AGRO › ¿EXISTE RESPUESTA A LA EXCLUSION SOCIAL POR EL DESARROLLO AGRICOLA?
› Por Susana Díaz
Cuando se mira la estructura de las exportaciones y se agrega a ello el mapa regional, se puede llegar rápidamente a la conclusión, nada novedosa, de que el país sigue siendo esencialmente agroexportador. Al acercar la lupa se observa también que el grueso de las ventas al exterior se asienta en tres complejos, el oleaginoso, el cerealero y los de base bovina. Los cambios en la estructura de precios relativos producidos a partir de 2001 poco han hecho para alterar esta realidad de carácter estructural. Un segundo punto, también nada novedoso, es que la producción agropecuaria ya no es sólo primaria, sino que se genera en el contexto de cadenas agroindustriales.
En lo hasta aquí expuesto, las diferencias ideológicas de los expositores tienen escasa incidencia. Se trata de una descripción destemplada de una realidad económica. Los distintos enfoques surgen a partir de un tercer punto: las exigencias de escala inherentes a las nuevas tecnologías en el marco de la demanda de mercados globales tienen como contrapartida la expulsión de agentes, sean pequeños productores que no pueden adaptarse a la nueva realidad, o trabajadores asalariados cuya mano de obra es reemplazada por la mecanización. Dada esta realidad dictada por el “mercado”, la pregunta inmediata en materia de política sectorial es si es posible evitar que la actividad agropecuaria se vuelva cada vez más excluyente y, si esto es así, cómo se contrarresta esta dinámica social adversa.
En una primera aproximación, las corrientes ideológicas que dan cuenta de la problemática agropecuaria son tres.
1. La primera es la dominante, la que puede leerse sábado a sábado en la prensa especializada y que sobreabunda en la celebración de los mayores rindes, las mayores exportaciones y en las oportunidades infinitas que brindan y brindarán las nuevas tecnologías. Si bien este tipo de exposiciones sirven para comprender las tendencias de la producción, sólo abordan el problema social de manera tangencial. Enmarcadas en la tradición liberal, presuponen que la creación de riqueza por sí sola solucionará tanto la problemática social, como la ambiental y espacial. Para esta línea de pensamiento cualquier intervención estatal, sea cual fuere su carácter, es considerada sacrílega.
2. La segunda corriente acepta implícitamente el carácter socialmente excluyente de la actividad agropecuaria y justifica, por lo tanto, el desdoblamiento del tipo de cambio vía retenciones. La productividad local del agro, sostienen sus cultores, es superior a la de la industria y no puede ser expresada por un tipo de cambio único. A grandes rasgos, esta visión es compartida por muchos funcionarios de la actual administración. En su perspectiva más extrema, la diferenciación cambiaria debería ser la fuente para transferir recursos al sector de menor productividad, la industria, la que a priori se considera como mayor generadora de empleo. Quizá por su énfasis industrialista, el desarrollo a largo plazo del agro queda en segundo plano.
3. La tercera corriente se ocupa de lleno de la problemática de la exclusión, así como de los efectos ambientales adversos de las nuevas tecnologías. En ella abundan los trabajos detallados sobre la realidad social y hasta antropológica de los actores excluidos o en riesgo de exclusión, y no deja de advertirse sobre los peligros que entraña la producción sujeta a los dictados del capitalismo global. Sin embargo, la problemática del desarrollo queda aquí subsumida en una suerte de sociología rural descriptiva.
El balance preliminar es que ninguna de las tres corrientes que se detectan en los trabajos que se ocupan de la problemática agrícola dan respuesta a la pregunta principal. Una respuesta que exige ser pensada.
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