EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Cuando todo se pudre
¿Piensa usted que la enajenación de recursos del país a grupos extranjeros, un abrumador endeudamiento externo, el default, la desindustrialización, el empobrecimiento general de la sociedad, con desempleo y mendicidad, y los agresivos reclamos de los marginales, etc., son cosas que sólo ocurren ahora y en este país? Casos similares ya ocurrieron en otros lugares y épocas. En Nápoles (entonces provincia de España), en el siglo XVI, según Antonio Genovesi en un escrito de 1768-69, titulado Razonamiento sobre el comercio universal, así fue la cosa: “Habiendo quedado exhausto el erario de España por las dispendiosas guerras, se comenzaron a vender los bienes del patrimonio real. Buena parte de ellos la compraron extranjeros, especialmente genoveses y toscanos, naciones inteligentes en las artes y el comercio. Sagaces, y por ello ricas en efectivo. Por eso fue que nos convertimos en deudores de los extranjeros por ingentes sumas, sin que se pensase luego en amortizar nunca la deuda así contraída. Se aumentaron, a más de esto, los feudos y las jurisdicciones subalternas, y consiguientemente se aflojaron las leyes, únicas fecundadoras de los estados. Cada día se envilecía y esclavizaba más el espíritu y la industria de los habitantes; aumentaron la ignorancia y la pobreza; y la desesperación unida a la laxitud de las leyes excitó la insolencia de muchos y generó la maldad y ferocidad general. De ahí salió una inmensa cantidad de vagabundos y de ociosos, que son siempre la verdadera peste de los cuerpos políticos”. España y su provincia de ultramar, Nápoles, ambas gobernadas por la casa de los Austrias, con privatización del patrimonio estatal, enorme deuda externa, default, desindustrialización, desempleo, pobreza, indigencia, y hasta se podría decir, piqueteros. Una historia que nos resulta demasiado familiar. Y lo curioso es que los protagonistas de este episodio histórico, muy similar al que le toca vivir hoy a la Argentina, eran España e Italia, actuales acosadoras del país, y a las que no parece temblar la mano si fuera necesario suscribir la quiebra del país. También interesa recordar que España y Nápoles salieron del estancamiento tras tomar conciencia de su estado de atraso y emprender un vasto plan de reformas, emprender obras públicas necesarias, promover la educación popular y abrirse a las nuevas ideas en artes y ciencias.
Manzanas podridas
En otros tiempos, cuando los reyes detentaban a la vez el Poder Ejecutivo y el Judicial, no escaseaban juicios que poco tenían de justos. Tampoco hoy, como se ha visto con el desenlace del caso AMIA, estamos a salvo de la corrupción y la lentitud de la Justicia. ¿Qué se puede hacer? El primer profesor de Economía, Antonio Genovesi, trató el tema y propuso algunos remedios drásticos, no obstante su condición de clérigo: “La regla más segura y directa para hacer observar las leyes es la severidad y prontitud de las penas contra los magistrados y funcionarios que las perviertan, ya por ignorancia o por dejarse corromper. Es el manejo del buen orden, sin el que todo es desorden. El ojo del soberano quiere ser siempre risueño y plácido con todo el resto de los súbditos; pero los jueces no han de verse sino con severidad. La clemencia soberana gana los corazones cuando se trata de algún reo particular; pero hace siempre enemigos si beneficia al magistrado ignorante o mal intencionado. Porque la primera enciende el amor al gobierno sin perjudicar a la Justicia; y la segunda hace creer al pueblo que no se quiere hacer justicia. Principio admitido por todos los legisladores, pero ninguno tanto, como del alma grande de Federico II. No encontraréis entre sus leyes una en la que el primer recaudo no se refiera a los magistrados: ‘Los magistrados de provincias, durante su gestión, ni ellos ni ninguno de sus subalternos y domésticos tomen de los provincianos prestado, ni dinero ni ninguna otra cosa; no compren inmuebles; no tomen nada en enfiteusis; no contraigan bodas o esponsales; no contraten ni comercien en moneda alguna’. Se dice que el castigar mucho a los magistrados les pone en descrédito, y entonces las leyes mismas pierden su fuerza. ¿Puede oírse mayor necedad? Ciertos sofismas confunden por su extravagancia y no otra cosa cabe esperar de un hombre con sentido común. Un magistrado reo de corrupción debe echarse fuera del mundo, si su delito es grave, o fuera del cargo, si es leve. Tal juez quedará bien desacreditado; pero habiendo perdido su cargo, su descrédito acreditará al resto. No castigar a los jueces que venden o depravan a la justicia sacará de los tribunales la balanza de Astrea. Pero los pueblos la quieren, aun los más malos. Un golpe severo de justicia, si permite impedir un millón de injusticias manifiestas, es siempre un golpe necesario para el Estado”.
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