EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
¿De qué te reís?
El contrato social, hecho
trizas. No hay vecino ni compatriota al que se respete. Como desatados, unos
se abalanzan sobre los demás, o sobre los bienes de otros. Los hijos,
futuro de cada hogar, aprehendidos como corderos por su lana (o la de su familia).
Trabajadores y ancianos, y sus familias y viviendas, desvalijados por modernos
y feroces salteadores de caminos. El país como un árbol caído,
del que todos quieren beneficiar su propia leña –no la leña
de todos sino la ellos, cuanta más mejor. Organismos multinacionales,
bonistas extranjeros, depositantes nacionales, grupos económicos varios.
Ninguno cede un tranco de pollo en aras del país que los aceptó,
a sabiendas que la sola satisfacción de cada demanda llevaría
a la pobreza o indigencia a mayor número de argentinos. Para las autoridades
económicas es un éxito arrancar un waiver del F.M.I., o patear
hacia delante las exigencias financieras, pero no consideran fracaso no delinear
la economía del país a diez años. Nadie conoce –y
por lo tanto se infiere que no existen– metas a largo plazo en materia
de empleo, industrias, energía, vivienda, salud y educación. ¿Qué
nivel de vida se busca para los argentinos? ¿Qué grado de educación?
¿Qué tipo de capacitación productiva?
Ni se decide ni se requiere participar a la población. Luego el presente
y el futuro lo sellan seres extraños a nuestra realidad, no los propios
habitantes. El futuro agropecuario lo decide San Pedro, enviando poca o mucha
lluvia. Qué sectores reciben capital y crecen, lo deciden los especuladores
extranjeros, resolviendo si traen o no inversiones. Qué trato se recibe
del F.M.I., lo fijan funcionarios de los EE.UU., decidiendo apoyar o no apoyar.
La dignidad del trabajo (o falta de ella) ya está decidida, al no innovarse
en la destrucción de la legislación laboral perpetrada por Menem.
El salario es un precio, como el de cualquier otra mercancía, fijado
en una suma de dinero y no por la cantidad de bienes que permite comprar. Al
negar el ajuste de salarios, su poder adquisitivo desciende cada vez más,
convirtiendo al país en una economía inviable, sólo capaz
de funcionar sin inflación cuando el salario real tiende a cero. En tales
circunstancias, el único al que se ve sonreír es al Presidente.
De él para abajo, ministros y secretarios, todos con cara de velorio.
Y cabría preguntarle, como decía aquel cantor oriental, “¿De
qué te reís?”.
Becas
Luego de recibirme, estudié becado en el extranjero. Confieso que era una beca generosa. Pero era inevitable que procurase surtirme bien de textos y equipos al volver a la Argentina. De tal modo, mis 800 dólares mensuales se esfumaban rápidamente. Sin duda mi presencia alegraba a los vendedores de la librería universitaria y los sábados y domingos a los bares de los alrededores, no tanto por mi persona sino por el poder adquisitivo que iba regando a mi paso. Y con la librería y los bares también se alegraban las editoriales, fabricantes de equipos y proveedores de bares, quienes a su vez recibían dicho poder adquisitivo. Y también otros fabricantes y proveedores, según el conocido mecanismo del multiplicador. Lo cierto es que no conocí a ningún becario que volviese con ahorros a su país; mientras permaneció becado, fue un constante factor de expansión de la demanda. Su presencia, además, significó una mayor demanda de docentes, para enseñar a becarios y demás, y por consiguiente, un factor de creación de empleo calificado y de mejor retribución al docente. ¿No vale la pena meditar en esa experiencia, como factor de recuperación de una mayor actividad, en un sector particularmente útil al desarrollo económico? Becar a estudiantes extranjeros a través de las embajadas argentinas en el exterior generaría, en primer lugar, un mayor empleo de personal técnico dedicado a la selección de los mejores postulantes. El ingreso de estos últimos a las universidades nacionales crearía cierta competencia con los estudiantes locales, y sería un acicate para mejorar la preparación de cada cual. La mayor demanda de educación promovería mayor demanda de profesores, y por tanto competencia entre ellos, para acceder a esos cargos, lo que estimularía su actualización y producción de trabajos. La mayor demanda de viviendas, alimentación y medios de estudio, promovería la producción de dichos productos y servicios. Los becarios, ellos mismos resultantes de una selección, a través de su desempeño demostrarían si poseen dotes excepcionales, que el país podría intentar retener a través de nuevas becas o contratos de investigación y docencia. Los docentes, a su vez, tendrían el incentivo de una mayor demanda de sus servicios y casi seguramente una mejor retribución de los mismos. Becar a extranjeros: un negocio brillante, no sólo para el país sino para el mundo.
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