Sáb 21.09.2002
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EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

› Por Manuel Fernández López

Se dice de mí

Es usual hoy oír voces como las de quienes se exceden en la bebida y sueltan su lengua olvidando normas de convivencia, y se largan a denostar al país. Nosotros, animales de tiro, habituados al látigo, anestesiados, no esperamos sino palos, ya por bogar, ya por no hacerlo. Pero cuando hablan altos funcionarios de altos organismos, sus comentarios hieren. Y lo peor, nos dejan flotando la pregunta: “¿No tendrán razón?”. Estos días hablaron el secretario de Tesoro de EE.UU., Paul O’Neill, y el asesor del FMI Hans Tietmeyer, que expresaron ver al país “caer por el acantilado” o “ir a los tumbos sin conducción”. A poco de hacerse públicas tales opiniones, ocurrió el accidente de Catamarca: allí se había celebrado un contrato privado para llevar en un vehículo no habilitado para transporte, a un número de ancianos y niños superior a su capacidad, por una ruta de montaña, difícil, cuyo recorrido exige pilotos avezados y experimentados. Un vehículo con potenciales fallas mecánicas, conducido por un piloto inexperto, atestado de pasajeros incapaces de hacer nada en una catástrofe. En el viaje atravesaron dos puestos de control, donde, si bien se detectaron vicios, ellos se pasaron por alto tras pagar coimas, cuyo monto fue oblado por los pasajeros mismos. Yendo por la alta montaña, los frenos se rompieron, el piloto no pudo dominar al vehículo, que cayó al vacío, como piedra, unos cien metros, falleciendo 47 personas sobre 70, el 67 por ciento por ciento del pasaje. Si este hecho no fue preparado por O’Neill y Tietmeyer, merecería serlo, para que entendamos gráficamente cómo y a dónde ven ellos que marcha la Argentina. El país, como la nave de Fellini, va dentro de una estructura económica que no responde a sus necesidades, y que a la menor exigencia en el andar, se descompone. No genera vida y proyectos, sino muerte y frustración. Es hoy el país del sinsentido: policías, en lugar de servir a la comunidad, la intimidan y asesinan; jueces matan a sus hijos; militares venden armas a delincuentes; sacerdotes alejados de la pobreza y castidad que exigen a sus fieles; políticos en el poder que se aumentan sus dietas mientras imponen congelamientos y recortes al salario de otros; indigentes que pagan IVA y especuladores exentos; industriales que cierran plantas, y Estado que dificulta a los obreros continuar la actividad; un agro capaz de alimentar diez Argentinas, y la mitad de la población hambreada.

 

Ellos

Muchos pueblos han sentido fascinación por lo exótico y ella, al calor de la moda, se ha intensificado o cedido. Pero pocos como el argentino están de manera constante tan pendientes de la opinión del extranjero sobre sus propias cosas. “¿Cómo nos ven en su país?”, es la pregunta infaltable hecha a quien llega de visita. Esa “opción por lo extranjero”, que advirtieron observadores calificados, como Pellegrini o Prebisch, originó un tráfico de doble vía: 1) como sustitución de (o renuncia a) lo propio por lo importado, y 2) como entrega de lo propio al extranjero. El lenguaje es un signo notable, ya que la gente por su habla identifica al otro como semejante; y un fenómeno trascendente para la economía, como la división del trabajo, es en última instancia un modo de cooperación entre semejantes, donde la cooperación se viabiliza por el lenguaje. Ya en 1837 Alberdi planteó sustituir el castellano por el francés, lo tosco por lo refinado. Hoy ocurre algo análogo con el inglés. Innumerables términos deportivos emplean vocablos de sus países de origen. No muchos años atrás, le decíamos “goal-keeper” al arquero, al árbitro “referee” y a la pelota, “ball”. Pero hoy convertimos nombres vernáculos en términos foráneos: una galería comercial es ahora un “shopping”, alcanzar un grado universitario es “sacar un Master”. Y hasta los lugares de encuentros amorosos no son los clásicos muebles o telos, sino “sex outlets”. Algunas FM sólo transmiten música en el idioma de EE.UU. Según parece, es un caso más,confirmatorio, de la relación de afecto entre el prisionero y su verdugo, detectada en campos de exterminio nazis y en campos de detención clandestinos de la última dictadura militar. Según esta conducta observada, el sometido ama a quien lo somete a vejaciones, o le obliga a acciones que él mismo jamás haría. Muchos economistas argentinos no sabrían expresar sus pensamientos sin hablar de “spread”, “prime rate”, “default”, “shock”, “peg”, etc. Para calmar la impaciencia de los plomeros norteamericanos, no se vacila en privar de alimento y educación a los niños argentinos, como no se vaciló en entregar el petróleo al extranjero, desde la extracción a la venta, o la línea aérea de bandera, porque ellos saben gestionar mejor. Y hoy vamos camino a ser un pueblo sin territorio propio, al permitirse el cambio de tierras argentinas por rectángulos verdes de papel.

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