ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
La globalización de la información pública permite que desde un remoto lugar del extremo sur del planeta puedan seguirse online los debates que genera la crisis económica europea, que algunos definen como financiera. Para el lector local la experiencia es fuerte. Es imposible no descubrir en Grecia, en Irlanda, en España, constantes analogías con la experiencia argentina de fines del siglo XX. No sólo por los “tipos de cambio que no expresan las productividades de las economías”, sino por los consejos de especialistas y organismos internacionales.
Aunque hoy los economistas tienen grandes discusiones teórica, no está en debate el carácter científico de la disciplina. Ello implica, entre otras cosas, relaciones causa-efecto entre política económica y realidad. El final de la película europea es entonces predecible. Al menos desde F. D. Roosevelt y J. M. Keynes se sabe que la reactivación no nace del ajuste: a los países europeos en crisis sólo les cabe esperar deterioro de las condiciones sociales, alto desempleo y caída del poder de negociación de los asalariados. A ello se sumará la afectación de los sistemas previsionales y del patrimonio público. Se trata de los efectos conocidos de las políticas de ajuste dictadas por los organismos financieros internacionales, sufrimiento autoinfligido que ni siquiera garantiza la luz al final del túnel.
Aunque en la superficie todo parezca financiero, el verdadero problema de Europa sólo se debate marginalmente: dentro del euro muchos países tienen un tipo de cambio que no expresa las productividades de sus economías.
Llevado a nivel global la “guerra de divisas” no es más que una extensión de esta problemática. En un trabajo difundido esta semana por el Observatorio Económico de la Red Mercosur, el economista José María Fanelli expone las alternativas teóricas en pugna en Estados Unidos. Repasando el típico debate entre keynesianos y ortodoxos, que se sintetiza a gran escala en estimular la demanda o favorecer la oferta, Fanelli se pregunta: “¿Cuál de estos caminos opuestos tomar para salir de la recesión? ¿Se debería aumentar la demanda agregada vía gasto público aun a costa del riesgo de incrementar el déficit y la deuda pública más allá de lo sostenible? O, por el contrario, ¿se deberían reducir gastos e impuestos para incentivar la producción aun a riesgo de impulsar una deflación y deteriorar la distribución del ingreso? Ambos bandos no pueden estar en lo cierto”. Para responder la pregunta del millón, el economista explora una “tercera vía”: ¿Existe una política capaz de inducir incrementos simultáneos en la demanda de productos locales y en la rentabilidad empresaria de forma de incentivar la oferta? La observación de las experiencias de ajuste que realizaron otros países ante situaciones de stress financiero similares durante lo que va de la segunda globalización sugiere que sí. “Esa tercera alternativa consiste en incentivar las exportaciones utilizando como instrumento básico la depreciación de la moneda nacional.”
Cuando se observa el panorama desde esta perspectiva, la iniciativa de la FED de inyectar 600.000 millones de dólares admite otra lectura. Al parecer, en la FED piensan, como los economistas keynesianos, que sin aumentos de la demanda agregada, la economía no saldrá de la recesión. A su vez, comparten también la visión más ortodoxa de que no es posible seguir aumentando la deuda pública.
Para los países emergentes esta política entraña un severo riesgo. La mayor liquidez inducida por Estados Unidos puede exacerbar la entrada de capitales y, con ello, inducir revaluaciones cambiarias. Fanelli concluye que “Argentina, por supuesto, no está libre de estos riesgos como lo muestra la creciente pérdida de competitividad asociada a un dólar quieto en un contexto de aceleración inflacionaria”.
Nada de lo expuesto puede separarse de los acontecimientos de la economía local, donde el tema central de la semana no fue la acción opositora, con denuncias delirantes y capítulo pugilístico incluido, de trabar la sanción de la ley de Presupuesto, movida que en la práctica no generará ninguna traba efectiva para el 2011, sino el anuncio del pago al Club de París sin la intervención del FMI.
Aunque puede considerarse un triunfo mantener al poder financiero internacional, expresado por el Fondo, afuera de las decisiones de la política económica, existe un temor manifestado por muchos economistas cercanos al Gobierno; un reparo frente a la lógica que está por detrás del concluido canje de deuda con los bonistas que rechazaron la propuesta de 2005 (porción de la deuda que, en consecuencia, ya estaba regularizada) y con el pago al Club.
Siguiendo la “tercera vía”, Argentina combinó la oportunidad abierta por el ciclo alcista de los commodities con políticas internas activas. Ello le permitió obtener un balance externo positivo y avanzar hacia la eliminación de las históricas condicionalidad impuestas por el endeudamiento público. Pero si completar la salida del default tras una década sirve efectivamente para que vuelvan a abrirse los mercados voluntarios de crédito, no se trata automáticamente de una buena noticia. Contar con este recurso, por ejemplo para refinanciar deuda existente, puede ser un extra, pero las políticas que generaron una rápida salida de la crisis tras la debacle de la convertibilidad y que permitieron la continuidad del crecimiento económico se debieron, en buena medida, a la imposibilidad de seguir tomando recursos del exterior, al imperativo de desarrollarse únicamente con recursos propios. Mirando desde el presente, el nivel de reservas y la liquidez del sistema financiero no parecen demandar recursos del exterior para financiar la inversión privada. Antes bien, la mejora en la financiación de la inversión parece depender más de factores internos que externos, como la reforma de la vetusta ley de entidades financieras o la creación de un banco de desarrollo.
En un contexto de mayor liquidez internacional la tentación a tomar el atajo del financiamiento externo suma un riesgo, no una ventaja. Y un dato más: suponiendo un altamente improbable cambio de signo de la política económica después de 2011, podría ocurrir que el ciclo actual sólo haya servido de impasse entre ciclos de endeudamiento. Esto último, claro, es sólo un mal sueño
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