Sáb 06.11.2010
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ENFOQUE

Dilemas de la economía

› Por Claudio Scaletta

Algunos datos de la macroeconomía son contundentes. El escenario mundial es positivo. El freno en el crecimiento de los países desarrollados está lejos de afectar el precio de las commodities agropecuarias. Además, estos países intentan paliar la crisis vía expansión monetaria generando una gran liquidez internacional. Antes que la salida de capitales, el problema es hoy una entrada que presiona, junto con las exportaciones, a la revaluación de la moneda local. Mientras esto sucede en el frente externo, el Banco Central revisó al alza el crecimiento de la economía para 2010 elevando su estimación al 9 por ciento. Tras el freno de 2009, en el que tuvo gran peso la caída de la producción agropecuaria local por la sequía, el modelo parece regresar a la “normalidad” expansiva iniciada en 2003.

Escudados en los números del crecimiento, que no sólo es agrícola, sino también de su industria derivada y, también de la producción de Manufacturas de Origen Industrial, con el sector automotor a la cabeza, desde el Ministerio de Economía niegan que haya variables fuera de control.

Sobre la evolución de los precios sostienen que no existe una “espiralización” de la inflación. Argumentan, con el respaldo de los números, que no se observa deterioro en los indicadores de la demanda. El Consumo Privado sigue impulsando el crecimiento y la Inversión cerrará este año por encima de los 22 puntos del PIB. A pesar del desenfreno antimodelo de la cúpula de las corporaciones empresarias, parece que el “clima” de los consumidores y los inversores dista de anunciar tormentas.

Respecto al sensible punto de los aumentos de precios, los funcionarios los atribuyen a tres causas: 1) el derrame de la inflación internacional de las commodities; 2) algunos comportamientos puntuales como el del mercado cárnico, donde se asiste a la reversión del ciclo de liquidación de vientres provocado por la sequía de 2009, y 3) la propia dinámica del crecimiento, que incide en especial en los precios no regulados.

Sobre el precio del dólar los argumentos son menos potentes. Se reconoce la inflación en dólares, pero se considera que el nivel de tipo de cambio continúa siendo competitivo contra una canasta de monedas de los principales destinos de exportación, la que incluye al sobrevaluado real. Si esto es así, convendrá estar atentos a lo que sucede en los circuitos regionales exportadores. En particular, evitar la redituable tentación de regalar rebajas o eliminación de retenciones allí donde las tensiones son distributivas antes que productivas.

Cuando el escenario económico descripto se observa desde la política, la conclusión es casi obvia: los desafíos para la continuidad del modelo son políticos, entendiendo por político el ordenamiento de la base de alianzas que antes comandaba Néstor Kirchner. Pero visto desde la economía, el desafío político significa otra cosa: asumir que la demanda del modelo es continuar con las reformas.

Los economistas del establishment preferirían hoy presentar un escenario en el que el debate económico se redujera a la discusión de los efectos inflacionarios del modelo de crecimiento. El tipo de cambio sería en este marco sólo una cuestión colateral. De hecho, si se dejase actuar al brazo político del poder financiero, el FMI, todo se solucionaría con altas tasas de interés y apreciación cambiaria. La propuesta cerraría perfecto con la actual liquidez internacional. La contrapartida sería una película conocida, entrada inicial de capitales, valorización financiera y destrucción del aparato productivo. Eso sí, seguramente con menor inflación.

Sin desdeñar los efectos colaterales como los aumentos de precios, una visión más heterodoxa propone una lectura distinta. Si fue el gobierno de Néstor Kirchner el que sentó las bases para retomar el desarrollo, le tocó al de Cristina tomar algunas de las “grandes medidas”, como la eliminación del régimen de AFJP y la Asignación Universal por Hijo. El camino lógico sería entonces continuar en esta línea. Las reformas ya están en la agenda y fueron plasmadas en proyectos de ley sobre los que resta construir consensos. Y el consenso no es la ilusión de dialogar formalmente con aquellos que siempre defenderán al antiguo régimen, sino acordar con quienes comparten el piso del desarrollo con inclusión. Los más destacados de estos proyectos son el de reforma de la ley de entidades financieras de 1977, presentado por Carlos Heller, y el que demanda que el artículo 14 bis de la Constitución Nacional no sea letra muerta, presentado por Héctor Recalde. Para un estadio superior quedaría una reforma impositiva que comience por gravar la renta financiera.

El dilema del presente, entonces, es dejar a la economía en piloto automático y centralizar la discusión en algunos efectos no deseados como inflación y tipo de cambio o concentrarse en avanzar con las reformas. Este avance presupone tener resuelto el frente político, pero lo que importa aquí es que ambas dimensiones, política y económica, no sean objetivos separados

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