EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Stiglitz
La llegada de Joseph Stiglitz ha removido el enorme cúmulo de problemas y de propuestas que hoy llena, sin orden ni prioridad, las mejores cabezas pensantes del país. Stiglitz ayuda a pensar qué cosa es primero y qué cabe esperar, y cuándo, de cada curso de acción. Lo casi único que parece interesar hoy a las autoridades es tener buenas relaciones con la banca local y lucir confiables ante el FMI. ¿Es eso lo que importa? Stiglitz menea su cabeza de derecha a izquierda: lo importante, dice, es cumplir el contrato social y recuperar la tasa de crecimiento. El deber del Gobierno hacia la sociedad es detener la destrucción que está en marcha, de puestos de trabajo y de calidad de capital humano para los adultos, y de posibilidad de desarrollo y aprendizaje para los más chicos. ¿Que no tiene recursos? Puede disponer de ellos si deja de asistir a bancos que han estafado, y suspender el pago de obligaciones al exterior. Nada de todo lo que se debe al FMI, en caso de pagarse, ayudará a la economía argentina, pues cada dólar pagado quedaría en Washington. En cuanto al crecimiento, depende de recuperar la capacidad productiva, y ella puede estimularse por distintas formas de expansión de la demanda, pero una especialmente eficaz es la que depende de la demanda extranjera. La tremenda devaluación cambiaria generó oportunidades de exportación. Existe una serie de países con avidez por productos argentinos, no sólo agropecuarios, sino manufacturados, y esa demanda no puede atenderse a pleno por falta de crédito a la producción. De dónde recuperar el crecimiento pasa por reformar un sistema bancario que ha servido para captar los ahorros de los argentinos y transferirlos a especuladores en el exterior, pero no ha servido ni sirve a la producción. Más que preocuparnos por el corralito y la oferta monetaria, la preocupación debiera ser la falta de crédito. Si este sistema bancario no sirve al país, el país debiera reformarlo, incluso radicalmente. Ya antes el país encaró reformas radicales: en 1935, en 1946, en 1957, y en otros momentos. La economía, en sus múltiples sectores, no sólo no sufrió por las reformas sino que ganó solidez y capacidad de generar proyectos a largo plazo. El desastre dice Stiglitz no ocurre por no escuchar al FMI, sino precisamente por escucharlo. La Argentina es nuestro Templo, y de él deben echarse los ladrones, a latigazos si es necesario.
Stiglitz de nuevo
Este lunes mañana Joseph Stiglitz hablará en Santiago de Chile, en la Cepal, la mítica institución organizada en 1950 por Raúl Prebisch, y precisamente para pronunciar la Conferencia Prebisch 1952, inaugurada el año pasado por Celso Furtado. Hace algunos años hubiera sido impensable que un ex funcionario de la dupla FMI-Banco Mundial pudiera ocupar semejante cátedra. Es que ha corrido mucho agua bajo el puente, y desde que Prebisch abandonó la Secretaría General de la Cepal muchas de sus propuestas, ideas e intuiciones se han ido recogiendo en los ambientes académicos. Pero una especialmente: la de la desigualdad entre las naciones. La idea, en verdad, no fue original de Prebisch, ya que estaba claramente expuesta en The Distribution of Wealth, de John Bates Clark, uno de los fundadores del neoclasicismo estadounidense, y asimismo en El capitalismo moderno, del marxista-nazi Werner Sombart. La esencia es que un pequeño grupo de naciones de avanzado desarrollo económico forma el centro de la economía mundial, y más allá del mismo un alto número de países de menor desarrollo relativo, la periferia, opera en condiciones que van del menor desarrollo relativo al primitivismo más crudo. Las desigualdades son de todo tipo imaginable, desde la salud hasta la riqueza y la información. Esa desigualdad fue captada por Prebisch y Singer en 1949 en su estudio de las corrientes comerciales: a través del empeoramiento de los términos del intercambio entre bienes primarios (provenientes de la periferia) y bienes manufacturados (provenientes del centro), el centro se apropiaba del mayor producto resultante del avance tecnológico. Pero Prebisch-Singer se basaron en estadísticas de 1870-1930. Luego de la Segunda Guerra Mundial, se procuró acercar a los países y permitirles comerciar entre sí, mediante las instituciones de Bretton Woods (FMI y Banco Mundial). Ambos entes, a través de las políticas que imponen a los países más atrasados, que lejos de mejorar su nivel de vida, la han disminuido; y la proclamada ayuda no ha sido sino la extracción de recursos netos adicionales a favor de los países centrales. Esta toma de conciencia, que invita a pensar lo latinoamericano con más audacia, curiosamente la debemos a los recientes trabajos de dos altísimos ex funcionarios de ambas instituciones, Michael Mussa del FMI, y Joseph Stiglitz del Banco Mundial.
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