A sus 95 años, John Kenneth Galbraith acaba de publicar La economía del fraude inocente, y expone ideas como las siguientes:

Muchos de los términos y de las ideas que impregnan los debates económicos son tremendamente engañosos. Por ejemplo la distinción entre el sector público y el privado, que es más retórica que real. Y la idea de que accionistas y directores juegan un papel importante en las compañías modernas, que es igualmente especiosa. O el rol de la Reserva Federal, que ha sido muy exagerado.

Estados Unidos es un poder imperial muy pobre. No es apto para manejarse con diferencias religiosas y raciales muy enraizadas. Algo como la invasión a Irak provoca grandes dudas. Mi esperanza es que les dejemos todo a los iraquíes, reconociendo que las cosas no irán bien, pero nunca tan mal como si siguiéramos allá. No hay otra alternativa sino la retirada. Permaneciendo en Irak nos convertimos en una gran fuente de conflicto.

Las empresas toman prestado e invierten cuando ven una oportunidad de ganar dinero. Y salvo en el caso de la industria de la vivienda, no prestan atención a las tasas de interés, excepto cuando leen sobre éstas en el diario. Esto para relativizar que el haber mantenido en 1 por ciento la tasa de los fondos de la Fed haya jugado un papel clave en la recuperación económica.

No tengo nada contra los ricos. Pero desgravarlos no es la forma más efectiva de ayudar a la economía. El gasto de las grandes corporaciones y de los ricos puede ser muy incierto. Mucho más eficaz es darles beneficios impositivos a los pobres. Rehuimos hacerlo porque nos parece una medida social y no económica, un humanitarismo descaminado.

Hoy vemos que se identifican las necesidades de las grandes corporaciones como buena política económica. Uno de los efectos adversos de esto es el apoyo que recibe la industria del armamento.

Pienso que los mejores días de Estados Unidos han quedado atrás. Peor aún si seguimos operando militarmente alrededor del mundo.