BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
Un economista reconocido entre sus pares, investigador destacado y docente universitario, narró a interlocutores ocasionales la historia de Casandra vinculada a los gurúes. El relato de ese mito realizado por ese profesional, más o menos, fue así: “Resulta que Casandra era muy hermosa y Apolo, el que arrojaba las flechas, quería llevársela al cuarto. Para ganarse sus favores le dio el don de ver el futuro. Casandra aceptó el don, pero cuando llegó el momento de pasar a los hechos, se arrepintió y ni el dios logró convencerla. Apolo enfureció; sin embargo, un dios no quita lo que ha concedido. Entonces le dejó a la bella Casandra el poder de anticipar lo que vendría, pero la castigó haciendo que nadie creyera en sus profecías. Así fue que ella supo que caería su ciudad, Troya, mucho antes de que los aqueos lograran penetrarla, pero ni Príamo ni nadie más tomaron en serio lo que la desesperada Casandra decía. (Se suele llamar ‘Casandras’ a los que profetizan desgracias improbables, pero eso es injusto con ella, que, según el mito, realmente leía a través del tiempo.) Claro que muchos gurúes parecen Casandras al revés. No embocan una, pero igual parece haber gente que les cree, o al menos los escucha y les da espacio. En este caso, es posible que Apolo nos esté castigando a nosotros. Algo habremos hecho...”.
Al cierre de otro año, la evolución de la economía vuelve a enemistar a los gurúes de la city con la realidad. Para estos profesionales de las profecías su trabajo se ha transformado en insalubre. Las variables que a ellos les importan para vender los pronósticos a sus clientes han registrado marcas positivas inéditas para la historia económica argentina a lo largo de un período que ya se extiende por cinco años. Resulta un cuadro bastante peculiar remontarse a diciembre de 2006 y detenerse en las estimaciones y preocupaciones que expresaban esos economistas en ese momento. Se presentan dos mundos diferentes: el de las inquietudes, los peligros que acechaban y las probabilidades de desaceleración frente a otro que tiene deficiencias, situaciones complejas, pero que no es precisamente el que ellos plantean. Pero como refirió en forma notable el investigador mencionado, “hay gente que les cree, los escucha y tienen amplios espacios” en los medios.
En realidad, los desafíos pasados y presentes de la economía están vinculados a una cuestión que, en general, no figura en la agenda de sus obsesiones: cómo se distribuye la extraordinaria riqueza que está generando la economía. Ellos se concentran en la supuesta debilidad de lo que se denomina fundamentals. Sin embargo, la fortaleza de las bases macroeconómicas ya sea por razones externas o internas que, como todo en la vida, pueden cambiar por un futuro que es imposible atrapar, vuelven bastante absurdas las controversias económicas predominantes en la esfera pública.
Se advierte sobre el nivel y la velocidad de crecimiento del gasto público, y no se repara sobre su calidad, al margen de que sigue siendo bajo en términos del Producto en cualquier comparación internacional.
Se previene acerca del deterioro del superávit fiscal cuando nunca antes hubo tantos años con excedentes de esa magnitud, y no se discute el destino de ese saldo favorable de las cuentas públicas.
Se asusta con la inflación, y no se explica cuáles son los determinantes de las subas de precios, además de que no se está verificando un desborde y sí una aceleración en los ajustes de ciertos bienes sensibles por el fuerte aumento de la demanda, por el particular período de bonanza de los commodities y por la exteriorización de una intensa puja distributiva.
Se destaca el importante comportamiento de las exportaciones, y no se matiza que pese a una leve alza de las de origen industrial todavía se mantiene una estructura con fuerte predominio de bienes primarios y de escaso valor agregado.
Se cuestiona el ritmo y la calidad de la inversión pese a que la velocidad de crecimiento de la industria revela lo opuesto, y no se subraya que aumenta la concentración y extranjerización en la mayoría de las áreas estratégicas de la economía.
Se observa el peso creciente de las retenciones y del impuesto al cheque en la estructura tributaria, y no se avanza en la necesidad de una reforma que elimine las groseras exenciones en Ganancias.
Se enfatiza la dinámica de los reclamos de aumentos de salarios y no se aclara que recién después de largos cinco años sólo en algunos sectores industriales dinámicos alcanzaron el mismo nivel en términos reales del vigente antes de la crisis de 2001. Y que en esas actividades la producción ya superó con bastante margen el máximo alcanzado de mediados de 1998.
Se pondera el fuerte crecimiento de la economía, y no se recuerda que pese a ese aumento del Producto a tasas chinas la pobreza e indigencia continúa aún afectando a un elevado porcentaje de la población.
Y así se sigue con otros temas del debate económico convencional que orientan a un esfuerzo inútil, a discutir sobre la nada o, en realidad, a distraer sobre el fondo de la cuestión porque se navega sobre la trivial superficie con un exagerado sesgo a consignas de campaña política-ideológica. Por caso, la “institucionalidad” de los instrumentos de manejo de fondos específicos, si bien es un aspecto a considerar, pasa a ser más importante que precisar cuántas escuelas, hospitales, caminos se construyeron con el dinero público. Y, vale precisar, el saldo en esa materia no es muy favorable para las cuentas del gobierno. Pero la contienda se concentra en la batalla de las formas y no del contenido.
A esta altura pueden presentarse como parte del paisaje habitual los desaciertos de los gurúes y la deficiencia en el enfoque de las cuestiones económicas, responsabilidad que comparte un amplio abanico de oficialistas y opositores, con escasas excepciones. Pero esa carencia tiene un efecto más perdurable que el deporte de analizar los pronósticos fallidos. La consecuencia más importante es no haber podido encontrar todavía un discurso legitimador para las mayorías y un cuadro de renovados sujetos sociales (sindicalistas y empresarios) comprometidos con un proyecto de desarrollo y no meros especuladores del clima de época.
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