Dom 18.08.2013
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ENFOQUE

Elecciones y economía

› Por Claudio Scaletta

La tentación de tamizar los resultados de las elecciones del pasado domingo desde la economía es grande, pero demanda avanzar con cuidado para que el “cienciacentrismo” no se convierta en plaga. En principio existen algunas similitudes mínimas con otros escenarios electorales. En 2009 se votó en recesión, en 2013 en recuperación, pero después de un 2012 estancado. Otros factores repetidos, como la inflación o hasta el estado del transporte urbano de pasajeros, ya estaban presentes en 2009 y, por supuesto, en 2011; el año del 54 por ciento. En consecuencia, son variables a las que resulta difícil hacerles decir hoy algo distinto que ayer.

No obstante es posible acercar la lupa. La evolución de los indicadores indirectos de consumo muestra que los aumentos de precios tuvieron algún impacto. Según se reseña en el informe de coyuntura de agosto del Departamento de Economía y Administración de la Universidad Nacional de Moreno, durante todo lo que va de 2013 y durante casi todo 2012 las ventas del comercio minorista se mantuvieron negativas en las comparaciones interanuales. Las ventas de los supermercados, en tanto, siguieron en alza, por encima del año pasado, aunque por debajo de 2011. Estos indicadores fueron empujados para arriba después de las paritarias, lo que motivó que se afirme, con un dejo de optimismo, que “el consumo sigue sosteniendo la demanda agregada”. Pero si se mira con desapasionamiento, la imagen del consumo es de un largo, aunque delicado, freno.

En paralelo, el desempleo, luego de tocar un piso del 6,7 por ciento en el último trimestre de 2011, creció hasta el 7,9 en el primer trimestre de este año y bajó al 7,2 en el segundo. El gráfico es de una leve alza después de una larga caída, pero manteniéndose en valores piso respecto del promedio de las décadas recientes. Si hay problemas residen en la persistencia de la precariedad, a pesar de su disminución.

Pensando en actividades con alto efecto multiplicador, como la construcción y la industria automotriz, el panorama es dispar. La construcción privada se frenó, situación que fue parcialmente compensada por la pública. De todas maneras, su evolución fue negativa durante prácticamente todo 2012 y el primer trimestre de 2013, con un repunte recién a partir del último abril. Vale destacar que atribuir el freno del mercado inmobiliario, e indirectamente el de la construcción privada, exclusivamente a las restricciones cambiarias es incompleto. Las restricciones sólo hicieron evidente la burbuja de precios en dólares, los que ni siquiera cayeron ante la devaluación de hecho implícita en el desdoblamiento cambiario post cepo. La burbuja es evidente si se mira el mercado de alquileres, donde aparece rota la relación entre el valor que pagan los inquilinos y los precios de compra de los inmuebles.

En el sector automotor se registró un crecimiento acumulado del 19,2 por ciento en el primer semestre de este año. La suba llegó tras la fuerte contracción del 6,6 por ciento del año pasado, motivada principalmente por el freno de Brasil. Sin embargo, a pesar del buen desempeño automotor, de las 13 ramas industriales que mide el EMI-Indec, en 2012 se contrajeron 4, mientras que en 2013 retroceden 9.

En cuanto a la cuestión cambiaria, es posible que la devaluación de facto para quienes buscan divisas como reserva de valor haya afectado el ánimo de algunos sectores medios y altos, sectores poco propensos a reconocer la compensación que les llegó por vía de los dólares turista y automotor.

Otra dimensión de la cuestión cambiaria es la de quienes demandan una devaluación con el argumento de los costos, lo que no es más que otro capítulo de la puja distributiva entre el capital exportador y el trabajo. Quienes abogan por esta presunta mejora competitiva tienen el deber de presentar las series numéricas históricas que muestren, en los distintos sectores, la correlación entre devaluación y aumento de las ventas externas.

Cabe preguntarse, finalmente, si la suma de estos indicadores alcanza para explicar los resultados del domingo pasado. Sin dudas la economía kirchnerista conoció momentos de mayor auge que el presente, pero está lejos de mostrar números especialmente preocupantes, más allá de variaciones propias de los ciclos económicos. Puede debatirse en qué medida los frenos de 2012 respondieron a mala praxis interna o prevalecieron algunos factores clásicos de la economía local, como la evolución de la cosecha, los precios internacionales o el frío global, el de Brasil incluido. La honestidad intelectual obliga a aceptar que así como se rechazó la explicación del crecimiento por viento de cola, el mismo criterio debe aplicarse para la contracción del año pasado y, también, para la recuperación de los últimos meses.

El panorama general es que la inflación puede ser un problema para el ánimo de muchos votantes, pero no es un problema especialmente distinto del contexto de las dos últimas elecciones. Quizá pueda argumentarse que el único dato realmente nuevo es el de la escasez de dólares, que la restricción externa se encuentra ahora más cerca que en 2011 y por supuesto que en 2009, situación que cambia las expectativas sobre el futuro mediato del crecimiento. Sin embargo, es muy probable que este riesgo no sea percibido por el grueso de los votantes, ya que nunca formó parte de la agenda de campaña. La gran diferencia con los modelos que antagonizan con el oficial es de grado. La heterodoxia, como señaló esta semana el viceministro Axel Kicillof, considera al crecimiento como “un subproducto” de la inclusión social. Es precisamente esta inclusión la que garantiza el sostenimiento de la demanda y la ganancia de las empresas.

Pero, otra vez, ¿alcanzan todas estas variables para explicar una caída del oficialismo por debajo del 30 por ciento de los votos válidos emitidos en las PASO? Es posible que, a pesar de los egos o la tendencia natural de los individuos a explicar lo que los rodea desde sus saberes, la respuesta sea tarea de politólogos y sociólogos antes que de economistas. El problema es que si se abandona la concepción heterodoxa, claramente ausente de la agenda de los candidatos que compiten con el oficialismo, los efectos serán indudablemente económicos. La década ganada podría convertirse rápidamente en la década añorada

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