BUENA MONEDA
Doble discurso
› Por Alfredo Zaiat
Los diarios norteamericanos publicaron la última semana en sus tapas una noticia que se viene repitiendo hasta el hartazgo en este año. Una nueva delegación de negociadores argentinos encabeza una misión con destino a Washington. Ese equipo de auditores está integrado por los prestigiosos economistas Miguel Angel Broda, Carlos Melconian y Jorge Avila. Esos especialistas que nunca se equivocan en sus pronósticos han viajado de Buenos Aires para exigir una política ortodoxa de ajuste para el FMI. En caso contrario, elevarán un informe descalificador al gobierno de Eduardo Duhalde de la gestión del dúo Köhler-Krueger, funcionarios que siguen sin entender cómo funciona el mundo. Se resisten a poner en caja sus cuentas, que los hace merecedores, adelantan esos reputados evaluadores, del castigo de la comunidad financiera internacional. La prueba presentada para desaprobar su aptitud de manejar una economía, que a la vez sirve para señalarlos como una casta de burócratas que no tiene capacidad de autodepurarse, se refiere al resultado de su último ejercicio económico. Aumentos en los sueldos del personal, crecimiento de la inversión, alza del gasto y ampliación de la planta de personal. Esa receta hereje del libreto del ajuste es aplicada por el FMI en la administración de sus recursos. La Argentina debe castigarlos.
En el informe de gestión del FMI, que se conocerá el fin de semana próximo en Washington en su Asamblea Anual, se detalla el resultado fiscal 2001. En ese presupuesto se resume todo lo que sería cuestionado por los técnicos del Fondo para sus países miembro, entre ellos la azotada Argentina, que solventan sus gastos con una cuota anual. Para los 2633 empleados y funcionarios del FMI, la masa salarial crece un 25 por ciento en el período que va del 2000 al 2003, al pasar de 417,1 a 521,9 millones de dólares. Ese sostenido aumento del gasto en salarios se debió a nuevas contrataciones de la planta permanente. Como se sabe, “haz lo que digo...”.
Ese doble discurso económico es padecido por los países endeudados bajo auditoría del FMI. Esa perversa política no sería un problema si no fuera que aquí es abrazada con credo fundamentalista por economistas y ministros de turno. Pese a las sucesivas humillaciones de tono y color variados recibidas por el gobierno de Eduardo Duhalde, éste mantiene una estrategia confusa de negociación. Quiere acordar, pero sabe que en el FMI no quieren saber nada y, por ese motivo, duda y desorienta a sus interlocutores. Roberto Lavagna presenta el proyecto de Presupuesto 2003, que no se desvía de la lógica del ajuste regresivo, pero igualmente el Fondo lo desprecia. En esa iniciativa, que debería ser el debate económico más importante puesto que define aspectos relevantes (cómo se distribuyen los recursos y cuál es la estructura tributaria) se reserva el 22 por ciento de las erogaciones al rubro pago de intereses de la deuda.
Dicha asignación de dinero no mereció todavía la mínima observación cuando en ese mismo proyecto de Presupuesto no se prevén aumentos en los paupérrimos haberes de jubilados ni en salarios. Da la impresión de que Lavagna no se hubiera enterado de que la economía argentina transita la peor crisis de su historia, repitiendo un modelo de distribución de recursos como el de la década del ‘90, que justamente derivó en la actual debacle. O sea, el ministro dice que rescatará a la economía de la ciénaga con la receta que la hundió en el fango.
A esta altura no se trata de romper o no con el FMI. Resulta irrelevante esa cuestión. Tal como se está desarrollando la negociación, Duhalde recibirá poco y nada del Fondo. Quienes deberían estar más nerviosos son los burócratas de ese organismo como también los del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo ante la eventualidad de una cesación de pagos. En ese caso, Horst Köhler, con un salario de 386.560 dólares anuales, y Anne Krueger, con ingresos de 279.596 dólares por año, van a tener que revisar su propio presupuesto por el quebranto que sufrirán por el incumplimiento argentino.