Dom 23.03.2003
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BUENA MONEDA

¿Pedir perdón?

› Por Alfredo Zaiat

Unos 30 mil inversores japoneses, muchos de ellos jubilados, poseen bonos emitidos por la Argentina que están en default. Un camino para acercarse a ellos es el emprendido por el secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen, quien se mostró apenado por el incumplimiento en los pagos. Ante un auditorio de 1300 personas, en el teatro Shinjuku Bunka Center de Tokio, el funcionario les dijo que “sólo puedo disculparme con esta gente de edad que de buena fe invirtió en bonos argentinos”, según se consignó en las crónicas de ese encuentro. Otro camino para arrimarse a los jubilados nipones, vía que ni por asomo fue evaluada por Nielsen, consistía en que en lugar de él tendrían que haber estado arriba del imponente estrado de ese teatro los responsables de los bancos de inversión que vendieron esos papeles. Las crónicas publicadas cuando se colocaron esos bonos en yenes, denominados Samurai, por un monto equivalente a 567 millones de dólares, indican que los bancos Nomura y Nikko ofrecían los bonos con el siguiente slogan: “Para sobrevivir en un mercado de bajos intereses”. La tasa que prometía el Samurai era 4,85 por ciento anual, nivel bastante más atractivo que el 1,32 por ciento que rendían en ese momento los títulos del Tesoro japonés. Esos papeles de deuda argentina fueron distribuidos en la plaza nipona en septiembre de 2000, cuando la economía convertible ya mostraba suficientes signos de agotamiento. ¿Quién tiene que pedirles perdón a los jubilados japoneses?
No se debe olvidar que el mercado financiero tiene opciones de más o menos riesgo para los capitales. Esas inversiones tienen un peligro potencial de quebrantos. Quien destina una porción de su dinero a comprar acciones sabe que puede contabilizar pérdidas o ganancias mucho mayores que las de aquellos que optan por títulos de deuda pública o privada. También aquel que deposita en un banco sabe, o mejor dicho debería saber, que asume un riesgo de incobrabilidad. Cuando se produce un colapso financiero los inversores buscan recuperar lo más que puedan de su capital. En esa instancia es clave la política que asuma el Estado para que los costos de esa crisis no sean cargados al resto de la sociedad.
Cuando se mencionan factores de riesgos de las inversiones financieras, en el caso particular durante los últimos años de la convertibilidad, se refieren a la posibilidad de la devaluación y cesación de pagos de la deuda pública y privada. Daniel Marx, el entonces secretario de Finanzas, podía vender espejitos de colores para conseguir los dólares necesarios para tapar agujeros de un modelo que naufragaba. Pero los principales responsables del “engaño” a los jubilados japoneses fueron los bancos japoneses, que tentados a ganar comisiones abultadas realizaron una campaña de marketing dirigida a capturar su codicia. Y a esta altura, entonces, tampoco son inocentes esos “pobres” ancianos nipones, porque si el oficial de cuenta de Nomura o Nikko les ofreció un bono con una renta que más que cuadriplicaba la que podían obtener en papeles públicos de su país, significaba que era una opción de riesgo. Y, ante la evidencia del no pago, lo fue.
Como también lo fueron los papeles de deuda de bancos y empresas argentinas. Pero ninguno de los dueños de esas compañías convocó a sus acreedores a un teatro para pedirles perdón. Más bien se sentaron a negociar la reestructuración desde una posición de fuerza. El menú incluye propuestas de quitas del 50 al 90 por ciento del capital, años de gracia y fuerte baja de las tasas de interés. El plan más agresivo es el de Santiago Soldati, de Comercial del Plata, que en el concurso de acreedores propuso pagar la deuda de 1000 millones de dólares sin intereses, en un plazo de 24 años, con 18 de gracia.
La co-responsabilidad del colapso de la economía argentina y la consecuente cesación de pagos están a la vista. No plantear la crisis y la distribución de sus costos en esos términos implica para la Argentina sentarse en un lugar equivocado a la mesa de negociación. Un lugar de debilidad, de autocastigo, que no corresponde, o en todo caso es en la posición que más beneficia a bancos y acreedores. Y ha sido, precisamente, la silla que con necia indulgencia ha elegido Nielsen para hablarles a los inversores jubilados japoneses.

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