Dom 18.08.2002
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EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

› Por Manuel Fernández López

Seguí así

Suelen decir los ideólogos que inspiraron la política económica de los gobiernos argentinos de la última década que su plan no dio todavía los resultados esperados porque no se ejecutó acabada y perfectamente, y por tanto debe seguirse con más de lo mismo hasta ver los resultados. También algunos deducen políticas de una antigua verificación estadística de Kuznets, por la que la desigualdad acompaña al crecimiento, y que en cierto punto el crecimiento derrama hacia los más pobres y la sociedad se vuelve menos desigualitaria. ¿Y si el derrame no llega? ¡Pues profundicemos aun más la desigualdad, hasta que aparezca el momento anhelado! Como los efectos se siguen de lo hecho, y no de lo no hecho, debe asociarse el actual desastre a la ejecución de cierta política. ¿O debemos pensar que la política económica neoconservadora es un antibiótico que, una vez iniciado, ha de seguirse, so riesgo de recaer en el mal? Los hechos y no las promesas son la mejor respuesta. Un término de comparación apropiado es la Gran Depresión de EE.UU. a comienzos de los años treinta, tanto por su duración, como por la profundidad de ésta —ya se mida por caída de actividad, desempleo o ampliación de la pobreza— y por la ineptitud de la clase dirigente para dar respuestas eficaces. O peor aun, por dar respuestas que acentúan la recesión y el desempleo. Aquí, por acción u omisión, se sigue el mismo rumbo. Al respecto, recordemos que la Gran Depresión en EE.UU. tuvo lugar, hasta fines de 1932, bajo el gobierno del republicano Hoover, cuya política se guiaba por principios análogos a lo que hoy llamamos “neoliberalismo”. ¿Qué política económica proponía Hoover en 1932, el peor año de la Gran Depresión? Curiosamente, la misma que sigue hoy la Argentina, cuando subordina su autonomía a las presiones del FMI, que parece decirle al Gobierno: “Seguí así, que vas bien”. Decía Hoover: “Lo único esencial para la recuperación es equilibrar el presupuesto. Si no equilibramos el presupuesto, debemos seguir emitiendo sin cesar valores oficiales para cubrir el déficit presupuestario. Cada uno de esos valores que emitimos disipa el capital utilizable para la industria y el comercio, exactamente en la medida de su monto. Sin un presupuesto equilibrado, quedarán incompletas las diversas medidas que hemos emprendido a fin de recomponer la confianza pública y la reconstrucción”. Así le fue.

O cambiá así

Ya dijimos una vez que Argentina está como Alemania en 1918: su economía destruida y una enorme deuda externa, a lo que se añadiría un decenio después la Gran Depresión. Sólo nos faltaría que venga un Hitler, papel que varios se ofrecen para desempeñar. Ante ello, la experiencia norteamericana de la primera presidencia de F. D. Roosevelt parece rica en ideas y procedimientos nuevos. El amplio frente de problemas que planteaba una economía compleja sugirió un amplio frente de acciones renovadoras: el colapso bancario (quebraron 1400 bancos en 1932), el régimen cambiario (dependiente del patrón oro), la estructura industrial (en franca concentración), el movimiento sindical, el sector agrícola, el desempleo. El Congreso de los EE.UU. dio sanción a cerca de una veintena de leyes fundamentales, que en conjunto se conocerían como New Deal: haya éste sido o no una respuesta definitiva al problema del desempleo, puso nuevamente en pie a la nación, restableció la dignidad perdida por anchas capas sociales, e inculcó la idea de que a la nación la salvaban entre todos o no se salvaba nadie. Aquí, inspirados o no en el New Deal, en distintos momentos históricos se realizaron obras o se adoptaron políticas similares, aunque con resultados muy variables. Se construyeron grandes obras de aprovechamiento hidroeléctrico, como el dique Florentino Ameghino, el complejo de El Chocón o Yacyretá, sin que ellas resolvieran el problema de las inundaciones en distintas zonas. Se implantó un subsidio al desempleo, que no llega a cada desempleado y, más que una vida digna, consolida la mendicidad de los indigentes. Se devaluó el signo monetario, en cifra varias veces mayor que el 60 por ciento de Roosevelt, sin resarcir la intensa caída del salario real ni hacer posible que actividades con capacidad tecnológica exportadora pudieran aprovechar el nuevo tipo de cambio. Las entidades bancarias, hoy más muertos-vivos que entidades de fomento, fueron apoyadas con fondos públicos en su actividad especulativa, en lugar de reformarse el sistema bancario. Por suerte o desgracia, las instituciones operan a través de hombres, y ellos no siempre son probos. El zorro, como se dice, pierde el pelo pero no pierde las mañas. Y es improbable que quienes antes se sirvieron del Estado dejen de hacerlo en el futuro. Sin una amplia renovación moral, ni las mejores ideas podrán salvarnos.

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