Dom 29.03.2015
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ENFOQUE

Dilma, la ortodoxa

› Por Claudio Scaletta

Hay dos maneras seguras para que un artículo sobre economía pierda lectores aceleradamente, precisamente lo que se supone el redactor quiere evitar. La primera es llenarlo de números, la segunda es meterse en cuestiones teóricas. Aquí se incurrirá, aunque sin exagerar, en el segundo vicio, por lo que se demanda por adelantado un poco de paciencia. El tema es Brasil y la pregunta fundamental, en principio extraña, es por qué un país puede elegir voluntariamente crecer por debajo de sus posibilidades. O más concretamente, por qué los sectores empresarios, que también se benefician del momento del auge del ciclo económico, preferirían regresar a momentos de contracción.

Lo más interesante es que el caso no es exclusivo del vecino, sino un clásico de todas las economías que eligen el camino del ajuste estructural en contextos en los que todavía existen márgenes para políticas expansivas. Quizá sea provinciano mirar el mundo solamente desde los problemas propios. A esta altura nadie que siga las variables de la economía local desconoce que la escasez relativa de divisas es la principal fuente del freno del PIB. Por eso es inevitable volver a preguntarse por qué un gobierno como el brasileño, que no tiene esta restricción, no elige crecer, no al 8 por ciento, lo que siempre genera tensiones, pero sí por lo menos al 3 o 4 por ciento. Las reservas de Brasil son de más de 370 mil millones de dólares y multiplican por más de diez a las de Argentina, aunque ponderando por tamaño del PIB serían el equivalente a 3,5 veces. El país tampoco tiene problemas para financiar su cuenta corriente, su deuda pública está lejos de cualquier descontrol y continúa el ingreso de capitales.

Hay más. Dilma y su partido ganaron las últimas elecciones haciendo publicidad en contra de la ortodoxia económica. En la campaña hasta hubo un spot publicitario que atacaba el fetiche neoliberal de la independencia del Banco Central. Sin embargo, una vez reelecta, la presidenta profundizó la receta ortodoxa, se frenaron los aumentos salariales, se profundizó el ajuste fiscal, se aumentaron tarifas y se provocó una fuerte devaluación. En los anteriores períodos de gobierno del PT, el gran enemigo de la economía había sido la inflación, la que no se originaba en ningún déficit, sino en el persistente aumento de los salarios mínimos por encima de la productividad, algo que ninguna economía puede soportar por mucho tiempo. Pero en los últimos meses, tras la devaluación, la inflación se volvió cambiaria y se disparó sin que las clases dirigentes se muestren ya tan preocupadas por el fenómeno. La razón es simple: los salarios ya no crecen y la economía acumula meses de contracción.

La cuestión se vuelve entonces más urgente: ¿por qué un gobierno elige voluntariamente la contracción? En la historia del pensamiento económico la pregunta no es nueva ni original. El primero en formularla taxativamente fue el gran economista polaco Michal Kalecki en su artículo de 1943 “Aspectos políticos del pleno empleo”. El texto tiene apenas 8 páginas, se encuentra en Internet y no tiene desperdicio. Como es propio de los clásicos, su actualidad es absoluta, pero la fecha de redacción merece un comentario. Después de la Gran Depresión y bien avanzada la Segunda Guerra Mundial, quedaba muy claro para la economía política que el pleno empleo era alcanzable aplicando las medidas sugeridas por el estado de la ciencia. Dicho de otra manera, se sabía, precisamente por las doctrinas desarrolladas por Kalecki y Keynes, que la intervención pública a través del gasto y la inversión estatal podían llevar a la economía al pleno empleo. La pregunta que entonces se formula Kalecki es por qué una porción de la clase empresaria, que también se beneficia del crecimiento, y sus ideólogos, a los que denomina “expertos económicos”, así, entre comillas, se resisten a la expansión. La respuesta del economista polaco se divide en tres niveles:

- La resistencia a que el Estado intervenga en un problema considerado como propio por los empresarios, como es la creación de empleo.

- La resistencia a que el Estado dirija el gasto, sea a través de la inversión pública o de los subsidios al consumo.

- La “resistencia a los cambios sociales y políticos resultantes del mantenimiento del pleno empleo”.

Los dos primeros puntos son discusiones conocidas, básicamente a los empresarios no les gusta ni que el Estado intervenga en sus negocios ni que los desposeídos de medios de producción reciban ingresos que no provengan del “sudor de sus frente”. El tercer punto es el mejor aporte de Kalecki. El mantenimiento en el tiempo del pleno empleo, o niveles cercanos a él, provoca profundas transformaciones sociales y políticas. Primero, el desempleo deja de cumplir su papel disciplinador deteriorando la autoridad del empleador. Luego, aumenta el poder de negociación de los trabajadores (en rigor Kalecki no habla en 1943 de “poder de negociación”, sino de “conciencia de clase”) y junto con este poder, las demandas por aumentos salariales y mejores condiciones de trabajo (¿Nunca menos?). Los empresarios pueden defenderse de los aumentos salariales aumentando precios, lo que provoca inflación, los rentistas no. Pero queda una cuestión: Kalecki no cree que la gran motivación empresaria sea estrictamente la ganancia: “Los dirigentes empresariales aprecian más la ‘disciplina en las fábricas’ y la ‘estabilidad política’ que las ganancias. Su instinto de clase les dice que el pleno empleo duradero es poco conveniente (...) y que el desempleo forma parte integral del sistema capitalista ‘normal’”. La conclusión es que los empresarios pueden estar de acuerdo con políticas expansivas para salir de las crisis, es decir, para evitar que las crisis económicas se transformen en políticas, pero que estas políticas no pueden mantenerse en el tiempo también por razones de estabilidad política. Los ciclos no son económicos, sino económico-políticos. Una digresión local: los tres puntos o resistencias sirven también para entender por qué empresarios beneficiados por más de una década de crecimiento poblaron las mesas de 50 mil pesos el cubierto que financiarán al partido del ajuste.

Regresando al ejemplo de Brasil, las volteretas discursivas del PT aplicando ellos mismos el programa contractivo que demandan los empresarios generaron una tremenda pérdida de legitimidad de un gobierno que se reivindicaba popular. En uno de los países menos igualitarios de América latina, la mejora de las condiciones de vida, ingresos y derechos de los trabajadores que caracterizaron los primeros años irritaron a las clases dominantes tradicionales que profundizaron su odio al PT. Las clases altas fueron seguidas por el grueso de los sectores medios, quienes suelen sentirse amenazados frente el ascenso de los sectores populares. Hasta aquí la secuencia parece tradicional. Pero la particularidad brasileña fue que el ajuste estructural lo comenzó y lo profundizó el PT, lo que descolocó a las bases más militantes del partido. Dilma logró el prodigio de irritar a todos. Si a eso se le agrega que los ajustes siempre aseguran recesiones y que, además, se descubren redes de financiamiento de la política al interior de firmas controladas por el Estado y se impulsan políticas de alianzas con partidos sin ideología, tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo, la pérdida de legitimidad se vuelve total. A no confundirse, Dilma no es Evo ni es Cristina.

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