EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Otro huracán
“K”
La producción, un hecho social basado en la división del trabajo
y la especialización profesional; el valor, explicado por la cantidad
de trabajo incorporada; el capital, una acumulación de trabajo; los precios,
fijados por el mecanismo de la oferta y la demanda; el trabajo, el comercio
y el Estado, los factores de la producción, y sus remuneraciones: el
salario, la ganancia y el impuesto; la población, determinada por la
producción; el nivel global de empleo, determinado por el gasto global
de la comunidad. Ningún economista inglés (Petty, Smith, Ricardo,
Malthus, Marshall, Keynes) creó estas relaciones. Aparecen en la obra
Prolegómenos (en árabe Muquaddamat), escrita entre 1375 y 1378
por Abd-ar-Rahman ibn Khaldun (1332-1406). La perspectiva de Ibn Khaldun o Jaldún
era más amplia que la de un economista actual. Se proponía construir
una ‘ilm al-’umran, o ciencia de la civilización, que explicase
el origen, apogeo y caída de las civilizaciones. Por eso atrajo la admiración
de Arnold J. Toynbee, quien lo calificó de genio y filósofo inmortal,
y a la Muquaddamat de incomparable y obra genial. Toynbee recordó a Khaldún
en el volumen III de su Estudio de la historia, en “Análisis del
crecimiento”. El crecimiento es posible por el sentido de cohesión
y solidaridad (asabiyya). Las ciudades crecen por el incremento demográfico,
la diversificación de oficios y la mayor demanda de trabajo: ésta
permite salarios por encima de lo indispensable para vivir y deja un margen
excedente. Al crecer el trabajo crece la ganancia, y con ella la prosperidad,
riqueza y lujo. Pero el sedentarismo y lujo desmedido del gobernante incrementa
los impuestos, que exceden la capacidad de pago. La recaudación decae
y pueden emplearse menos soldados y otros servidores. Antes que retroceda el
gasto suntuario de los gobernantes, las funciones básicas del Estado
son desatendidas: la justicia se hace venal, decae la “asabiyya”
del grupo social, que pierde interés en reproducir su propia cultura
a través de la educación, la seguridad pasa a mercenarios, el
número de habitantes se vuelve excesivo en relación con su capacidad
de proveer alimentos. El deterioro del nivel de vida reduce la demanda global
y aparece el desempleo, y el retiro de dinero de la economía agrava el
declive de la misma. A unos seis siglos de la Muquaddamat de Khaldun, ¿no
nos cabe el sayo que allí se describe?
2 peor que 1
Un repositor del mercado ubica a un yogur que vence el 25/7/03 delante de otro
que vence el 10/8/03. Si la mercancía “circula”, él
se esfuerza por que salga antes la peor, y si alguna unidad “queda”,
que sea la mejor. De igual modo, si tenemos en el bolsillo pesos y patacones,
soltamos los patacones y guardamos los pesos. En un sentido más general,
el dinero sirve para intercambiar bienes y para mantener ahorros. Con dos monedas
—peso y dólar– uno paga con pesos y ahorra en dólares.
La moneda mala se devuelve a la circulación y la buena –la que
mejor conserva valores– se atesora. El caso de bimonetarismo fue usual
en colonias: las reservas se mantenían en oro, y era usado en transacciones
internacionales; en el intercambio local se usaban lindos papelitos coloreados
sin valor alguno como reservas o como dinero internacional. Fue el régimen
que el Reino Unido impuso a la India en 1897, llamado “currency board”
y que aquí se conoció como “ley de convertibilidad”.
En este régimen la Metrópoli –o en nuestro caso, los grandes
grupos financieros– puede tomar rápidamente la moneda buena, o
dinero internacional, y retirarla del país. El vaciamientodel dinero
de alta calidad es signo de la declinación económica, como ya
notó Ibn Khaldun en 1378. El vaciamiento de oro, plata o divisas ha ocurrido
numerosas veces, con el consiguiente trastorno en la vida económica.
Retirar de la circulación la moneda metálica ocurrió como
una suerte de toma de ganancias, al convertir en oro o plata otros activos.
Los primeros casos conocidos ocurrieron a partir de 1574, y sus efectos duraron
más de una década. Se estaba en plena época mercantilista,
en la que el metal precioso era un bien buscado por las monarquías, que
no permitían su uso como medio de cambio en las colonias. El rey Felipe
III dispuso que en el intercambio se usasen “monedas de la tierra”,
expresión que primero designó a las varas de lienzo y luego la
lana, el ganado ovino, el sebo, el tabaco y la yerba, según las regiones.
Los cabildos (de Córdoba y Santa Fe) se ocuparon en fijar listas de equivalencias
entre dichas especies y el ausente dinero metálico. En 1585 Córdoba
fijó la equivalencia de una arroba de lana de ovejas de Castilla y 2
pesos, una oveja, o carnero o cabra escogidos, a 1 peso, una arroba de sebo,
a 2 pesos. Olvidar estas situaciones llevó a repetirlas, acaso por una
vocación autodestructiva, digna de mejor análisis.
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