Dom 29.02.2004
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INTERNACIONALES › EL DESEMPLEO DURO EN LAS ELECCIONES NORTEAMERICANAS

Trabajos en la línea

La economía internacional vuelve a los juegos de suma cero con la exportación de los puestos de trabajo norteamericanos.

› Por Claudio Uriarte

En esta campaña electoral norteamericana, nadie dirá: “¡Es el outsourcing, estúpido!”, pero seguramente es lo que muchos están pensando, especialmente John Kerry, el aristócrata de amigos sindicales, y muy especialmente John Edwards, el abogado-millonario-que-creció-en-una-familia-pobre, y que se ha destacado por explotar al máximo la ansiedad de los trabajadores en un mercado laboral muy duro. Outsourcing es la palabra de moda, que ya no se cae de la boca de ningún gurú de la política, desde que la puso en circulación Stephen S. Roach, economista en jefe de Morgan Stanley. Significa, en lenguaje llano, la transferencia de puestos de trabajo norteamericanos al exterior, donde trabajadores equivalentes pueden ser contratados por salarios mucho más bajos que si fueran tomados en suelo norteamericano. Irónicamente, gran parte de estos trabajos se encuentra en el sector de alta tecnología y en la industria manufacturera, con lo cual un demagogo de primera puede encontrar un gran filón para alegar que el mercado de trabajo norteamericano está siendo tercermundializado, de modo que en él sólo queden lugares vacantes para vendedores de panchos. O casi. De algún modo, ya lo están diciendo. Pero la cuestión escapa a la temporada electoral, por más que N. Gregory Mankiw, economista jefe de la Casa Blanca, haya cometido la notable estupidez de proclamar estas semanas que el outsourcing era bueno para la economía.
El panorama es serio. En más de dos años sin recesión (los economistas dicen que ésta terminó en noviembre de 2001), la economía estadounidense tiene problemas para generar los 110.000 puestos de trabajo mensuales que se necesitan para absorber el crecimiento de la población, sin hablar de los trabajos perdidos durante el período de declive duro. Durante ese período, se manejó toda una serie de hipótesis, desde una nueva “recuperación sin empleos” como la de los tempranos ‘90, y la posibilidad de la “recesión de caída doble” –donde la línea del PBI, después de repuntar a una meseta luego de un declive, cae en otro declive– hasta la de una deflación lisa y llana, que hubiera tenido el efecto de una especie de implosión en cadena capaz de minar sucesivamente todas las etapas del crecimiento económico. Pero la realidad se probó más sutil. El PBI ha crecido sostenidamente; la Bolsa, después del triple impacto de la recesión, los escándalos corporativos y el 11 de septiembre, está de vuelta en plena fase ascendente, las ganancias empresarias están en alza y las tasas de interés se encuentran cerca de cero. Y sin embargo, el desempleo no se mueve de los alrededores de un 6 por ciento. Sector por sector, se han perdido trabajos que difícilmente volverán: casi un millón y medio en la industria manufacturera –por lo cual se culpa a acuerdos de libre comercio como el Nafta, otro de los villanos de la temporada electoral–, unos 170.000 en el sector de alta tecnología, unos 112.000 en los servicios financieros. Se calcula que los trabajos perdidos en función del outsourcing están entre 300.000 y 600.000 por año, lo que parece poco para una economía de 130 millones de trabajadores. Pero una estimación de Forrester Research, que predijo en 2002 la pérdida de 3,3 millones de trabajos tecnológicos para 2015, fue revisada hace poco por la Universidad de Berkeley al alza –nada menos que 14 millones de trabajos para el mismo año– y entonces se encendieron todas las luces rojas, y todas la sirenas empezaron a sonar.
Pero con poco efecto futuro, parecería. Por una parte, no toda la sequía de la demanda laboral radica en la exportación de puestos de trabajo, sino también en el alza de productividad y en el mejor empleo de la tecnología que las empresas adquirieron en la etapa del boom. Pero, por otra parte, lo que ya empezó en el mercado de trabajo internacional es difícil de deshacer. Y eso, por cruel que parezca, es una buena noticia para los países subdesarrollados, con trabajadores baratos para contratar.

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