ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Cuando se piensa en los problemas de la economía actual, reaparecen algunas ideas básicas. La primera es el cambio de velocidad en el crecimiento; la segunda, más compleja, es la ausencia de planificación. La propuesta oficial para las primarias de agosto parece limitada a la consolidación de lo ya logrado. Por eso, el leitmotiv para la campaña es el énfasis en “la década ganada”. Y por eso los economistas más cercanos al Gobierno se entusiasman con las cifras de recuperación interanual en algunos indicadores de producción.
Planteado como crítica, esta ausencia de nuevas propuestas transformadoras encuentra un límite: el actual proyecto político nunca adelantó sus principales medidas, siempre resolvió sobre la marcha. Esta displicencia por la planificación metódica fue posible gracias a las tasas de crecimiento chinas, pero hoy la etapa del crecimiento fácil parece agotada. Se entiende por “crecimiento fácil” a las tasas elevadas que podían lograrse con el único recurso de impulsar los componentes de la demanda porque el superávit externo lo permitía. Hoy, en cambio, este impulso es condición necesaria, el contraejemplo es 2012, pero no suficiente.
La condición suficiente es una vieja conocida: trabajar para aliviar los factores que concurren para la restricción externa; evitar la carencia estructural de las divisas necesarias para el desarrollo. Marcelo Diamand, en “El péndulo argentino: ¿Hasta cuándo?”, un trabajo de 1985, insistía en que esta tarea demandaba trabajar intensamente sobre cuatro frentes al mismo tiempo:
1. Movilización de las exportaciones industriales.
2. Estímulos a la producción y exportaciones agropecuarias.
3. Una política selectiva de importaciones y de estímulo a la sustitución.
4. El manejo racional de los capitales externos y del sistema financiero interno.
La lógica de estas medidas es de simpleza contable. Generar más dólares mediante las exportaciones tanto agropecuarias como industriales, al mismo tiempo que cuidar los que se tienen y reducir su demanda mediante la sustitución de insumos y bienes finales.
Un detalle a tener en cuenta, que no surge directamente de los cuatro puntos expuestos, es que muchas exportaciones industriales, precisamente por la ausencia de políticas agresivas de sustitución y la destrucción en los ’90 de la capacidad de producción local de bienes de capital e intermedios, son deficitarias. El caso paradigmático es el del complejo automotor, cuyas ventas al exterior demandan más dólares de los que genera. De aquí la necesidad de encarar las cuatro acciones simultáneamente. Desde la perspectiva de la acción política, el gran problema de estas medidas es que son transformaciones cuyos frutos sólo aparecen, como mínimo, a mediano plazo.
Hablar de condiciones necesarias, el impulso de la demanda, y suficientes, alejar la restricción externa, no es un mero juego expositivo. La interacción entre ambas marcó el ciclo de crecimiento reciente y seguirá haciéndolo en el futuro. En “Crecimiento, distribución y restricción externa en Argentina”, publicado en el último número de la imprescindible revista Circus, el investigador de la Universidad Nacional de Luján Fabián Amico destaca que “la restricción externa determina el punto máximo más allá del cual el crecimiento no puede continuar, pero en modo alguno determina el ritmo de crecimiento”. Una expansión de las exportaciones, por ejemplo, sólo desplaza ese máximo, pero el ritmo sigue dependiendo de las políticas macroeconómicas internas. Solo así puede explicarse que la economía local haya crecido más que otras de la región con mejor desempeño externo y con términos del intercambio más favorables. Las cotizaciones de la energía y los minerales, por ejemplo, crecieron por arriba de los productos agropecuarios y sus derivados. Y sólo así, también, puede entenderse el parate registrado en 2012.
Amico destaca que “la etapa que comenzó en 2003 aprovechó muy bien las posibilidades abiertas en los años 2000”, pero también mostró “una marcada carencia en el terreno de las necesarias políticas estructurales para sostener el proceso hacia el futuro. Estas carencias son las que en buena medida ahora se hacen sentir como condicionamientos y restricciones sobre la política económica”.
Si se consulta con cualquier economista del Gobierno, se encuentran coincidencias sobre la necesidad de estas políticas estructurales no implementadas. No ocurre lo mismo con el punto 4 sugerido por Diamand, “el manejo racional de los capitales externos y del sistema financiero interno”, donde existe una marcada resistencia a adoptar políticas. “Mientras la cuenta corriente ingresa en una tendencia deficitaria –continúa Amico–, el diferencial de intereses interno-externo (continúa) negativo, con lo cual la política monetaria, de hecho, está estimulando en buena medida las salidas de capital que, por otro lado, la conducción económica intenta evitar extendiendo los controles.”
El primer balance del panorama actual en términos de sostenimiento del actual proyecto político es inmediato. Aunque resulta fundamental conservar lo logrado en 2003-2011, no podrá conservarse si no se trabaja en los cambios estructurales que permitan continuar con el crecimiento. Una vez más, el camino a seguir no es nuevo. Pero si la principal propuesta electoral se limita a mantener lo conseguido, el oficialismo enfrenta el riesgo de convertirse en una fuerza conservadora. Si se miran las propuestas regresivas de los principales opositores, “conservar” lo logrado puede ser una causa válida. El riesgo de retroceso es muy grande y es tarea de la militancia advertirlo a la población. Pero pensar en el futuro es otra cosa. Es no resignarse al bajo crecimiento, es profundizar en las necesidades del desarrollo y es planificar sin preconceptos cómo alejar el fantasma de la restricción externa, ese detalle estructural de la economía local que se empeña en abortar cíclicamente los procesos de distribución progresiva del ingreso
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