EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
El Producto Bruto Interno (PBI) de la Argentina se viene estimando desde la década de 1940, gracias al impulso de Raúl Prebisch y al talento de Manuel Balboa. La necesidad de estas estadísticas para evaluar el nivel general de la actividad económica fue destacada por J. M. Keynes en su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), y coincidía con los trabajos de Simon Kuznets. También coincidía con la creación en la Argentina del Banco Central (1935), y dentro del mismo una Oficina de Investigaciones Económicas, en la que el gerente general (Prebisch) ubicó al rosarino Balboa. Con anterioridad, el caso notable era la estimación del PBI argentino hecha por Alejandro E. Bunge, a partir de datos del censo nacional de 1914. Bunge tenía bajo sus órdenes a los funcionarios de la Dirección de Estadística, lo que hizo posible tamaño logro. Esta medición se publicó en 1917, y no se continuó. Oportunamente, la misión de la ONU, encabezada por Prebisch –convocada por el gobierno provisional de 1955/58–, bajo la dirección de Angel Monti completó los datos, año por año, desde 1900. Con gran aflicción de los estudiosos de la historia económica argentina de la década de 1960 (entre ellos Tulio Halperín Donghi, Roberto Cortés Conde y Alberto Fracchia), quedaban sin medir los datos del PBI desde 1899 hacia atrás. ¿Cuán severas habían sido las crisis de 1873/75 y de 1887/90? No se podía contestar. Sin embargo, el irlandés Michael George Mulhall, emigrado a la Argentina hacia 1860, fundador del periódico The Standard, se las arregló para estimar el PBI, mediante estadísticas disponibles de producción bruta de bienes agrícolas e industriales. A partir del concepto de producción, mediante un coeficiente neto/bruto deducía el valor neto de la producción: para bienes agrícolas, el valor agregado era 90 por ciento de la producción, para minería también 90 por ciento, para industria manufacturera 60 por ciento. El transporte era 10 por ciento del valor bruto de agricultura, minería y manufacturas. El comercio un 10 por ciento de las importaciones y exportaciones. Un 10 por ciento correspondía a servicio doméstico, profesiones liberales, ejército, policía y administración pública. Según su Diccionario de estadística (1886), el PBI per cápita de Argentina era igual al de EE.UU. y Canadá, 27 libras/año, y más del doble que el de España (£14) e Italia (£ 12).
El tango “A la gran muñeca”, se dice, no fue escrito en homenaje a alguna agraciada niña, sino para exaltar la capacidad de Carlos Pellegrini –apodado “piloto de tormentas”– para conducir al país en tiempos de crisis. Poco se recuerda a su ministro de Hacienda, a quien el propio Pellegrini llamaba “su maestro”: Vicente Fidel López, el hijo de Vicente López y Planes. Menos aun se recuerda a VFL como economista. Y sin embargo, fue titular de las cátedras de Economía Política, en Montevideo, en la Universidad de la República, y después en Buenos Aires, en la UBA. Además, fue rector en esta última universidad y legislador en el Congreso nacional, donde defendió, con Pellegrini, la política proteccionista de las industrias nacionales. Este singular individuo, en tiempos que enseñaba economía a los porteños, editaba la Revista del Río de la Plata junto a Andrés Lamas y J. M. Gutiérrez. Allí publicaba una “Fisonomía del mes”. En el primer número (1871) se refirió a la contaminación del Riachuelo, a sus causas y a las acciones que deberían emprender las autoridades. Interesa recordarlo para tener una idea de lo antiguo del caso, de la coincidencia del diagnóstico y de la inacción de los sucesivos gobiernos. Se refería al líquido de este curso fluvial como “aguas corrompidas” o “aguas inmundas”. Las fuentes de “las inmundicias del Riachuelo” eran los excrementos de la población asentada en sus orillas, no menos que los efluentes de las industrias allí radicadas. “Las inmundicias de esa población rica y próspera –decía– envenenan con sus miasmas pútridos el aire que ella misma respira.” En cuanto a las industrias: “Los saladeros eran nuestros únicos establecimientos de industria... los saladeros arrojaban a ese canal los residuos animales de sus faenas; y con el andar de los años lo tenían convertido en un foco de podredumbre”. La respuesta al problema sanitario era erradicar las industrias contaminantes y la población aledaña. “Pero entonces –advertía– a lo grave de la cuestión higiénica vino a agregarse lo gravísimo de la cuestión económica; y la expulsión de los saladeros del lugar favorable, y quizás único, que ocupaban, se va a presentar dentro de poco muy seria y muy terrible para el país.” Hoy, como entonces, el problema del Riachuelo no se resuelve porque, puestos a elegir, los gobernantes optan por mantener a la empresa contaminante y no la salud pública.
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