ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Más afecta a los dimes y diretes, sobrevalorados como “información”, que al análisis económico, la prensa hegemónica construyó en los últimos meses una caricatura de la relación entre el hoy ex presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, y el ministro Axel Kicillof. Según este relato for dummies, el “pragmático” Fábrega sería un defensor de las altas tasas de interés para contener el dólar paralelo en un marco de libertad para los operadores, en tanto el “dogmático” Kicillof sería un partidario de tasas mínimas para evitar medidas procíclicas en momentos de contracción del ciclo económico, y portador, además, de una cerrada voluntad de ponerle “un cepo a todo”; desde las cuevas del blue hasta la plaza bursátil, y así evitar mágicamente una devaluación. Detrás de los actores principales existiría también un enfrentamiento más colosal entre el sector bancario en tanto refugio de los “ahorristas” y la mefistofélica y temible La Cámpora, paradigma del intervencionismo populista. Aunque el relato es tranquilizador en tanto ordena binariamente la complejidad del mundo, con buenos de un lado y malos por el otro, según los gustos, desde lo estrictamente económico la salida de Fábrega es un hecho bastante más rico y útil para interpretar la oscilante política económica reciente.
El primer dato contundente, que no puede dejar de destacarse, fue la unánime letanía de la ortodoxia por la salida del “experimentado banquero” luego de ser vapuleado por el inmisericorde discurso presidencial. Una vez más es necesario recordar que la economía es puja de intereses y que estos intereses se manifiestan en ideología. La ortodoxia representa los intereses de las finanzas y la “sanidad” de un capitalismo productivo está dada por la adecuada regulación de los excesos del sistema financiero. Si todos los representantes de las finanzas se lamentan por la salida de quien debía regularlos, se está ante la más clara señal de que el regulador debía ser desplazado. No es sólo una postura teórica, o de principios. El Banco Central falló en parte de sus funciones. Aunque existe un problema real en la economía con “las expectativas de recomposición de reservas” que pone bajo presión al mercado cambiario, no había razones para que las cotizaciones paralelas arañen los 16 pesos por dólar. Mucho menos cuando se había concedido al sector financiero aumentos de tasas, que en la práctica no sólo cumple con objetivos macroeconómicos, sino que significa grandes ganancias para los bancos. La lógica por detrás es sencilla: si, por ejemplo, un actor económico espera una devaluación del peso del 20 ciento y le ofrecen una tasa del 15, seguramente comprará dólares al valor que sea, pero si le ofrecen una tasa de interés del 25, aprovechará la tasa y se quedará en pesos quitando presión sobre la demanda de divisas. El problema aparece cuando los bancos perciben la debilidad de los gobiernos y comienzan a operar para que la suba de las cotizaciones y tasas se retroalimente. La cuestión deja de ocurrir entre ecuaciones para convertirse en política. En el Ministerio de Economía realizaron un ejercicio de simulación muy sencillo para saber qué tasa debería ofrecerse por las Lebac a 90 días para desalentar la demanda del dólar blue dada la brecha generada: el resultado fue un impresionante 85,5 por ciento. A esta altura, la solución “de mercado” resulta a todas luces incompatible con la estabilidad de las variables macroeconómicas. Y un último dato de contexto para no evadir el análisis. No es cierto que el aumento del gasto también esté por detrás del problema, al menos no en el sentido monetario que se argumenta. Hoy la mayor parte de la suba del gasto se debe a los subsidios, los que a su vez son pesos que van a dólares para importar energía. Sin déficit energético existiría un superávit fiscal del 3 por ciento.
¿Cuáles son hacia delante las alternativas para la política económica? Dado el ejercicio de simulación, está claro que no se puede subir tasas a niveles estratosféricos para evitar una corrida. El camino es bajar las expectativas de devaluación mediante distintas intervenciones sobre el mercado cambiario, como ya se inició esta semana; con suspensión de operadores sospechosos, pero también vendiendo algunas divisas. Seguramente se asistirá a una continuidad en la baja de las reservas hasta que lleguen nuevos dólares del exterior, los que se descuenta llegarán a tasas de un dígito. La apuesta es bastante riesgosa, pero el razonamiento que está por detrás es que sentarse totalmente sobre las reservas significaría más recesión y finalmente mayor costo en divisas. Si éste es el curso de acción, Fábrega no podía quedarse al frente del Central, o dicho de otra manera, el camino demanda un control más férreo sobre los bancos para frenar la bicicleta especulativa entre dólares paralelos –blue, Bolsa y contado con liquidación– y tasas. De todas maneras, desde la nueva conducción del BCRA no descartan la posibilidad de arbitrar activamente con los tipos de interés, pero lo imaginan como un toma y daca. Si se les concede a los bancos mayores intereses, la contrapartida debe ser que no presionen sobre el dólar, como sucedió en las últimas semanas. Y si eso sucede, se hará caer sobre los especuladores todo el peso de los instrumentos que tiene a su disposición la Superintendencia de Entidades Financieras.
La síntesis provisoria es que las turbulencias de los últimos días no pueden explicarse solamente por las variables macro, sino que la política económica, en realidad el Gobierno, se encuentra bajo un fuerte ataque político materializado a través del poder financiero, que creyó que, tras el bloqueo judicial estadounidense a los pagos de la deuda reestructurada, estaban dadas las condiciones para un virtual “golpe de mercado” que forzara una nueva y brutal devaluación. El objetivo: terminar, en lo posible para siempre, con la experiencia populista.
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