INTERNACIONALES › UN DIALOGO DE SORDOS EN UNA SERIE DE FOROS INCONEXOS
Davos no es lo que era
Estados Unidos está contento con sus déficit y su dólar bajo, Europa sufre en silencio y Davos se vuelve un foro progre.
› Por Claudio Uriarte
Decididamente, la cumbre anual de los “happy few” en Davos ha perdido gran parte del glamour y el misterio que la rodeó desde sus inicios, en los años ‘80. En esta edición, no hubo un solo personaje de primera línea; los debates, además de tópicos económicos reales como la caída del dólar, la tasa de interés norteamericana o la existencia o no de una burbuja inmobiliaria, incluyeron temas políticamente correctos como la lucha anticorrupción o la reconstrucción de Irak, y encima se estuvo a punto de decidir que el código de vestimenta excluyera rigurosamente las corbatas... Si las cosas siguen así, el año próximo se ordenará el uso de pasamontañas (de hecho, más apropiados a las temperaturas del recreo de ski suizo que a la Selva Lacandona) o se invitará a indígenas maoríes de alguna isla neocelandesa a exponer su modo de organización socioeconómica. Esto se parece más a la Asamblea General de las Naciones Unidas que al temido gobierno en las sombras de los poderosos que pulsan los hilos del mundo.
En parte, es porque la idea y la práctica de una cooperación internacional han desaparecido, con cada actor jugando a su propio interés y largamente desintereado de los problemas del otro. Davos 2004 es una colección de foros inconexos que recuerdan un diálogo de sordos. Los expositores norteamericanos se preocuparon de desmentir que exista una burbuja inmobiliaria y enfatizaron que el único riesgo consiste en una suba de la tasa de interés norteamericana. Esta, de hecho, no era una preocupación para nadie, ya que Alan Greenspan, titular de la Fed norteamericana, ya había indicado en Berlín la semana pasada que la declinación del dólar no era para él un problema, aventando por lo tanto la especulación de que el Banco Central estadounidense decidiera parar la devaluación de la moneda con una suba de la tasa para desalentar el crecimiento excesivo del doble déficit fiscal y comercial por medio de una sobreexpansión del crédito. En realidad, la administración Bush (y el escasamente autónomo Greenspan, pese a lo que diga el estatuto de la Fed) apuestan silenciosamente al declive del dólar como forma de estimular las exportaciones y el consumo en Estados Unidos, dos variables que pueden significar su continuidad o no en la Casa Blanca tras el 2 de noviembre.
Los verdaderos perjudicados en el juego son los europeos y particularmente los alemanes, que son los que más venden en Estados Unidos. La industria alemana, que no estaba en el mejor de los tiempos, ya se está resintiendo de la apreciación del euro, y algunos europeos ya están reimportando Audis y BMWs de EE.UU., porque el dólar barato compensa los costos de embarque y readecuación de los autos alemanes a las exigencias europeas. “¿Y si el dólar se deprecia un 20 por ciento más?”, fue el título de una de las conferencias de Davos. Y nadie, menos que menos el ausente Alan Greenspan, se animó a decir lo que significaría para la economía mundial.