Dom 30.12.2012
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ENFOQUE

Violencia y futuro

› Por Claudio Scaletta

Los fenómenos de polarización de las opiniones políticas, y dentro de ellas las económicas, resultan generalmente de contextos violentos. Si se mira la historia reciente, ninguna administración sufrió un asedio mediático tan potente como la actual. La economía del kirchnerismo podrá gustar más o menos, pero a juzgar por los resultados evidentes de las principales variables, no existen razones que justifiquen la magnitud del asedio. La violencia mediática de la que es víctima sería incomprensible por fuera de la puja entre algunos grupos económicos y el Estado, aunque el mundo no es binario. La política económica presente no es la que elegiría el poder económico en bloque, pero tampoco es una revolución. Las clases dominantes, aunque no todas lo entiendan, se cuentan entre los beneficiarios del “modelo”. Si así no fuese, no se entendería una década de estabilidad política y social que, en los primeros años, hasta se expresó en una alianza fallida con la “burguesía nacional”. Ninguno de estos datos se condice con la persistencia del discurso catastrofista. Si el país fuese el nido de corrupción y fracasos que cotidianamente describe la prensa hegemónica, estaría al borde de la disolución.

Los fracasos están en otra parte. Quienes conocen el devenir de la economía en, al menos, los últimos treinta años, no pueden menos que sorprenderse por la tendencia de los sectores privilegiados en reivindicar procederes económicos que ya demostraron acabadamente su ineptitud, no sólo en Argentina. Entre los opositores dispersos nadie parece preguntarse por qué quienes llevaron adelante la desindustrialización, el megaendeudamiento, el achicamiento del Producto y la distribución regresiva del ingreso, podrían hoy reconducir la economía hacia un nuevo estadio de desarrollo que supere las limitaciones del presente.

Esta mezcla en el escenario público entre violencia discursiva y personeros del fracaso ayuda a interpretar, tanto como los logros propios, por qué en las últimas elecciones existieron más de treinta y cinco puntos de diferencia entre el oficialismo y la segunda fuerza.

Pero violencia y persistencia de actores fracasados también explican la polarización del discurso. El fenómeno no es necesariamente negativo en tiempos de surgimiento de un nuevo régimen que demanda definiciones fundamentales. Sin embargo, llegado cierto punto, la evolución necesita de la crítica.

Dos ejemplos: la crítica al filtro de los salarios por parte de las AFJP llevó a la eliminación del régimen privado; la crítica al “modelo mixto” de intervención en el mercado hidrocarburífero fue la que condujo a la recuperación parcial de YPF. ¿Por qué estas medidas necesarias recién se tomaron de urgencia? Una respuesta posible es que la actitud defensiva frente a la violencia mediática llevó a destacar solamente los logros, dejando de lado las carencias. Mirar solamente el vaso medio lleno es una actitud útil para la militancia, pero no para los hacedores de política. Luego, mirar solo la parte llena del vaso no es un problema en tanto siga llenándose. No parece el caso actual, cuando la economía presenta importantes señales de freno.

No es verdad, como señala la ortodoxia, que el principal problema de la economía sea la inflación o la revaluación. Aunque estas cuestiones importen en distinto grado, no deben confundirse causas con efectos. Hoy el principal problema es estructural: el ritmo del crecimiento. El “modelo” no es “tipo de cambio devaluado más superávit gemelos”, sino “crecimiento con inclusión”. Mirando hacia 2013, debe insistirse en este punto porque abundan los economistas, dentro o cerca del Gobierno, que sostienen que no importa estacionarse en un nivel de crecimiento más bajo, por ejemplo; en torno del 1 o 2 por ciento. Si se quieren mantener los logros conquistados a partir de 2003, esta resignación es inadmisible.

Mirando al futuro para mantener tasas elevadas de crecimiento ya no alcanzará con los modos de intervención pública ensayados hasta el presente. El acercamiento a una potencial restricción externa, inherente a la expansión del Producto en una economía con “heterogeneidad estructural”, requiere una intervención del Estado mucho más activa.

Sobre la desaceleración de 2012 existe consenso en que se debió a tres razones: el contexto internacional, principalmente el freno de Brasil, cuestiones climáticas que afectaron las exportaciones tradicionales y un insuficiente estímulo de la demanda; también por tres razones: algo de ajuste fiscal, baja inversión pública y restricción externa.

Del diagnóstico surge la propuesta. No hay magia: para retornar al alto crecimiento se debe alejar la restricción externa y estimular la demanda. El camino tradicional fue prenderle una vela al clima para que aumente la cosecha, otra vela a los precios internacionales y una tercera a Brasil. En adelante ya no bastará con esto. Tampoco solamente con sostener condiciones macroeconómicas o con facilitar el crédito a los sectores productivos; a las pymes y a las regiones, según propone, por ejemplo, la Programación 2013 del BCRA habilitada por la reforma de la Carta Orgánica. En otras palabras, ya no alcanza con que el Estado intervenga favoreciendo las condiciones para que el sector privado invierta más. Se necesita un deliberado plan de industrialización, para el que hoy el sector público no cuenta siquiera con una matriz insumo-producto actualizada que permita elegir sectores, mejorar costos y detectar cuellos de botella.

¿Qué países se tienen como referencia cuando se piensa en industrialización y de-sarrollo? La respuesta: los del sudeste asiático. Y lo que allí se observa son altos niveles de inversión pública, con conglomerados de empresas públicas o mixtas llevando adelante la programación para sectores elegidos. Algo así como muchos Invap y muchas nuevas YPF.

Una alternativa para ampliar la Inversión Pública local, que hoy ronda apenas los 4 puntos del PIB, sería que el Estado encare un agresivo plan de desarrollo de la infraestructura ferroviaria. Aquí también, como con los hidrocarburos, hay que tirar por la borda la intervención realizada hasta el presente vía subsidios a privados. Los efectos de este plan serían múltiples; desde el estímulo de la demanda agregada a la baja generalizada de los costos de transporte, incluido el poder de algunos gremios.

Mientras estos procesos maduran será necesario financiar la cuenta corriente. ¿Por qué Argentina creció en 2012 menos que otras economías latinoamericanas? ¿El resto de Latinoamérica no sufrió también condiciones internacionales adversas? ¿No tiene problemas de restricción externa? Una respuesta inquietante es que casi todas las economías latinoamericanas tienen algo de déficit de cuenta corriente que financiaron vía cuenta capital. Muchos países, como Brasil, aunque no sea ejemplo por sus tasas de crecimiento, colocaron títulos en moneda local que, como tienen tasas mayores que las internacionales, se traducen en ingresos de divisas. Es una manera menos peligrosa de endeudarse que tomar créditos directamente en dólares, pero que no está disponible para Argentina por dos razones que no incluyen la “confianza de los mercados”: el Indec y las restricciones cambiarias. Es un ejemplo. Se necesitará agudizar la creatividad y destacar que se trata de un endeudamiento completamente diferente del del pasado. El norte es claro. El bajo crecimiento no es opción

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