EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
“Pagaría 1000 pesos por ver ese partido”, dicen que dijo el DT de los cuervos. O lo que es igual: “Pagaría por no perder de ver ese partido”. Los economistas clásicos aceptaban que la valuación de un bien fuera arbitraria, pero sólo cuando tal bien fuera no reproducible –“escaso”– y su precio no fuera sino un reflejo de los gustos y caprichos del comprador, como aquellos cuadros que se venden carísimos en remates. Ahora bien, el atributo necesario de todo bien económico es su escasez, ya sea absoluta –como el retrato de la Gioconda– o producida por un régimen distributivo que confiere a cada uno un mayor o menor acceso a los bienes. Cuanto menor el ingreso personal, mayor la “escasez” de bienes económicos posibles para cada cual, y mayor la necesidad de limitar su demanda a los bienes más necesarios. Por la misma razón, una caída brusca de los ingresos familiares –como la ocurrida en 2002– obliga a gran parte de la sociedad a reducir su consumo, y a reemplazar por bienes de calidad inferior aquellos otros que habitualmente consumía. El pago de impuestos o la cancelación de deudas producen el mismo efecto de reducción en el nivel o la calidad de vida. De ahí la resistencia al pago de impuestos o el hábito de ser malos pagadores. En particular, cualquier compra o pago de dinero reduce en igual medida el restante ingreso individual. En personas muy ricas, tal pago de dinero no tiene por qué provocar una reducción de sus consumos, pero en personas pobres (en la Argentina, casi un tercio de su población), que gastan la totalidad de su ingreso en consumo, cualquier pago adicional o extraordinario supone el recorte de alguno de los consumos menos imprescindibles. Cualquier pago o gasto, en la medida en que supone recortar algunas compras, tiene como contrapartida la satisfacción o utilidad perdidas y que hubieran proporcionado los bienes a los que se renuncia. De un consumidor racional se supone que acepta perder cierta satisfacción o utilidad si con determinado gasto gana una satisfacción o utilidad similar. De donde resulta que la máxima suma de dinero que una persona está dispuesta a pagar por no privarse de consumir cierto bien, está en relación directa con la cantidad de satisfacción o utilidad que gana con ese consumo. Marshall expresó esta relación diciendo que “el precio de demanda de un bien corresponde a la utilidad marginal que proporciona dicho bien al individuo”.
El problema con el agua es su carácter dual, el ser indispensable para la vida y a la vez, tanto si escasea como si sobreabunda, la fuente de graves trastornos de la vida humana, animal y vegetal. En condiciones “normales” es alimento, medio de transporte y fuente de energía. En otras condiciones, todo se trastorna. La actual crecida del Paraná, con su secuela de viviendas bajo el agua, evacuados y de pérdida de miles de cabezas de ganado, la extensa zona que abarca el fenómeno y el constatar que no es un fenómeno aislado en el tiempo sino recurrente, llevan a comparar el caso con otros parecidos. Desde la remota antigüedad, Mesopotamia y Egipto, con sus ríos Tigris, Eufrates y Nilo, registraban este tipo de desastres. Pero el caso moderno más espectacular, y el que impactó más en la vida de una nación, fue el de la cuenca del río Tennessee, cuyas inundaciones afectaban a los estados de Illinois, Missouri, Kentucky, Tennessee, Arkansas, Mississippi y Louisiana (en total, 30 mil millas cuadradas inundables). Estados Unidos, a fines de 1932, ya llevaba tres años largos de recesión económica y amplio desempleo. Harto de las pseudo soluciones de mercado de los republicanos, votó masivamente al demócrata Franklin D. Roosevelt, partidario de la acción estatal directa. En su primer año creó la TVA (Autoridad del Valle del Tennessee), empresa multipropósito, dedicada a construir y operar represas, plantas hidroeléctricas y obras de control de inundaciones a lo largo del valle del Tennessee. El plan abarcó otros aspectos, como la construcción de grandes autopistas. El emprendimiento no fue una panacea, y en 1937 volvió a ocurrir una recesión menor, pero puso firmemente en marcha la economía norteamericana, y el presidente Roosevelt fue reelecto por otros tres períodos. No hace mucho, Carlos S. Menem, que quería ser reelecto, ante una inundación parecida anunció la construcción de una gran muralla en la ribera del Paraná, pero nunca cumplió. Hoy, los argentinos ya no creen en palabras y la región de referencia continúa con problemas de inundaciones y mal estado de sus rutas, y el país con insuficiencia energética y amplia pobreza y desempleo. Los políticos que ya están, y aquellos que pretenden llegar a estar, tienen en este caso histórico un espejo donde reflejarse y, en caso de ejecutar una obra semejante, legitimar sus pretensiones de conducir el país.
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