Dom 24.10.2004
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INTERNACIONALES › QUE PUEDE ESPERAR LA ARGENTINA DE GEORGE W. BUSH Y JOHN F. KERRY

Votar entre dos impostores

¿Quién es mejor para América latina y especialmente la Argentina, Bush o Kerry? Prepárese para dos tipos de decepciones ante un país donde el verdadero presidente es el déficit.

› Por Claudio Uriarte

Por décadas, los ilusos de América latina han evocado con nostalgia la época de la Alianza para el Progreso de John F. Kennedy, amplificándola a veces al deseo de que Estados Unidos lanzara un Plan Marshall para la región. Por cierto, los cientos y cientos de miles de millones de dólares acumulados por Argentina, Brasil y México en concepto de endeudamiento exterior equivalen a varios planes Marshall, sólo que lanzados en general por banqueros irresponsables, sin adecuadas supervisiones ni condicionamientos gubernamentales, devorados con rapidez por prestatarios –tanto privados como gubernamentales– igualmente irresponsables y consumidos en su mayor parte en corrupción o en esquemas económicos equivocados. De modo que el deseo de un Plan Marshall pasa de positivo a negativo: ya que nos lo dieron de hecho, ¿no nos podrían ahora perdonar la deuda? Esa asociación ilícita de ideas, la de que las deudas pueden contraerse alegremente, porque después no deben ser pagadas, y que el perdón o el default de la deuda significan mágicamente el fin de todos los problemas –sólo pregúntenles a Alan García o a Adolfo Rodríguez Saá– cobra nueva vigencia con las elecciones norteamericanas que se realizan dentro de 10 días.
Cada cuatro años, la República Imperial no elige sólo un presidente, sino una política económica. El presidente es para Estados Unidos, la política económica es para todo el mundo, porque el tamaño y proyección de la economía estadounidense es tal que basta para que uno solo de sus instrumentos, el presupuesto federal, constituya una asignación de recursos en escala global. Por sólo este dato –para no hablar de la política militar– resulta lícito que los ciudadanos de otros países expresen su opinión en favor de uno u otro candidato. En las encuestas tomadas a nivel mundial en esta dirección, solamente Israel y Rusia se decantaron a favor de George W. Bush y lo hicieron por razones militares –los dos países son víctimas del terrorismo–; en América latina, el único país en hacerlo fue Guatemala –probablemente porque la mayoría indígena ni siquiera sabe quiénes son los candidatos– y Argentina registró el antibushismo más fuerte: sólo un 6 por ciento fue a favor de W., contra un 50 por ciento que se inclinó por John Kerry y un 44 por ciento que seguramente prescindió de votar por estar convencido de que gane quien gane pierde el pueblo. Por lo general, esta clase de ultraantiimperialismo es errado: las diferencias, por sutiles que sean entre candidato y candidato, se vuelven de una enorme importancia cuando lo que cada uno está por asumir es el timón del formidable portaaviones que es la economía y el poder militar norteamericano. Pero en este caso, algo minimiza esas diferencias, tanto en el plano económico como en el político, y es que cualquiera que asuma el próximo 20 de enero lo hará con las manos atadas por los formidables lastres que ha dejado la administración W. en el plano económico –el déficit de 674.000 millones de dólares proyectado para este ejercicio fiscal– y en el políticomilitar –invasión de Irak–.
Hay que partir de un dato: que a Estados Unidos le vaya bien es bueno para el resto del mundo en general y para América latina en especial, porque Estados Unidos es la principal locomotora económica del mundo –seguida de Alemania y Japón– y de América latina –seguida de Brasil–. Por lo tanto, un clima de bajo desempleo y expansión económica en Estados Unidos amplía la posibilidad de entrada de productos del mundo y de América latina en Estados Unidos y de inversiones, productivas o de otra clase, de empresas estadounidenses en la región –lo que a su turno tiende a generar empleos–. Pero es aquí donde las preguntas latinoamericanas, tanto sobre un perdón de deuda como sobre si Bush o Kerry, tienden a autocontestarse.
En primer lugar, respecto del tema de la deuda, vale la pena recordar que el salvataje liderado por Bill Clinton respecto de México en su default de1994 tuvo dos muy buenas razones: porque la suerte de EE.UU. está muy ligada a la de México –tanto por la geografía y la inmigración como por el acuerdo de libre comercio Nafta– y porque el EE.UU. de Bill Clinton -que dejó el mando con un superávit de 255.000 millones de dólares– tenía los fondos. Bajo Bush, EE.UU. volvió a protagonizar una iniciativa similar importante al dar a Brasil un fuerte apoyo político y económico –a través del FMI y otros organismos multilaterales– en el tembladeral financiero que rodeó la elección del presidente Lula en octubre de 2002, y por otra excelente razón: la caída de Brasil podía iniciar una estampida de pánico planetaria. Argentina, tanto por el tamaño de su economía como por su papel estratégico, cae fuera del alcance del radar estadounidense.
Pero la médula del asunto vuelve a ser la economía estadounidense y su déficit presupuestario. Con pulcra hipocresía, el demócrata Arturo Valenzuela ya explicó a Página/12 que Bush dejó caer a la Argentina, pero que las soluciones de los ‘90 –léase el salvataje de México– ya no son válidas. Esto es por la magnitud de la deuda estadounidense, que a su vez impone severas restricciones al segundo punto, más crucial, que nos importa: la posibilidad de una apertura comercial y la llegada de nuevas inversiones. Estados Unidos está perdiendo empleos y recortando sus propios presupuestos sociales a nivel estadual, por lo que puede predecirse con bastante seguridad que el futuro tiene cara de proteccionismo, con Bush o con Kerry. En este sentido, los temores a un ALCA son bastante infundados: ningún presidente quemará su capital político luchando por exportar trabajos a países latinoamericanos con mano de obra barata, ni por inundar el mercado estadounidense con productos latinoamericanos baratos.
Y en la promesa crucial de reducir a la mitad el presupuesto federal para 2009, Bush y Kerry se comportan como dos impostores. Un cálculo del Concord Coalition muestra que las propuestas económicas de Kerry sumarán 1,27 billones de dólares sobre el déficit acumulado de 2,3 billones previstos para 2014. En el caso de Bush, ese incremento adicional sería aún mayor, de 1,32 billones. Para reducir el déficit se necesitaría una política, fuertemente recesiva, de aumento de impuestos y contracción del gasto. O bien que EE.UU. se convierta en una aspiradora de recursos a nivel global.

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