A un argentino habituado a los enfrentamientos fratricidas entre las pyme y las grandes empresas podrá sorprenderlo hallar en la página virtual del estadounidense Comité de Supervivencia de la Pequeña Empresa una vehemente defensa de los ricos. Su valiente autor, rubicundo, con esa expresión satisfecha de quien no abriga envidias ni odios de clase, es Raymond J. Keating, economista jefe de la organización. Sin complejos, confiesa gustar de los magnates por el bien que éstos prodigan a la economía, sin importar cómo amasaron su fortuna. Dado que algo tienen que hacer con tanto dinero, unos invierten en nuevas ideas, proyectos innovativos y lanzamientos, otros simplemente apuestan a negocios ya establecidos, y además colaboran con diversas iglesias y obras de caridad. Los hay también que gastan lujuriosamente en cruceros, autos lujosos, yates, mansiones y toda suerte de consumos ostentosos. ¿Y con eso qué? ¡Cuántas empresas y cuántos empleos dependen de la demanda suntuaria de los opulentos! La imposición progresiva de los ingresos es mala porque disuade de trabajar, ahorrar, invertir y tomar riesgos. Eso es nocivo para la economía, como lo es gravar las herencias. Pero hay de todo en la viña del Señor. Así es como nos topamos con ricachos que favorecen la tributación progresiva y combaten las desgravaciones que impulsó George W. Bush en favor de los potentados. Siempre habrá ricos de izquierda, como ésos nucleados en Riqueza Responsable (donde sólo se admite a quienes pertenezcan al cinco por ciento más rico de la escala de ingresos), que no entienden cómo funciona la economía y el crucial papel que juegan las grandes fortunas en ella. Es gente convencida de que no necesitan tener tanto dinero, y que no entienden por tanto la razón de que los republicanos les reduzcan los impuestos, o quizás experimenten sentimientos de culpa, como supone Keating. Ellos ven beneficioso pasarle al Estado grandes cantidades de plata, sin percatarse de los inherentes incentivos al despilfarro que hay en todo gobierno. Un rico siempre hará con su dinero cosas más productivas que un burócrata. Desde luego.