Dom 12.02.2006
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INTERNACIONALES › EL PLAN ENERGETICO DE GEORGE W. BUSH

El hombre que era adicto al petróleo

George W. Bush anunció con bombos y platillos un nuevo plan energético, pero detrás de este último no hay nada nuevo.

› Por Claudio Uriarte

Dentro de lo que puede describirse con un buen margen de certeza como su peor discurso del Estado de la Unión en cinco años de su sobreextendido gobierno, en que se limitó a recitar en seguidilla todas las excusas que la Casa Blanca ha tenido que ofrecer al público durante el último año sobre todas las cuestiones –desde Irak al huracán Katrina–, el presidente George W. Bush denunció con ademanes espectaculares lo que denominó la “adicción al petróleo” de la economía norteamericana. Más espectacularmente aún, anunció un plan para reducir la dependencia norteamericana del petróleo en un 75 por ciento para 2025. Al día siguiente, el secretario de Energía Samuel Bodman tuvo que salir a “aclarar” que el presidente había ofrecido un “ejemplo”, no una promesa. Esta semana, el vicepresidente Dick Cheney, que si de algo sabe es de petróleo, interrogado sobre propuestas para un aumento fuerte del impuesto a la gasolina de modo de incentivar a los norteamericanos a usar vehículos energéticamente eficientes y de ese modo lograr la autosuficiencia energética del país, contestó literalmente: “Bueno, no estoy de acuerdo con eso. Yo creo, el presidente y yo creemos muy profundamente que, obviamente, el gobierno tiene un rol que desempeñar aquí en términos de apoyar la investigación de nuevas tecnologías y alentar el desarrollo de nuevos métodos de generar energía... Pero también somos grandes creyentes en el mercado, y que necesitamos ser cuidadosos respecto a tener al gobierno, por ejemplo, diciéndole a la gente cómo tiene que vivir sus vidas... Esta noción de que tenemos que ‘imponer dolor’, algún tipo de mandato del gobierno, creo que la resistiremos. El mercado funciona”.

¿De qué están hablando estos dos hombres? Estrictamente, de nada. También en su discurso del Estado de la Unión, Bush había dicho que era necesario reducir la dependencia norteamericana del petróleo porque éste provenía de “regímenes inestables”, e “inseguros”. El embajador de Arabia Saudita, que estaba presente en el discurso de Bush ante las dos cámaras, seguramente se sintió aludido. Pero, con los precios del petróleo por encima de los 65 dólares por barril y subiendo (80 fue lo peor que llegaron a estar durante el segundo shock petrolero de 1979 que siguió a la explosiva “Revolución Islámica” de Irán), el presidente y su secuaz evidentemente sienten que deben decir algo sobre los precios de la gasolina, que preocupan a los consumidores (y en noviembre de este año son las elecciones de renovación parcial del Senado y de toda la Cámara de Representantes) y también sobre la cinta de Moebius por la cual el dinero pagado por esos consumidores va a parar a regímenes dictatoriales y detestables que luego son desviados a las arcas de organizaciones terroristas juramentadas en la destrucción de Estados Unidos y la sociedad occidental, como es el caso de las donaciones sauditas a presuntas “organizaciones de caridad” que no son más que mascarones de proa para la recaudación de fondos de Al Qaida. Michael Mandelbaum, experto en política exterior y autor de The Case for Goliath (En defensa de Goliat), ha declarado: “Todos dicen que necesitamos un nuevo Plan Marshall. Tenemos un Plan Marshall. Es un Plan Marshall para terroristas y dictadores”. Adicionalmente, no hay tal cosa como libre mercado en el campo de la energía (y esto Cheney, ¿ex? CEO de la poderosa multinacional de servicios petroleros Halliburton, debería saberlo) porque está controlado por el cartel más grande del mundo, la OPEP, que fija las cotas de producción, y por lo tanto los precios. Pero la administración Bush, tan ideológicamente aferrada a su mantra de reducción de impuestos como panacea para todos los males económicos que el Acta de Energía 2005 contiene unos 2000 millones de dólares en recortes impositivos para las compañías petroleras mientras recorta también fuertemente los gastos en educación y salud, no quiere ni oír hablar de impuestos al consumo, y menos un Congreso donde la cercanía de las elecciones causa pavor. GregoryMankiw, que recientemente se retiró como presidente del Consejo de Asesores Económicos de Bush, ha escrito: “Todo el mundo odia los impuestos, pero el gobierno necesita recaudar fondos para sus operaciones, y algunos impuestos pueden hacer bien. Yo le diría al pueblo norteamericano que subir los impuestos a la gasolina es bueno para alentar la conservación... No sólo alentaría a la gente a comprar autos más eficientes, sino que la alentaría a manejar menos”. Pero, con un ex petrolero como Bush y un Cheney que hizo su fortuna en una compañía de servicios petroleros como Halliburton, que le pagaba 10 millones de dólares por mes, y que le desembolsó sumas millonarias no conocidas cuando se fue al gobierno, cabe preguntarse hasta qué punto ese tipo de sueldo no compra al empleado para siempre. El embajador de Arabia Saudita puede descansar tranquilo.

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