BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
Argentina se caracterizó en cuestiones económicas por transitar senderos a lo largo de su historia que desorientaron al saber convencional. La situación más reciente y que aún lo sigue sorprendiendo es la extraordinaria recuperación luego de la violenta debacle de 2001, cuando se prenunciaba la disolución nacional. Quien expresó con impactante sinceridad las limitaciones de analistas y consultores para entender los fenómenos económicos del país fue el español Javier Santiso, flamante director de la institución europea Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En un interesante reportaje publicado por La Nación el miércoles pasado, Santiso afirmó que “a los economistas, la Argentina nos enseña a ser más humildes”. Del mismo modo que el actual ciclo de crecimiento continúa desconcertando a muchos, el proceso de inflación elevada y la crisis del Indec por la burda alteración de la metodología del IPC también provocan confusión en el club de economistas preocupados por la evolución de la macroeconomía. Desde la intervención del Instituto por parte del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, el Indice de Precios al Consumidor dejó de ser un indicador representativo sobre la inflación. Entonces, como parte de las particularidades que ofrece la Argentina al mundo en cuestiones económicas, la sociedad ha empezado a funcionar con un consenso nebuloso a partir de otro “verdadero” índice. Esto implica que contratos, salarios, alquileres y previsiones presupuestarias del sector privado se realizan por una cifra de ajuste socialmente aceptada, que para 2008 se ubica cerca del 20 por ciento, ignorando el dato oficial del 8 al 10 por ciento que se cocina en el horno del Indec. No deja de ser un caso insólito y un desafío como objeto de estudio para los economistas. No existe antecedente en el mundo del funcionamiento de una economía que ignora por desconfianza las señales que brindan las estadísticas públicas para la toma de decisiones, asumiendo otras que tienen una rigurosidad científica limitada. Y, para generar mayor confusión, esa situación irregular no provoca por ahora grandes dificultades ni alteraciones en la dinámica de crecimiento de la actividad económica.
Si bien todavía no se vislumbran costos para la economía, la irresponsabilidad del Gobierno con el Indec está provocando un estado de irritación generalizado en el mundo de los economistas, hasta en los más cercanos a la política oficial. Fastidio originado en que están convencidos que aunque la manipulación del IPC, que genera un deterioro de todo el sistema de estadísticas nacional, no ha tenido impacto negativo, terminará causando desequilibrios futuros que significarán costos más elevados al momento de enfrentarlos. De todos modos, la inflación alta no está inquietando en gran manera a la mayoría de la población, según se desprende de una reciente encuesta de la Consultora Equis (los dos principales problema de la agenda en la provincia de Buenos Aires son inseguridad y educación, y en la Capital, inseguridad y la basura), porque no está afectando el poder adquisitivo. El actual ciclo de alza de precios causa disgusto y exaspera porque limita la mejora de la capacidad de compra, pero no la reduce debido a que los ingresos están acompañando el sendero de subas. En general, la población no experimenta disminución en calidad ni cantidad de su canasta de bienes, lo que queda en evidencia por el boom de consumo que se verifica en distintos segmentos del mercado. De todos modos, se trata de una peligrosa dinámica que salarios y precios se ajusten por una inflación cada vez más elevada. Definir el alza de ingresos por la inflación pasada a partir del consenso gaseoso del 20 por ciento está basado en el sentido común: recuperar el valor real que tenía el bien o el servicio en relación al último ajuste aplicado. Como se sabe, ese mecanismo de indexación es una ilusión para la defensa del valor real del flujo de ingresos, pues éste depende de la tasa de inflación futura, no de la pasada. Y si bien se estima un recorrido similar de precios al registrado en 2007, la ausencia de una consistente política antiinflacionaria y la estrategia deficiente de Comercio Interior para frenar el alza de precios abre interrogantes sobre la evolución de los ingresos en términos reales.
En ese contexto, la economía funciona con inciertos criterios adaptativos. La situación es aún más compleja porque lo que para el saber convencional constituiría un ancla en una política antiinflacionaria, como un aumento del superávit fiscal, en el caso argentino hoy no tiene efecto. En el primer trimestre de este año aumentará el excedente de las cuentas fiscales tal como era reclamado por los economistas de la city, pero ese saldo se obtendrá por los crecientes ingresos por retenciones frente a precios de materias primas en constante alza. Entonces, como explica Miguel Bein en su último informe, el teórico efecto contractivo de un superávit fiscal no se comprueba porque ese excedente no impacta en la demanda doméstica, puesto que es obtenido por el lado del comercio exterior. Demanda que el Gobierno no piensa restringir porque forma parte del corazón de su programa económico y político. A la vez, con más superávit fiscal mejora la solvencia del sector público y, por lo tanto, disminuye la tasa de interés, lo que establece límites a la política monetaria para actuar como herramienta antiinflacionaria. En ese escenario complejo se suma que la inflación se ha convertido en un problema en casi todos los países. Bein calculó que la inflación internacional aportó casi cuatro puntos más a la inflación doméstica el año pasado respecto al anterior.
El IPC manipulado, una cifra de ajustes de salarios y contratos en base a un número de consenso social, incertidumbre sobre ingresos futuros en términos reales, incapacidad de la política fiscal y monetaria para construir una estrategia antiinflacionaria y el proceso de inflación internacional constituyen un complejo panorama que es en gran parte compensado por el extraordinario recorrido de las materias primas. Los commodities no paran de subir: el índice que elabora el Banco Central arrojó un alza de 58 por ciento en enero en relación al mismo mes del año anterior. Con un tipo de cambio elevado, aunque ha ingresado en un sendero de apreciación, y una demanda doméstica sostenida, la inflación no actúa en esta situación como limitante del crecimiento. Por el contrario, pese a las dudas de la mayoría de los consultores por la desprolijidad y deficiencia técnica en el manejo de la política económica, el PIB ha estado creciendo en los últimos años y lo seguirá en éste por encima del potencial.
La economía argentina continúa de ese modo brindando material para ser fiel a su esencia: un caso incomprensible para el saber convencional.
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