Dom 19.09.2004
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EL BAúL DE MANUEL

El baúl de Manuel

› Por Manuel Fernández López

Alpargatas sí
Me acuerdo como si fuera hoy. Cursaba yo tercer año de la licenciatura en Economía y el profesor (Julio H. G. Olivera) nos había sugerido leer el artículo de Leontief sobre “mercancías compuestas y números índices” publicado en Econométrica de 1936. Con la revista, facilitada por la biblioteca de la Facultad, concurrí a una oficina de la UBA en calle Viamonte cerca de Florida. Allí debí llenar un formulario, dejar la revista y regresar al día siguiente. Las “fotocopias” de entonces eran verdaderas fotografías, hechas en papel fotográfico, en negativo, es decir, con letras blancas sobre fondo negro –si uno las quería “en positivo”, ello implicaba un doble revelado y había que pagar más–. Desde luego que era muy engorroso servirse de ese procedimiento para estudiar. Cuando apareció la fotocopia tipo Xerox, para nosotros fue como la invención de la imprenta. Lo que antes con gran esfuerzo permitía obtener una copia, pasó a multiplicarse por decenas y decenas. Todos los libros y revistas perdieron su misterio. Cualquier cosa escrita podía reproducirse en un número ilimitado de ejemplares, y por pocos centavos. Es imaginable cuánto expandió ello la posibilidad de estudiar o simplemente informarse. También se desvaneció el misterio de las clases del profesor: éste puede entregar sus apuntes a cualquier alumno y en pocos minutos hay copias para todos. El propio docente pudo por primera vez tener en su casa su propio ejemplar (fotocopiado) de alguna obra sumamente rara, como me pasó con los dos tomos de Physiocrates de E. Daire, que sólo están en la Biblioteca Nacional o en el Banco Central. Precisamente estas dos bibliotecas poseen excelentes servicios propios de fotocopiado, con lo que sus fondos bibliográficos se difunden más y se destruyen menos ejemplares. Un gran aporte a la cultura. Pero el comerciante en libros propone un impuesto disparate: gravar las fotocopias y dar lo recaudado a los autores fotocopiados. Tanta bondad, cuando sobran los dedos de una mano para nombrar a las editoriales que pagan a sus autores. Y no menor es el sentido de la oportunidad: buscan atenuar la natural merma en la compra de libros haciendo más caro el sucedáneo, precisamente en momentos en que más de la mitad del país está bajo la línea de pobreza y se estima que el año próximo no concurrirán a la escuela cien mil infantes por carecer de lo mínimo, incluso de calzado.

Empleos (II)
Decíamos hace dos semanas que “en nuestra historia ha habido profesores de Economía con actuación en altos cargos públicos, como ministros de la Nación, incluso ministros de Economía y aun presidentes”. En virtud de ello, cabe pensar que una experiencia en la función pública no puede sino enriquecer los contenidos impartidos en la enseñanza, y viceversa, que el constante ejercicio de la racionalidad en la cátedra tiene que transferirse al ejercicio de altos cargos en la forma de mayor sistematicidad. Además de los ya nombrados, fueron catedráticos de Economía: Vicente Fidel López, ministro de Hacienda de Carlos Pellegrini, luego de la crisis del ’90. Ambos habían sido aliados en el Parlamento, al defender posiciones proteccionistas de la industria nacional, y volvieron a serlo para sacar al país de la crisis de la deuda externa, del caos de las emisiones monetarias clandestinas, de los abusos de las concesiones a empresas privadas de la provisión de servicios públicos, y en la creación de la Caja de Conversión y el Banco de la Nación Argentina. También fue catedrático de la UBA, pero en Finanzas Públicas, José Antonio Terry, ministro de Hacienda de Luis Sáenz Peña (1893-94), de Julio A. Roca (1904) y de Manuel Quintana (1904-05). Terry analizó el proceso que llevó a la crisis de 1890, en su libro La crisis, y llevó a la cátedra el pensamiento de los mejores tratadistas en finanzas públicas; adoptó el enfoque del socialismo de Estado, tan en boga a fines del siglo XIX, y no dudó en defender el proteccionismo industrial, conforme a la etapa de desarrollo de la economía del país. Norberto Piñero fue ministro de Hacienda de José Figueroa Alcorta en 1906 y de Roque Sáenz Peña en 1912; en la Facultad de Ciencias Económicas ocupó la cátedra de Bancos. Desde allí publicó en 1921 La moneda, el crédito y los bancos en la Argentina, obra que mereció el extenso y valioso comentario –en realidad, una reconstrucción de la historia financiera del país– de Raúl Prebisch Anotaciones sobre nuestro medio circulante. Ministro de Hacienda de José Félix Uriburu fue Enrique Uriburu, profesor de Economía en la Facultad de Derecho y autor de Nuestro actual sistema monetario y su modificación (1924); en 1931, como ministro, presidió una comisión que elaboró un proyecto de banco central, de la que participó el creador del BCRA, y entonces viceministro de Hacienda, Raúl Prebisch.

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