AGRO › LA COMERCIALIZACION DE FRUTAS Y HORTALIZAS
El Gobierno repite el esquema del Mercado de Hacienda de Liniers en el Mercado Central. Fija precios sugeridos máximos en el comercio minorista para repartir márgenes de la cadena.
› Por Claudio Scaletta
Algunas cifras son contundentes y no necesitan mayor explicación. La papa en el Mercado Central de Buenos Aires (MCBA) se consigue a entre 35 y 38 centavos el kilo. El mismo producto tanto en verdulerías como en supermercados se vende a entre 1,20 y 1,50 peso. Un margen de comercialización de más del 300 por ciento. El ejemplo de la papa es uno de los más extremos, pero ningún margen de comercialización de frutas y hortalizas baja de entre 150 y 200 por ciento.
Los datos sobre la inflación del pasado febrero muestran, según los adelantos trascendidos, que los productos que se encuentran al tope de las subas son precisamente aquellos que en buena parte pasan por el MCBA: las frutas un 7 por ciento, y las hortalizas un 17 por ciento.
Entre los argumentos que se escuchan en la cadena de comercialización se habla de la naturaleza estacional de algunas producciones y de los problemas climáticos. El repaso de los márgenes de venta, en cambio, muestra que no son pocos los casos en que los precios mayoristas de los productos son marginales en relación con los minoristas.
Podría pensarse que se está frente a la lógica interna de todas las cadenas agroindustriales, donde ya está “naturalizado” que el productor primario reciba un precio marginal. La magnitud de los márgenes de comercialización muestra en cambio que el problema está en otra parte.
En el MCBA se comercializan 36 tipos de productos frescos sumamente heterogéneos. Algunos son el resultado de procesos productivos de corto plazo, a veces sólo meses, que se desenvuelven en mercados con altos niveles de informalidad y con destino predominante al consumo local, como por ejemplo muchas hortalizas. Otros se encuentran en el otro extremo, sus ciclos productivos demandan muchos años –al margen del ciclo anual de las cosechas, las plantas requieren cuidados plurianuales para alcanzar su producción plena–, se destinan predominantemente al consumo de exportación y sus circuitos productivos son más formales. Es el caso de muchas frutas.
Reconcentrado en los datos de la canasta básica, donde frutas y hortalizas tienen un peso importante –y no en los problemas de extracción de renta al interior de las cadenas productivas–, el Gobierno decidió repetir el esquema del mercado de hacienda de Liniers en el MCBA. El camino fue el resultado de la política única de control de precios elegida: fijar precios sugeridos máximos en el comercio minorista con el objeto de repartir márgenes a lo largo de la cadena de comercialización. Aunque frutas y verduras son, como se dijo, productos más heterogéneos que el ganado, el resultado en el MCBA fue el mismo que en Liniers: el comercio minorista no achicó márgenes y todo el peso del ajuste cayó en el productor primario. Para peor, a diferencia de lo que pasó con la carne, donde existió alguna baja minorista, el grueso de las podas que sufrieron muchos productores primarios y consignatarios no llegó a los consumidores.
Quizá el dato más patético es el que cualquier lector puede corroborar en su visita a cualquier supermercado –sea de la Capital, del conurbano o de cualquier ciudad del interior–. El precio sugerido, el acordado entre Gobierno y privados y anunciado con pompa y boato efectivamente se consigue, pero en productos cuya calidad es paupérrima. Los productos de mejor calidad, aquellos que no entrarán en la medición del Indec, tienen precios muy superiores. Si se trata de una política progresiva para abaratar los productos que consumen los más pobres es ciertamente bastante particular.
Mientras en primer plano se enfoca el maquillaje de los precios, la gran ausente en materia de acción estatal es una política de abastecimiento de largo plazo. Salvo para algunas cadenas frutícolas, las estadísticas productivas de los bienes que se comercializan en el MCBA no existen. De esta manera resulta imposible la planificación y la regulación de la oferta o el incentivo o precios sostén a la producción de algunos productos clave de la canasta. Algunos efectos de los ‘90 también podrían revertirse. La banana, por la que a veces se pagan precios de importación siderales (cuando hay competencia con los mercados europeos), dejó de producirse en Salta y Formosa. La lechuga del cinturón hortícola de la zona norte fue desplazada por los emprendimientos inmobiliarios, aunque éste ya es otro problema. Mientras la política única sigue, muchos productos dejaron de pasar por el MCBA de acuerdo con estimaciones privadas; alrededor del 10 por ciento en los últimos tres meses.
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