Dom 08.01.2006
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EL BAúL DE MANUEL

› Por Manuel Fernández López

Hermanos en discordia

Con los uruguayos nunca han faltado roces, no sólo con respecto al uso de los cursos fluviales, la propiedad de las islas y demás accidentes naturales, sino a Gardel, el fútbol, Artigas, etcétera. Relaciones conflictivas, como entre hermanos. No por nada Hernández escribió aquello de “los hermanos sean unidos, porque ésa es la ley primera”. Uno de los tantos episodios de litigio entre Buenos Aires y Montevideo ocurrió a fines del siglo XVIII. Buenos Aires, entonces capital del virreinato, dependía de Montevideo tanto para el embarque de sus productos exportados como para el ingreso de los importados. Y donde estaba el movimiento de las mercancías, estaba también la recaudación de derechos aduaneros, único recurso con que contaba la administración instalada en Buenos Aires, además de toda la actividad económica que generaba la actividad portuaria. Montevideo es puerto natural, en tanto Buenos Aires tiene baja profundidad, ausencia de abrigo contra las frecuentes sudestadas, etcétera. Se pensó en la ensenada de Barragán, a quince leguas al sur. Pero requería acondicionarse, y cualquier obra que se intentase despertaría el recelo de los orientales. Lo primero que se pidió fue una cartografía del lugar, que se encomendó a Pedro Antonio Cerviño, quien el 1º de marzo de 1798 presentó el mapa. El 16 de marzo, el síndico del Consulado, Juan Ignacio de Ezcurra, propuso construir en Ensenada una linterna en Punta Lara. Buenos Aires pidió autorización a la corona y ella respondió haciendo suyas las quejas de Montevideo, que a principios de 1800 presentó una representación oponiéndose a la habilitación de Ensenada. En abril de 1801 se publicó en el Telégrafo Mercantil de Buenos Aires un documento que mencionaba los riesgos que tenía la navegación a Ensenada y calificaba el plano de Cerviño como de inexacto y erróneo. El mismo mes, ese periódico publicó “el extracto de la Disertación escrita en esta Capital con motivo de las reflexiones dirigidas anónimamente de Montevideo”. El “extracto” estaba escrito por el propio Cerviño, bajo el pseudónimo “el Observador de Buenos Aires”. Cerviño era entonces el director de la Escuela de Náutica, creada por Belgrano en noviembre de 1799. La “Disertación”, titulada “Nuevo aspecto del comercio en el Río de la Plata”, contenía entre sus páginas, escritas por Cerviño, una de las primeras exposiciones de la hoy llamada economía espacial.

El gran despertar

La cancelación de la deuda con el FMI se presenta como un paso significativo hacia una mayor autonomía de decisiones. Si observamos que lo pagado es una fracción muy baja de todo lo que se debe, y si pagando se está en el camino correcto, es razonable pensar que un “desendeudamiento” considerable tendría tanta significación política como aquellos episodios de descolonización ocurridos después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué camino se seguirá? ¿Es válido buscar sugerencias en los actos públicos de los padres de la patria? José de San Martín, por ejemplo, es exaltado por su astucia al concebir el momento, el itinerario y las circunstancias del cruce de los Andes, que llevó nada menos que a la liberación de dos naciones. Al asumir el protectorado del Perú, ¿dejó de ser un consumado estratega? Sus acciones en Lima no suelen recordarse, por lo que acudimos al auxilio de Emilio Romero (1945): “Cuando San Martín proclamó la independencia del Perú, el estado económico del país era de pobreza completa. Se tenía la visión de que el Perú se industrializaría por medio de órdenes gubernativas. San Martín, por decreto de 17 de octubre de 1821, ofreció la carta de ciudadanía y protección fiscal a los extranjeros que introdujeran al país alguna industria o máquina cualquiera. Al hacerse cargo el general San Martín de una parte del Perú, dictó algunos reglamentos y disposiciones políticas para la zona ocupada por el ejército libertador. De todas las disposiciones de esa época debe destacarse el Reglamento Provisional de Comercio, dictado el 28 de septiembre de 1821. El reglamento refleja la política económica de la época. Un nacionalismo cerrado, como reacción natural de un país que nacía a la vida independiente, y un exagerado proteccionismo. Al sistema de monopolio cerrado español, sucedió un sistema aislamientista exclusivo a favor del Perú. San Martín, si bien por causas de guerra, abrió los puertos peruanos del Callao y Huanchaco sólo para los buques peruanos. Los barcos extranjeros debían nombrar consignatarios peruanos en el puerto de llegada. Una cláusula proteccionista establecía derechos duplos a toda mercancía cuya importación pudiera ser perjudicial a la industria nacional, mientras, por otra parte, la ley prohibía la venta de artículos al por menor a los vendedores extranjeros, dejando tal privilegio en manos del comerciante peruano”.

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