ENFOQUE › LAS OPCIONES DE EUROPA FRENTE A LA CRISIS
› Por Claudio Scaletta
En su “Historia del siglo XX”, Eric Hobsbawm, analizando el abismo económico de entreguerras, escribió: “Para aquellos de nosotros que vivimos los años de la Gran Depresión todavía resulta incomprensible que la ortodoxia del mercado libre, tan patentemente desacreditada, haya podido presidir nuevamente un período general de depresión a finales de los años ochenta y comienzos de los noventa, en el que se ha mostrado igualmente incapaz de aportar soluciones” (Crítica, 1998, pág.110). Parafraseando el asombro de Hobsbawm, desde Argentina y nuestro tiempo es posible escribir: “Para aquellos que vivimos el ajuste recesivo de las postrimerías de la convertibilidad, resulta incomprensible que en Europa se repitan las mismas recetas que, se sabe, conducen al desastre”. Pero según el gran historiador británico, este “extraño fenómeno” de persistir en políticas que se sabe equivocadas, “debe servir para recordarnos el hecho histórico que ilustra: la increíble falta de memoria de los teóricos y prácticos de la economía”.
Aunque el diagnóstico de Hobsbawm es claro y fundado: la absoluta incapacidad de la ortodoxia para aportar soluciones en la fase declinante del ciclo económico, e incluso: su capacidad proverbial para adelantar el cambio de tendencia, la conclusión es más difícil de compartir. Los “teóricos y prácticos de la economía” (ortodoxa) no actúan como lo hacen por desconocimiento o falta de memoria histórica. No desconocen, por ejemplo, que los ajustes fiscales son recesivos. El panorama es más peligroso: creen fervientemente en la necesidad del ajuste como herramienta para recuperar el equilibrio perdido de todas las variables. Son Torquemadas contemporáneos que pregonan la purificación de los mercados. Con prescindencia del sacrificio y el dolor infligido a los otros, el ajuste se convierte en un objetivo en sí mismo.
Luego existe un factor escasamente considerado por los críticos. Aunque las crisis económicas son nocivas para la mayoría de la población, no lo son para todos: hay capitales que se concentran, pasivos que se evaporan, apropiación de patrimonio público, avance sobre los derechos de los trabajadores y disciplinamiento social. Según el lugar de la sociedad que se ocupe, las crisis pueden ser hasta deseables en términos de beneficios. No hay desmemoria en los ideólogos de la ortodoxia. No actúan desde el error o el desconocimiento de los efectos últimos de las políticas que proponen. No es aleatorio equivocarse siempre para el mismo lado.
Regresando a la historia del siglo XX, los efectos sociales de las grandes depresiones no fueron la puerta de entrada para las revoluciones sociales, como ahistóricamente creen las sectas de izquierda que pregonan “cuanto peor, mejor”. Lo que sigue a las depresiones es muy distinto. La crisis del ’30, por ejemplo, minó el liberalismo político lentamente construido durante el siglo XIX, posibilitó el surgimiento del fascismo y fue uno de los principales antecedentes para explicar la Segunda Guerra Mundial. Lo que hoy sucede en Europa es mucho más grave que la simple evolución negativa de algunas variables económicas.
Un artículo de George Soros publicado recientemente, “La tragedia de la Unión Europea”, lo reseña en detalle. Se trata de lo que el financista húngaro-estadounidense llamó, casi eufemísticamente, la construcción de una Europa en dos niveles: la consolidación de un centro rico y acreedor y una periferia pobre y deudora; el centro dominante liderado por Alemania y la periferia subordinada de los llamados Piigs, división que para la UE constituye la semilla de su propia destrucción.
Lo interesante del planteo de Soros es la trama que conduce a la tragedia, el cómo Europa quedó literalmente atrapada en una situación de la que no saldrá indemne. No se trató de un plan deliberado, idea discutible, sino de una serie de errores, también conocidos. Al asumir el euro como moneda común; incompleta, con banca central, pero sin tesoro, sin un claro prestamista de última instancia, los países perdieron también la potestad de imprimir sus propios billetes y, con ello, se expusieron al riesgo de la cesación de pagos. Cuando bajo este orden y por múltiples causas aparecieron los déficit, el resultado fue la creación de una estructura jerárquica de países acreedores y deudores, con los primeros fijando las condiciones, una situación, describe Soros, “políticamente inaceptable”.
El futuro aparece sombrío. La previsión del financista es que existe una alta probabilidad de ruptura del euro, lo que a su vez terminará con la UE, o en todo caso dará lugar a una UE reducida sólo a los acreedores. En particular, concluye, “la ruptura dejará una herencia de desconfianza y hostilidad mutuas. Cuanto más tarde en producirse, peor será el resultado final”.
Frente a este escenario de resquebrajamiento, Soros se pregunta por alternativas posibles que, nuevamente, retrotraen a la experiencia argentina de la postconvertibilidad. No hay magia, para salir de la recesión y crecer los países deudores que integran la UE no pueden tener una moneda valuada en función de la productividad de Alemania. A su vez, sólo el crecimiento permitirá a los deudores pagar sus deudas. Las opciones posibles son dos. Que Alemania salga de la zona del euro o bien que conduzca el escenario como una “potencia hegemónica buena”.
- La opción de una UE sin Alemania significaría una inmediata devaluación del euro, con depreciación de deudas y recupero de la competitividad. El costo para Alemania sería la pérdida del valor de sus inversiones y una depreciación de sus acreencias. Pero dado que la pérdida sería mayor en proporción directa al nivel de devaluación, los propios acreedores harían esfuerzos por mantenerla dentro de límites razonables.
- La opción de quedarse y dirigir, en tanto, supone que Alemania asuma que los acreedores sólo podrán pagar si logran volver a crecer, lo que demandaría otras reglas macroeconómicas, con más déficit e inflación en el corto plazo, y poner dinero.
En ambos casos, insiste Soros, la situación final sería mejor a la del presente: con recesión prolongada, conflictos sociales y ruptura del euro y la UE al final del túnel. Sin embargo, en Alemania nadie está convencido de que éstas sean las posibilidades más sensatas. Allí todavía creen que el único camino es insistir con Torquemada; hasta Soros es un hereje.
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