Dom 21.11.2004
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EL BAúL DE MANUEL

El baúl de Manuel

Dar y recibir
Los acuerdos comerciales entre China y la Argentina –cuyas economías se calificaron de complementarias, como si un mosquito pudiera complementar en algo a un elefante– le hicieron recordar a algún memorioso las palabras iniciales del manifiesto (1949) de Raúl Prebisch: “La realidad está destruyendo en la América latina aquel pretérito esquema de la división internacional del trabajo. En ese esquema a la América latina venía a corresponderle el papel específico de producir alimentos y materias primas para los grandes centros industriales. No tenía allí cabida la industrialización de los países nuevos”. Obreros y empresarios, en cambio, recordaron el Nuevo Testamento: “uno de vosotros me ha de entregar”, y se fijaron en ... ¿Judas? ¡No! En la no menos insondable actitud de políticos argentinos, de actuar en la penumbra y a espaldas de la sociedad, cuyos intereses suelen traicionar. Como si jugaran al truco con ella, se mintió a la sociedad cuando se echó a rodar la especie de que China invertiría aquí X miles de millones de dólares. Porque esas cifras jamás han existido ni existirán en la forma de dinero en efectivo –que es lo que requiere este país para salir del default–, sino como unidad de cuenta, para medir cierto volumen de operaciones en una moneda más indicativa que el yuan o el peso. Y además, porque no hay tal inversión, sino un crédito de proveedores para comprar manufacturas chinas. Tales créditos están vedados hoy al país, pues ningún proveedor extranjero cuenta con el aval de su gobierno, a raíz de nuestro default. Chinos y coreanos han venido a ocupar, con sentido oportunista, el nicho dejado vacante por los proveedores regulares. Según qué monto sean X miles de millones, por igual suma dejaríamos de producir manufacturas, cayendo el empleo en los sectores afectados. Al empresario se le abre la opción de convertirse en importador, pero para el trabajador la opción es convertirse en piquetero. En el acuerdo –o mejor, tratado de rendición– la Argentina lanza otra mentira: China es economía de mercado. Y China depone otra: que no deja entrar frutos argentinos por motivos sanitarios. Será un comercio de trueque, que no dejará divisas al país, de entrega de materias primas a cambio de manufacturas que el país podría producir. Un “comercio ruinoso”, como así calificó tal comercio Manuel Belgrano en su Correo de Comercio, el 1º de septiembre de 1810.

La lengua
“Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a ésta semejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza o una oreja menos. Tened paciencia, que aventuras se ofrecerán donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más adelante.” Con esta cita del capítulo X de Don Quijote de la Mancha, y el título “la aventura humana del desarrollo”, iniciaba en abril de 1970 Raúl Prebisch su célebre informe al Banco Interamericano de Desarrollo, titulado “Transformación y desarrollo. La gran tarea de América latina”. La referencia al Quijote no era casual: don Raúl era constante viajero de nuestros países, y sabía que uno de los elementos que más nos hermanan es la lengua en común. Leía a menudo esa obra y la obsequiaba como presente exquisito a sus colaboradores cercanos. Consciente de que la economía como ciencia requiere un lenguaje técnico, constituido por un vocabulario específico, cuyo soporte es la lengua común, contribuyó a ambos aspectos, enriqueciendo la lista de vocablos económicos y usando con elegancia la lengua común. Sin duda sus vocablos más famosos son centro y periferia. En 1932, enterada la prensa de los planes de reforma tributaria, interrogó a Prebisch, a la sazón viceministro de Hacienda, si se proyectaba un impuesto a la renta o al ingreso, y aquél contestó (acaso recordando el texto de Wagner, que circuló en italiano en el país, y llamaba imposta sulreddito al que gravaba el salario y el beneficio industrial) que se establecería un impuesto a los réditos. Prebisch redactó el decreto del 19 de enero de 1932; al leerlo el dramaturgo y crítico Vicente Martínez Cuitiño (1887-1964) exclamó: “yo nunca imaginé que en una materia tan árida se podía escribir así, no tanto por la redacción, que es magnífica, sino por el castellano que usa”. Allí despliega una taxonomía que algunos profesores de macroeconomía debieran releer: renta del suelo (rural, urbana); réditos de capitales mobiliarios (intereses sobre títulos, bonos, etc.); beneficios netos del comercio y la industria; y la cuarta categoría, los réditos del trabajo (sueldos, salarios, pensiones y jubilaciones). En 1935, al transferirse el oro de la Caja de Conversión al Instituto Movilizador, como su precio en el mercado era más alto correspondía revaluarlo, operación que Prebisch bautizó como justiprecio del oro.

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