EL BAúL DE MANUEL
I
Brecht
Primero
suprimieron el Banco Nacional de Desarrollo y luego el Instituto de Planeamiento
(ex Conade), pero yo no vi por dónde venía la mano. Luego privatizaron
ENTel, Segba, Gas del Estado, YPF, dejando a miles en la calle, pero yo no era
telefónico, ni trabajador de la energía, gas o petróleo
y no perdí mi empleo. Luego cerraron astilleros navales y la fábrica
de aviones, pero en esas cosas no me meto. Vendieron Somisa y arreglaron a los
trabajadores de San Nicolás con promesas de microemprendimientos, pero
yo no vivo allí. Pusieron un tipo de cambio fijo –seguro de cambio
para inversores especulativos y cepo para exportadores– pero yo no soy
exportador y no me importa. Primero suprimieron el servicio ferroviario de pasajeros
de larga distancia, incomunicando pueblos, pero ¿dónde queda eso?
Luego vendieron Aerolíneas con sus aviones, instalaciones y rutas (entre
ellas la Transpolar), chupados por la empresa compradora, pero yo de eso no
entiendo. Después fulminaron Vialidad Nacional y ahora los baches los
arregla Dios. Sin ferrocarriles y con cierre de rutas aéreas de cabotaje,
el país se incomunicó y las rutas terrestres son hoy un negocio
particular, pero yo salgo poco. Primero congelaron salarios públicos
y jubilaciones, luego los recortaron. Anularon los aportes patronales a las
cajas de jubilación, desfinanciándolas, pero yo no soy jubilado
y no perdí nada. Degradaron la salud pública, pero yo no soy médico,
ni enfermero o enfermo. Intentaron cerrar el Malbrán y yo me pregunté
¿para qué lo queremos? Primero incautaron los depósitos
bancarios con el Plan Bónex, pero yo no tenía depósitos
y no me vi perjudicado. Luego desaparecieron los bancos provinciales, pero yo
no trabajaba en ninguno y no quedé sin empleo. Después evaporaron
la Caja Nacional de Ahorro, pero yo no me dije: ¡total, otro que se vende!
La banca se extranjerizó, pero aquí somos generosos con los extranjeros.
Destruyeron el futuro del sistema bancario, al violar la intangibilidad de los
depósitos. Licuaron los ahorros en dólares, último recurso
de los viejitos, al pesificarlos sí o sí. Ahora Rudy Dornbusch
propone excluir a los argentinos de ciertas decisiones y dejarlas a economistas
“off-shore”, y yo soy economista... ¡Socorro!
II
Porteñadas
Desde 1896 los trabajadores tuvieron un partido político que dio un marco legal a las relaciones obrero-patronales, bajo el lema “manos limpias y uñas cortas”. Con sus parlamentarios, sin derramar una gota de sangre, las leyes de la República limitaron la jornada laboral, condicionaron el trabajo femenino y de menores y señalaron cómo debía abonarse el salario. Por aquellos años, sobre todo en el medio rural, el pago del salario con vales, convertibles por bienes de subsistencia en las proveedurías de las empresas, era una forma de prolongar la explotación del trabajador. La ley obligó a pagar el salario en dinero efectivo. Todavía el Partido Socialista añadió un elemento que juzgaba a favor del trabajador: que los salarios fueran fijados en oro, posición oficial que Prebisch enfrentó en la revista La Hora, que dirigía el “tercerista” César A. Bunge, sosteniendo que el oro cambiaba de valor y que los salarios debían ajustarse al costo del nivel de vida. El presidente del partido, doctor Juan B. Justo recriminó duramente a Bunge y para reforzar su posición hizo una gira por localidades del interior, para valuar las condiciones laborales. El pensamiento del Dr. Justo fue compartido ampliamente por su esposa, la doctora Alicia Moreau (1885-1986). El país mismo, especialmente en los dos primeros gobiernos peronistas, generalizó la legislación laboral, en tanto la “flexibilización laboral” de la última década arrasó con la legislación protectora. ¿Qué diría hoy la doctora Moreau, al ver que se pagan salarios con bonos, como a los mensú de principios del siglo XX, conculcando el derecho al salario en dinero efectivo? ¿Qué diría la mujer de Justo, cofundadora de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, al ver que dichos bonos, llamados “porteños”, se emiten con su efigie? Cuanto menos, reclamaría a la sociedad argentina que su efigie no se estampase en instrumentos de retribución laboral contrarios a sus convicciones y a lo que, hasta no hace tanto, fueron leyes de la República. Debiera evitarse esta agresión a dos eminentes repúblicos, como fueron los esposos Justo, y a su partido. Que no sería la primera atribuible a los poderes públicos: la más espectacular fue el incendio de la Casa del Pueblo, que antes que nada era una biblioteca pública. Más libros, vivienda obrera y salud pública, sería mejor homenaje a la memoria de Alicia Moreau de Justo.
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