Dom 27.07.2003
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EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

› Por Manuel Fernández López

Otro huracán “K”
La producción, un hecho social basado en la división del trabajo y la especialización profesional; el valor, explicado por la cantidad de trabajo incorporada; el capital, una acumulación de trabajo; los precios, fijados por el mecanismo de la oferta y la demanda; el trabajo, el comercio y el Estado, los factores de la producción, y sus remuneraciones: el salario, la ganancia y el impuesto; la población, determinada por la producción; el nivel global de empleo, determinado por el gasto global de la comunidad. Ningún economista inglés (Petty, Smith, Ricardo, Malthus, Marshall, Keynes) creó estas relaciones. Aparecen en la obra Prolegómenos (en árabe Muquaddamat), escrita entre 1375 y 1378 por Abd-ar-Rahman ibn Khaldun (1332-1406). La perspectiva de Ibn Khaldun o Jaldún era más amplia que la de un economista actual. Se proponía construir una ‘ilm al-’umran, o ciencia de la civilización, que explicase el origen, apogeo y caída de las civilizaciones. Por eso atrajo la admiración de Arnold J. Toynbee, quien lo calificó de genio y filósofo inmortal, y a la Muquaddamat de incomparable y obra genial. Toynbee recordó a Khaldún en el volumen III de su Estudio de la historia, en “Análisis del crecimiento”. El crecimiento es posible por el sentido de cohesión y solidaridad (asabiyya). Las ciudades crecen por el incremento demográfico, la diversificación de oficios y la mayor demanda de trabajo: ésta permite salarios por encima de lo indispensable para vivir y deja un margen excedente. Al crecer el trabajo crece la ganancia, y con ella la prosperidad, riqueza y lujo. Pero el sedentarismo y lujo desmedido del gobernante incrementa los impuestos, que exceden la capacidad de pago. La recaudación decae y pueden emplearse menos soldados y otros servidores. Antes que retroceda el gasto suntuario de los gobernantes, las funciones básicas del Estado son desatendidas: la justicia se hace venal, decae la “asabiyya” del grupo social, que pierde interés en reproducir su propia cultura a través de la educación, la seguridad pasa a mercenarios, el número de habitantes se vuelve excesivo en relación con su capacidad de proveer alimentos. El deterioro del nivel de vida reduce la demanda global y aparece el desempleo, y el retiro de dinero de la economía agrava el declive de la misma. A unos seis siglos de la Muquaddamat de Khaldun, ¿no nos cabe el sayo que allí se describe?

2 peor que 1
Un repositor del mercado ubica a un yogur que vence el 25/7/03 delante de otro que vence el 10/8/03. Si la mercancía “circula”, él se esfuerza por que salga antes la peor, y si alguna unidad “queda”, que sea la mejor. De igual modo, si tenemos en el bolsillo pesos y patacones, soltamos los patacones y guardamos los pesos. En un sentido más general, el dinero sirve para intercambiar bienes y para mantener ahorros. Con dos monedas —peso y dólar– uno paga con pesos y ahorra en dólares. La moneda mala se devuelve a la circulación y la buena –la que mejor conserva valores– se atesora. El caso de bimonetarismo fue usual en colonias: las reservas se mantenían en oro, y era usado en transacciones internacionales; en el intercambio local se usaban lindos papelitos coloreados sin valor alguno como reservas o como dinero internacional. Fue el régimen que el Reino Unido impuso a la India en 1897, llamado “currency board” y que aquí se conoció como “ley de convertibilidad”. En este régimen la Metrópoli –o en nuestro caso, los grandes grupos financieros– puede tomar rápidamente la moneda buena, o dinero internacional, y retirarla del país. El vaciamientodel dinero de alta calidad es signo de la declinación económica, como ya notó Ibn Khaldun en 1378. El vaciamiento de oro, plata o divisas ha ocurrido numerosas veces, con el consiguiente trastorno en la vida económica. Retirar de la circulación la moneda metálica ocurrió como una suerte de toma de ganancias, al convertir en oro o plata otros activos. Los primeros casos conocidos ocurrieron a partir de 1574, y sus efectos duraron más de una década. Se estaba en plena época mercantilista, en la que el metal precioso era un bien buscado por las monarquías, que no permitían su uso como medio de cambio en las colonias. El rey Felipe III dispuso que en el intercambio se usasen “monedas de la tierra”, expresión que primero designó a las varas de lienzo y luego la lana, el ganado ovino, el sebo, el tabaco y la yerba, según las regiones. Los cabildos (de Córdoba y Santa Fe) se ocuparon en fijar listas de equivalencias entre dichas especies y el ausente dinero metálico. En 1585 Córdoba fijó la equivalencia de una arroba de lana de ovejas de Castilla y 2 pesos, una oveja, o carnero o cabra escogidos, a 1 peso, una arroba de sebo, a 2 pesos. Olvidar estas situaciones llevó a repetirlas, acaso por una vocación autodestructiva, digna de mejor análisis.

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