EL BAúL DE MANUEL › EL BAUL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Nivel tendrá la economía en 2007? Preguntas de este linaje se proponen corrientemente a los economistas. Y lo sorprendente es que dichos profesionales las aceptan y procuran contestarlas. La meteorología, con ser ciencia dura –o al menos más dura que la economía–, no aceptó jamás tamaño desafío. Sus predicciones no van más allá de tres días. Y véase que las predicciones meteorológicas dependen fundamentalmente de factores naturales, no de los caprichos de los humanos. Además, las modernas predicciones se apoyan en información satelital. Pero nunca llegan a más de tres días. Un meteorólogo no aventurará señalar en qué día de qué año la falla de San Andrés provocará el terremoto final, o un movimiento de igual tipo en las islas de Japón. Es claro que las decisiones económicas son tomadas por personas, y lo que decide un gran número puede torcer el rumbo de las cosas. Las opiniones de algún gran economista –Paul Samuelson, por ejemplo– acerca del futuro pueden motivar a muchas personas a actuar como si tal opinión coincidiese con los hechos por venir, y como resultado provocar que su profecía se cumpla. Es el caso conocido como profecía autocumplida. En otros casos, sin embargo, una predicción, aun emitida por un prestigioso economista, no alcanza para revertir una marejada contraria. Fue el caso de Irving Fisher, principal economista estadounidense, quien al ocurrir el crac de la Bolsa de Nueva York predijo que la crisis pasaría pronto y que por tanto convenía comprar acciones en ese momento, pues su precio era muy bajo. El mismo actuó según su propia predicción e invirtió todo su capital en acciones que bajaban. Y sus compatriotas le creyeron y compraron. Pero las acciones siguieron bajando y la crisis duró mucho más de lo esperado. Fisher perdió su enorme fortuna, y no se sabría decir si ése fue su castigo o el caer en descrédito como economista, del que nunca se pudo recuperar en vida. Sólo hubo tres casos de capacidad anticipatoria entre los economistas. El de Richard Cantillon, autor de uno de los primeros tratados de teoría económica, socio del ministro de Hacienda de Luis XV, que anticipó la caída del “sistema Law” y apostó en la Bolsa parisina contra su socio. El de David Ricardo, que se enriqueció en la Bolsa de Londres durante las guerras napoleónicas. Y el de lord Keynes, que predijo el monto exacto que oblaría Alemania como reparaciones de guerra.
La sociedad humana no estaría formada por una variedad infinita de caracteres, sino por un corto número de prototipos. Hay Arlequines, Pierrots, Colombinas y Polichinelas. Algunos duplican el número, y dicen que cada personaje está acompañado por su “otro yo”. Los egipcios creían que cada ser tenía un Ka, ser invisible y portador de las virtudes más elevadas, que acompañaba al ser carnal desde su nacimiento hasta la muerte y le sobrevivía. El Ka no sería una mera creencia antigua sino un rasgo que se da con más o menos fuerza en cada sociedad. Al leer El príncipe no puede uno sino pensar que detrás de los actos públicos de los gobernantes obra un segundo yo, invisible pero motivador de los mismos. Entre nosotros, la única bibliografía que conozco es la extinguida revista Rico Tipo, que puede considerarse un catálogo de tipos humanos. Mediante caricaturas, retrataba figuras que encontramos cada día: la mujer gorda, que ingiere más calorías que las que gasta (“Pochita Morfoni”), el que cultiva la amistad de lo ajeno (“Afanancio”), acaso inspirador de conocidos juicios sobre nosotros del ex presidente Batlle. Y también un personaje muy formal, urbano, distinguido, detrás del cual bullía una personalidad con intenciones opuestas a las que exteriorizaba (“El otro yo del doctor Merengue”). El éxito de aquellas tiras cómicas se debía a que eran reflejo de caracteres auténticos de esta margen del Río de la Plata. Por sólo citar casos recientes, ¿no se descubre un Ka en los efectivos policiales a cargo de grupos antisecuestros o de velar por la moral pública, cuando algunos de ellos participan en secuestros, o regentean burdeles, o crean zonas liberadas para el tráfico de estupefacientes? ¿No hay un Ka en aquellos sacerdotes, que acaso hicieron votos de castidad, y luego aparecen envueltos en episodios de sodomía o de pedofilia? ¿No es un caso Ka que nuestros representantes parlamentarios, votados para representar al pueblo, sean anatematizados cuando se niegan a acatar las órdenes de sus jefes políticos? Podría seguirse con una larga lista de cargos públicos, de entidades aseguradoras, de instituciones bancarias, etc., que a la hora de cumplir su deber muestran dientes de lobo voraz debajo de un disfraz de cordero. ¿No será este rasgo, y no la tasa de interés o la baja competitividad, lo que nos dificulta un mejor trato con el mundo y entre nosotros mismos?
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