 30 años pudo constituir una tasa de inversión elevada hoy podría implicar exceso de capacidad instalada y viceversa, para un ritmo dado de crecimiento de la demanda”, señalan Gaggero y Libman en ese trabajo publicado por el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina (Cefid-Ar).
Ese dúo de economistas rescata un documento de Jorge Katz (Una interpretación global del proyecto de desarrollo industrial de la República Argentina, editado por la UIA, en mayo de 1993) que describe que durante los últimos treinta años en el país se ha producido un desplazamiento en la orientación del capital. De invertirse en sectores altamente demandantes de tecnologías y conocimiento durante el proceso de industrialización por sustitución de importaciones, se ha tendido a orientarse hacia los servicios y la producción de materias primas de escaso valor agregado.
Así planteado el escenario, no queda tan claro cuál es la tasa de inversión “adecuada” para sostener un elevado crecimiento. Depende de muchos factores, determinantes vinculados con la estructura de la economía, y casi nada a la frívola seducción al capital y nada al trivial comportamiento de “buen alumno” que pretende la city. Al respecto, en el atractivo blog homo-economicus se precisa que “los cálculos simplistas de la insuficiente inversión actual parecen dejar afuera los factores que la explican, como la demanda, la restricción externa, la innovación, entre otros”. Un interesante aporte, en línea con el análisis de Gaggero y Libman, constituye el relevamiento realizado por ese blog de experiencias de que una misma tasa de inversión puede resultar en distintas tasas de crecimiento. Los ejemplos son contundentes: Malasia con una tasa de inversión del 23,1 por ciento del Producto creció al 6,4 por ciento promedio durante cincuenta años, mientras que Bélgica con un mismo ritmo de inversión lo hizo al 3,1 y Holanda al 3,5; en tanto, a una tasa de inversión del 25 por ciento, Austria creció al 3,8 por ciento y Hong Kong al 7,7; y a una tasa del 30 por ciento, Noruega creció 3,5, Japón 5,6 y Corea 7,1 por ciento.
Existen numerosos autores que explican que iguales tasas de inversión generan distintos ritmos de acumulación de capital, concepto que es ignorado en el actual debate. Gaggero y Libman apuntan que “muchas de las modificaciones que experimenta la tasa de acumulación de capital pueden obedecer a cambios profundos en el entramado productivo –y no a meras expansiones que ‘replican’ lo existente– o a alteraciones en algunas variables, como la distribución del ingreso y el tipo de cambio”. En el blog mencionado se agrega que cambios en la forma de organizar los procesos productivos pueden generar incrementos de productividad sin necesidad de mayores niveles de inversión, o se indica que inversiones menores pueden destrabar cuellos de botella del proceso productivo.
En definitiva, la estabilidad macro y el crecimiento y el sendero sostenido al alza de la demanda constituyen una condición sine qua non para el éxito de las políticas de aliento a la inversión. Proceso de inversión que resulta fundamental fortalecer para asegurar un crecimiento sostenido. Para ello se requiere analizar qué tipo de estructura productiva existe o cuál se aspira tener para saber con más autoridad cuánto más inversiones se necesitan para mantener una determinada tasa de crecimiento.
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