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Como la soga al ahorcado
¿Puede quebrar el FMI? La pregunta no es frívola, entre un Primer Mundo en recesión y mercados emergentes al borde del default.
› Por Claudio Uriarte
Brasil y Turquía están sosteniendo al Fondo Monetario Internacional como la soga al ahorcado. Sí, repetimos: Brasil y Turquía están sosteniendo al Fondo Monetario Internacional como la soga al ahorcado, y no al revés. Porque si esos países llegan a caer en cesación de pagos de sus gigantescas deudas externas, nadie, ni siquiera el virtual Banco Central del mundo, tendrá la fuerza de sobrevivir al embate. Algo de esto anticiparon los cínicos tomadores de deuda pública de tiempos de la dictadura militar brasileña: “Si uno debe un millón de dólares –decían–, tiene un problema; si uno debe 1000 millones, es su acreedor el que tiene el problema”. Pero esto es sólo parte del nuevo fenómeno. La otra parte es un desempeño cada vez peor de las economías de los países industrializados, para todas las cuales el Panorama Económico Mundial anual difundido esta semana por el Fondo proyecta revisiones a la baja. Y son las economías de los países industrializados las que proveen los fondos del Fondo. En otras palabras, si las economías avanzadas se contraen y deprimen, y las subdesarrolladas al mismo tiempo colapsan y entran en default, lo que entre en quiebra puede ser el Fondo mismo. En este sentido, las líneas de crédito concedidas por el Fondo a Brasil y Turquía (de 30.000 y 16.000 millones de dólares) pueden ser más bien, vistas correctamente, entre ayudas que el Fondo se da a sí mismo y el último, desesperado esfuerzo –pleno de ruegos y de dedos cruzados– para que el entero castillo de naipes no se derrumbe.
Desde luego, la política de las actuales autoridades del Fondo ha tenido bastante que ver con este desmadre. Ha sido una política irresponsable, que alarmó a los mercados más de lo que éstos ya estaban. Pero el núcleo de decisión en esa irresponsabilidad estuvo –y está– en Estados Unidos, que es el principal contribuyente al Fondo, el dueño de la parte dominante de sus derechos de voto, la locomotora económica del mundo y –por lo tanto– el país que puede precipitarlo en una deflación sin precedentes.
En un artículo publicado esta semana en el New York Times, Stephen S. Roach, economista en jefe de Morgan Stanley en Londres, advierte que la burbuja de las acciones puntocom no es la última que queda por estallar en EE.UU., y señala otras dos: la del mercado inmobiliario y la de los gastos del consumidor. Sin embargo –advierte– pincharlas puede significar una serie de caídas recesionarias durante los próximos años: recesiones de caída triple, o cuádruple. Pero si a esto se agrega lo que constituye la tasa de inflación más baja en 48 años, se corre el riesgo de entrar en una deflación. Kenneth Rogoff, economista en jefe del Fondo Monetario, coincide en esto y lo reaplica a escala global: el mundo industrializado, dice Rogoff, se encuentra en el “equivalente a una inflación cero”, y mientras esto aumenta el margen de maniobra de las autoridades monetarias, también acerca el fantasma de una deflación serial a la japonesa. Pero ese margen de maniobra no es tan alto como presume Rugoff: la tasa de interés norteamericana está en un 1,75 por ciento, su punto más bajo en 40 años, y una nueva rebaja como la que parece venirse antes de fin de año puede limitarse a una confesión de derrota por parte del Tesoro y la Reserva Federal de Estados Unidos. Y con los déficit fiscal y de cuenta corriente en alza, y el dólar perdiendo fuerza, pueden estar en posición los detonadores del Gran Crash de 2002.