AGRO › LA TRAMA DE LA CADENA DE VALOR DE LA COSECHA DE LA PERA
› Por Susana Díaz
El comienzo de la cosecha frutícola en el Alto Valle del Río Negro, que se inicia en enero con la recolección del producto principal, la pera, agudiza las tensiones al interior de la cadena de valor. Los productores primarios o chacareros se quejan del bajo precio que reciben por la fruta. A través de la prensa local, los empacadores y exportadores prenuncian que “este año no será bueno para la fruta”. A cualquier observador imparcial le resultaría difícil entender por qué. La demanda interna y externa sigue sostenida y no hay señales de baja en los precios internacionales. Tanto el concentrado capital local como el internacional continúan invirtiendo en la actividad. La prosperidad de las grandes empresas resulta evidente.
Pero a principios de enero se cierran los contratos de venta. Los frutos no pueden quedar sin cosechar y deben ser enviados a empaque y frío. Los empacadores insisten en que “no hay precios de referencia”. A fines de diciembre pasado se comenzó hablando de 8 centavos de dólar por kilo de pera de primera calidad, cifra que ni siquiera cubría costos de producción. Con esta base, a principios de enero 12 centavos para un producto que llega al consumidor local a no menos de 1 dólar parecía buen precio.
Por estos días los grupos de chacareros más radicalizados cortaron las rutas, en especial el estratégico puente carretero que cruza el río Neuquén, el límite interprovincial. Los moderados amenazaron con impedir el paso de los camiones con la cosecha. Los funcionarios provinciales participaron en las negociaciones entre empacadores y productores. Los trabajadores asalariados, rurales y del empaque y el frío se sumaron a la disputa y se habló de crear una “intersindical”. El gobierno provincial acusó al nacional. A pesar de que las exportaciones salen por “puerto patagónico” (San Antonio Este) y reciben un reintegro que prácticamente equilibra las retenciones, los exportadores consiguieron que los chacareros hagan propios sus reclamos. La culpa del bajísimo precio que reciben, parecen haber creído algunos chacareros, la tienen las retenciones a las exportaciones. Esta lógica excluye la dura realidad de que nada garantiza que, si las retenciones no existiesen, los exportadores no pagarían más por la fruta.
Mientras tanto, los más entendidos explican que el “negocio frutícola” es en realidad “un negocio financiero”, eufemismo que grafica que la clave está en comprar muy barato cuando la cosecha apura al productor y vender caro manejando los plazos a lo largo del año, privilegio de quienes controlan el empaque y enfriado al que se suman acaparadores varios que participan de la cadena de comercialización. El oligopsonio de los empacadores (tres empresas concentran casi el 50 por ciento de las ventas al exterior) convalida en el mercado esta realidad. Finalmente, cualquiera sea el destino final de la fruta, el chacarero nunca se enterará de a cuánto fue vendida su producción, sea en el Mercado Central de Buenos Aires o en algún supermercado europeo. Pero para el chacarero el problema no termina aquí, la gran sorpresa llegará en los próximos meses, cuando el galpón de empaque al que envió su producción le entregue la “liquidación”. Entonces se enterará de que buena parte de las frutas de primera calidad que salieron de su chacra fueron a “descarte”, con lo que una vez más el precio recibido no habrá cubierto los costos.
Como sucede año a año, los productores más pequeños no conseguirán la reproducción simple de su capital y quedarán excluidos del subsistema. En el final del camino está la venta de su tierra al gran capital, muchas veces a través del remate bancario. A nivel político, los representantes provinciales trabajaron esta semana con la Secretaría de Agricultura con el objetivo de crear un fondo de compensación frutícola. La idea consiste en destinar fondos públicos para compensar el precio recibido por el chacarero, lo que significará en la práctica subsidiar al exportador, ya que el Estado se estaría haciendo cargo de parte del precio que, en virtud de su posición oligopsónica, el empacador no paga al productor.
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