ENFOQUE
› Por Gustavo Eidlin * y Juan C. Latrichano **
Durante los primeros años de gobierno kirchnerista (2003-2007), el aumento de precios se dio en un contexto de combinación de un crecimiento sostenido del gasto público, donde cobró importancia la inflación por exceso de demanda, una política monetaria expansiva y una recuperación del poder de compra de los trabajadores; fruto del resurgimiento económico que acercó al máximo la utilización de la capacidad instalada luego de un largo período de recesión.
En 2008, el inconveniente con la patronal agraria dio un nuevo golpe a la falta de oferta de bienes de primera necesidad y el problema con los medios monopólicos de comunicación, junto con los augurios de varios de los analistas económicos más ortodoxos, aportaron su pesimismo, materializado en proyecciones negativas sobre el futuro económico del país. A todos los componentes nombrados se les sumó el ingrediente cambiario. Sin una gran repercusión mediática, el peso se depreció 9 por ciento con respecto al dólar, incrementando los costos de algunos insumos y productos provenientes del exterior. El sector empresario no vaciló en trasladarlo a precios y en consecuencia los sindicatos siguieron solicitando aumentos salariales para el sector trabajador.
El 2009 fue un año complicado para la economía nacional, en gran medida por la importante baja en el nivel de exportaciones debido a la crisis financiera en Estados Unidos y Europa, y por haber tenido una muy pobre cosecha. La inflación no fue un tema tan preocupante. El comienzo de una nueva recesión tuvo a la población en vilo y el Gobierno acudió a políticas que incentivaran el consumo para que la recesión no perdurara en el tiempo.
El 2010 se inició con dos hechos relevantes; por un lado, la reanudación del crecimiento de la economía estimándose que el PBI crecerá de 5 a 6 por ciento; por otro, el recrudecimiento del proceso inflacionario que tiene como principales impulsores las mismas razones que se han comentado, las cuales se complementan y se potencian. Las preguntas básicas que surgen son: ¿cuál es la mejor forma de solucionar el problema inflacionario sin interrumpir la tendencia creciente del Producto?, ¿puede una crisis económica evitarse solamente controlando el nivel de inflación?
Por el lado de la inflación de demanda, no somos partidarios de los que tienden a limitar los aumentos salariales, dado que las estadísticas desde 1976 muestran una tendencia a la baja de la participación de los trabajadores en el Producto (salvando el período 2003-2007) sin una contrapartida significativa en un aumento en la capacidad instalada. La mejor salida sería ampliando la frontera de producción, tomando el crédito como un factor dinamizante de la inversión, reuniendo principalmente las siguientes características: favorecer a las pymes que presenten balances creíbles, con una tasa de interés relacionada con la rentabilidad esperada y con tendencia al largo plazo, compatible con el ciclo de producción. Para lograr dichos objetivos, es indispensable la creación de un Banco de Desarrollo, cuya principal función sea la de brindar créditos orientados selectivamente para la producción y creación de nuevas empresas.
En lo referente a las políticas fiscales expansivas, es inadecuado un recorte del gasto público, dado que en la economía argentina ésta ha sido la mayor herramienta redistributiva. Los economistas ortodoxos, junto con los organismos multilaterales de crédito, suelen aconsejar reducir el ritmo de la economía, disminuyendo el nivel de gasto o aumentando los impuestos, partiendo de la idea de que un exceso de demanda genera inflación. Esto sería cierto siempre que no haya recursos desempleados buscando insertarse en el mercado laboral. En este punto también se sugiere una reforma impositiva realmente progresiva, donde se graven menos el consumo y la inversión y más las ganancias extraordinarias, especialmente devenidas por la renta financiera.
Por el lado de las políticas monetarias expansivas es conveniente una política coordinada entre el Banco Central y el Ministerio de Economía, pro desarrollo, que canalice los créditos y modere la emisión monetaria a las necesidades productivas del país.
En cuanto a la puja distributiva, la principal medida a tomar se basa en la creación de un Consejo Económico y Social, con participación de todas las fuerzas económicas del país, para llegar a un acuerdo consensuado sobre una distribución funcional y un salario real que mantenga satisfechos a ambos sectores (empresarios y trabajadores), con la finalidad de atenuar la actual espiral ascendente.
Hay maneras de mantener la inflación bajo control, y no debería ser la principal preocupación. Vale observar el Viejo Continente y leer lo que sucede con las economías de España y Grecia, que han tenido en 2009 “escalofriantes” tasas de inflación de 0,7 y 1,6 por ciento, respectivamente, envidiables para gran parte de los economistas neoliberales, pero sin embargo están sufriendo una importante recesión, y cuyos gobiernos están obligados por la Comunidad Europea a realizar un ajuste fiscal a cambio de ayuda monetaria, algo similar a lo sucedido en 2001 en Argentina, cuando la inflación anual fue de -1,5 por ciento.
Durante los últimos años el aumento de precios se ha podido mantener bajo cierto control vía regulación y otorgamiento de subsidios, impidiendo que la inflación inercial se transforme en exponencial. Sin embargo, si no se generan cambios estructurales que modifiquen la matriz productiva y redistributiva, cualquier medida de control de la inflación no perdurará en el tiempo. Esto es confirmado fuertemente por la historia y estamos a tiempo de desarrollar las políticas económicas necesarias para lograr mantener bajo control a la inflación en el largo plazo, mediante la ampliación de la oferta productiva, acuerdos entre empresarios y trabajadores, y una mejor coordinación de las políticas fiscales, monetarias y cambiarias
* Economista Grupo Periferia-UADE.
** Vicedecano UNLZ FCE, Analista CGE Metropolitana.
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