Dom 08.06.2003
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INTERNACIONALES › CONSECUENCIAS ECONOMICAS DEL FRACASO DE EVIAN

Un agua mineral sin gas

Por Claudio Uriarte

La extinta cumbre de Evian no decepcionó: fue de lejos el más trivial de estos ejercicios en trivialidad desde que se estrenó la idea de reunir a los jefes de los países más industrializados del mundo, hace dos décadas.
Para colmar el look de frivolidad, Jacques Chirac tuvo la idea típicamente francesa de invitar en forma paralela a un grupo de jefes de Estado de países en desarrollo (o atrasados, o tercermundistas, o emergentes, según se prefiera) como India, Brasil, México y Sudáfrica, con lo cual se cometieron dos errores: 1) confirmar, gracias a este truco culposo, la idea de esos países de que el G-8 es una especie de gigantesca conspiración de malvados que se reúne a puertas cerradas para decidir sobre el destino del mundo; y 2) diluir más la posible eficacia de un organismo informal que surgió como una reunión conveniente para que los líderes de los países más ricos intercambiaran impresiones y sugirieran cursos de acción. y que ahora se ha convertido en un a monstruosidad burocrática anual donde nada se decide y se deja entrar a cualquiera.
De todas maneras, la reunión estaba condenada a la esterilidad, en parte por el default programático de su principal componente –Estados Unidos– y en parte por el borde de precipicio recesivo en que encuentran las principales locomotoras económicas de Europa –Alemania, Francia e Italia– para no hablar del lamentable estado de Japón tras una década de oscilar entre la recesión y la deflación. Nada casualmente, el mayor éxito que pudieron aducir los anfitriones de la cumbre fue un vago compromiso de George W. Bush en dirección a sostener un “dólar fuerte”. El dólar no prestó atención: el euro alcanzó la marca de $ 1,18 en las operaciones del viernes, y si luego declinó de manera marginal fue debido a que el aumento del desempleo norteamericano estimado por el Departamento de Trabajo (6,1 por ciento, un décimo de punto porcentual) fue menor que el esperado. Es que la expectativa de un dólar fuerte, que ayudaría a reanimar las exportaciones del resto del mundo, se basa en la falaz presunción de que el Departamento del Tesoro o la Reserva Federal estadounidense son instituciones de gigantesco poder que pueden fijar la paridad a su arbitrio. En los hechos, la cotización del dólar está determinada por los mercados y por el creciente déficit de cuenta corriente de Estados Unidos. Estos dos elementos no desaparecen con la retórica de Bush. Más bien, parecen haber llegado para quedarse.
Es verdad que el índice de confianza de los consumidores estadounidenses mejoró, pero eso parece parte del problema y no de la solución: como los precios de las propiedades están inflados pero la tasa de interés está por el suelo, los particulares renuevan sus hipotecas para sostener su consumo, mientras las grandes empresas se resisten a invertir en bienes de capital, teniendo en cuenta que parte de su capacidad instalada ya está ociosa. Eso ayuda a explicar la paradoja de que la economía estadounidense muestre índices de crecimiento mientras el desempleo aumenta. La combinación del déficit comercial con el presupuestario empuja hacia abajo el precio del dólar. Y cuanto más caiga el dólar, peores serán las perspectivas de recuperación europea, mientras los efectos en la economía eatadounidense sólo aparecerán luego de bastante tiempo.

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