INTERNACIONALES › DEFLACION, EL INFIERNO TAN TEMIDO POR LA FED
El presidente menguante
Olvídense de la “recesión de caída doble” –dice esta nota–; lo que puede venirse en Estados Unidos es una catastrófica deflación.
› Por Claudio Uriarte
Algo anómalo ocurre en Estados Unidos: el gobierno, que uno supondría firmemente conectado a lo que ocurre con los fundamentals de la economía, se encuentra en realidad encerrado en ejercicios cada vez más cómicos de negación de lo que pasa, mientras los frívolos mercados, a los que es común señalar como una banda de irresponsables e hipersensibles especuladores despegados de la economía real, se están comportando racionalmente. Vale decir: cada vez que habla el presidente George W. Bush la Bolsa cae, porque los mercados se dan cuenta de que lo que dice Bush no es cierto, y porque lo que dice Bush les manda señales cada vez más seguras de que el presidente no está dispuesto a dar ninguno de los pasos –como demandar un aumento de impuestos de emergencia– que permitiría inyectar fondos de reactivación en la economía. La evidencia en este sentido nunca fue más clara ni estuvo tan bordeada de ridículo como esta semana, en que el abnegado Bush abandonó por unas horas sus tan merecidas vacaciones en Crawford, Texas, para sumarse en Waco, Texas, y junto al vicepresidente Dick Cheney –quien parecía ahogarse en bostezos– a una cosa llamada “The President’s Economic Forum”, donde bañado en carteles con inscripciones orwellianas –”Responsabilidad empresaria”, “Fortalecimiento de la economía”, “Derechos de los trabajadores”, etc.– el primer mandatario, frente a una colección armada a dedo de economistas, empresarios y “gente común”, se vanaglorió de estar inspeccionando en persona “la línea del frente de la economía”. Bush no sufrió ni un rasguño, pero la confianza en el rumbo económico de Estados Unidos volvió a caer.
Al mismo tiempo que Karl Rove, que es una especie de versión estúpida del Dr. Goebbels, levantaba el telón sobre la farsa televisiva de Waco, la Reserva Federal, bajo la presidencia del buen soldado republicano Alan Greenspan, decidía mantener la tasa de interés en el record bajo de 1,75 por ciento, aunque señalando, a través de alusiones a la “debilidad” del crecimiento económico, que podría bajar aún más la tasa en lo que queda del año. La doble actuación de Bush y Greenspan volvió a derrumbar la Bolsa, mientras empezaba a instalarse la perspectiva más negra de todas: que la economía norteamericana no sólo no está en el medio de una recesión de caída doble, donde luego de cierto repunte posterior a un bajón todos los índices vuelven a caer, sino que puede estar en camino a una deflación. Esa perspectiva no fue agitada por economistas opositores -generalmente aterrados de que se los pueda acusar de formular profecías con tendencia a cumplirse por sí mismas–: fueron los equipos de la propia Fed los que elaboraron un informe llamado “Preventing Deflation: Lessons From Japan’s Experience in the 1990s” (“Prevenir la deflación: Lecciones de la experiencia de Japón en los años `90”), que muestran que el banco central está considerando seriamente esa posibilidad.
Que sería catastrófica. En una buena deflación, los precios caen mientras la economía crece, pero los letárgicos signos vitales de la economía norteamericana sugieren que ése no sería el caso. En una mala deflación, los consumidores dejan de gastar porque saben que los precios serán más bajos la semana que viene; las empresas no pueden subir sus precios, de modo que no pueden invertir ni contratar nuevo personal; los endeudados son aplastados, porque tienen que pagar sus deudas con dólares encarecidos; y, lo que es peor de todo, los instrumentos de política monetaria no reviven la economía porque con las tasas de interés alrededor de cero, cada corte de tasa se vuelve irrelevante. Ese es el horizonte del increíble presidente menguante rumbo a las elecciones legislativas de noviembre.