Dom 19.10.2014
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ENFOQUE

Sarasa petrolera

› Por Claudio Scaletta

Si hubiese que encontrar un responsable único, aunque tal cosa no existe, de los problemas económicos actuales, la caída de la producción de hidrocarburos estaría al tope de la lista. Ello es así porque la pérdida del autoabastecimiento en medio de un proceso de crecimiento prolongado supuso un significativo aumento de las importaciones de combustibles a partir de 2011 y, con ello, una aceleración del ciclo que conduce a la reaparición de la restricción externa. Luego, esta última restricción es la que le pone techo a la expansión del PBI. Energía no es el único rubro que concurre al riesgo de déficit de cuenta corriente, pero es muy fácil imaginarse un superávit comercial superpositivo si no existiese la necesidad de importar entre 12 y 14 mil millones de dólares anuales de combustibles. La indispensable recuperación de YPF llegó cuando ya era tarde. La tarea de reversión de la tendencia declinante de la producción a nivel país es de mediano y largo plazo.

Concomitante a este escenario fue la conciencia de que, en el marco de la llamada “revolución del shale” iniciada en Estados Unidos, el país posee uno de los reservorios de recursos no convencionales más importantes del mundo. Si no existiesen formaciones como Vaca Muerta y Los Molles en la cuenca neuquina, hoy el debate económico sería seguramente muy distinto. Quizá la industrialización y la sustitución de importaciones de otros insumos ocuparían un lugar mucho más importante. En cambio, la posibilidad de cerrar la brecha externa con el renglón de hidrocarburos aparece como más palpable e inmediata. Dado que se trata de una actividad extractiva no está claro si es una buena noticia. Sin dudas, es bueno que los recursos existan, lo malo es que deben extraerse del subsuelo a un costo que podría superar los 600 mil millones de dólares en las próximas décadas, aunque se autofinanciarían una vez que la actividad se ponga en marcha.

La importancia del autoabastecimiento energético, entonces, es mayúscula por donde se la mire. Su relevancia para el futuro de la economía no necesita mayor demostración. Vale agregar que la revolución del shale fue posible debido al aumento del precio del petróleo. Ello es así porque el proceso “de producción”, es decir la extracción, es mucho más cara. Demanda un reticulado de pozos, donde antes se hacía falta una sola perforación, y la fractura de la roca madre. Hoy, la mayoría de los recursos no convencionales del mundo se extraen en Estados Unidos, donde los costos de producción son los más bajos. Según un estudio del banco de inversión Morgan Stanley publicado esta semana, al que accedió Cash, el “precio de equilibrio” del barril de crudo que vuelve rentable una explotación (breakeven) ronda en Estados Unidos los 63 dólares. En Vaca Muerta este valor se eleva a 82 dólares, el más bajo fuera de Estados Unidos. En otras áreas potenciales, los costos se disparan, el valor de corte escala a 122 dólares en Australia y a 137 en China. Es por estos números que el informe de Morgan Stanley recomienda comprar acciones de YPF, a las que considera “baratas”. Literalmente el banco sostiene que “YPF es una oportunidad de inversión de largo plazo muy atractiva”. Junto a Chevron, la compañía controlada por el Estado nacional es la única que gestiona un cluster shale fuera de Estados Unidos: Loma Campana, con una producción diaria de más de 30.000 barriles equivalentes.

Respecto del precio mínimo para que la producción shale local sea viable, los 82 dólares calculados por Morgan Stanley todavía mantienen a Vaca Muerta dentro del rango según los parámetros internacionales, es decir; sin contar que YPF es una empresa integrada cuyo precio de referencia no es sólo el internacional, sino el valor local del combustible, valor que por ahora arroja un precio interno para el crudo Medanito en torno de los 82-83 dólares.

También debe considerarse si la baja actual llegó para quedarse. Un breve repaso de las tendencias de largo plazo del precio del crudo lleva a dudar de la hipótesis. En junio de 2008 el barril de WTI tocó un techo de 134 dólares (promedio mensual) y cayó a 39,15 dólares en febrero de 2009. Luego volvió a superar los 100 dólares en 2011 y en 2013 y nuevamente entre febrero y julio de 2014. Desde entonces bajó, con variaciones, hasta los 82 dólares de esta semana. Nada indica que una tendencia de tres meses sirva para explicar mucho.

Estos números importan porque en los últimos días abundó la sarasa petrolera. Quienes no logran separar lo malo para el país de lo negativo para el Gobierno se regodearon con la sumatoria de bajas de las distintas commodities. Se llegó a escribir que la reciente baja del crudo significaba poco menos que el fin del sueño de Vaca Muerta. Nada más lejano y por varias razones: primero porque no hay elementos, salvo una presunta y carísima conspiración de la OPEP para terminar con el shale estadounidense, para afirmar que la baja actual es tendencial, segundo porque aun así las inversiones petroleras son de largo plazo, con horizontes de entre 25 y 35 años, y tercero, porque desde una perspectiva estrictamente coyuntural la baja de los hidrocarburos constituye un alivio de corto plazo: a iguales cantidades importadas será menor el gasto y, como mínimo, se compensarán los menores ingresos por las caídas de precios de otras commodities. Finalmente, la mala noticia es en realidad muy buena para un gobierno que no disfrutará del boom del shale, pero que sí se beneficiará del alivio transitorio sobre la restricción externa.

Sí es cierto, en cambio, que una baja tendencial y persistente de precios en un mercado regulado no por la oferta y la demanda, sino políticamente por un cartel, la OPEP, podría demorar las inversiones en Vaca Muerta, pero al presente la afirmación es puramente especulativa. Una pregunta referencial es si el petróleo a 40 dólares en 2009 extinguió la revolución shale en Estados Unidos. Si la respuesta es negativa, menos lo hará el petróleo a 80 con Vaca Muerta.

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