ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Leer todo lo que se escribió sobre Brasil esta semana a propósito de la visita de Lula da Silva al país denota un cierto autismo analítico, una continuidad voluntarista a prueba de hechos. Para cierto progresismo, Lula sigue siendo Gardel por las glorias del pasado. Haber sacado a millones de brasileños de la pobreza es un logro que seguramente amerita el pedestal, pero resulta imposible desconocer que su pupila, Dilma Rousseff, está aplicando, con resultados desastrosos, un nuevo ajuste ortodoxo de consecuencias impredecibles para la continuidad de su gobierno. Un ajuste que Lula defiende con fruición y que, para empezar, ya llevó a la economía a la recesión, aumentó el desempleo y deterioró todos los indicadores sociales. A pesar del esfuerzo fiscal, la confianza de los mercados que frenaría la fuga de capitales no apareció y el real se devaluó fuertemente. El único resultado cierto fue situar a la economía un piso más abajo. No es un dato nuevo, es un proceso más conocido que la ruda, dirían en el campo. Los ajustes expansivos son casos excepcionales y muy particulares, como cuando se creó la eurozona. Claro que allí existió un factor que no suele estar presente en las economías periféricas. Se estaba creando una nueva moneda de reserva mundial teniendo como respaldo a un grupo de los países más desarrollados del planeta, lo que generó una afluencia masiva de capitales. No parecen condiciones muy fáciles de reproducir, ni para Brasil, ni para Argentina. Luego está la derecha vernácula, cada vez con menos capacidad de reacción. La visión de nuestros liberales “centristas” frente al caso brasileño fue decir: “Vieron, teníamos razón”. El lector se preguntará, seguramente, en qué tenían razón. Bajo esta singular perspectiva Brasil “tuvo que hacer un ajuste” por sus excesos del pasado. Esta sería la visión sanitarista del ajuste, algo así como el ayuno después de la comilona. El detalle de que como consecuencia del ajuste hasta se perdió el ponderado Grado de Inversión parece un dato accesorio. La idea es que al final del camino de las mejoras sociales está siempre el ajuste inevitable. Si no funciona en absoluto para alcanzar los objetivos declarados no importa, porque el objetivo real de los ajustes es siempre el disciplinamiento de la mano de obra, la mejora de la competitividad vía menores salarios, lo que se consigue bajando el nivel de actividad y el empleo. No es que los ortodoxos sean brutos.
A pesar de los hechos, Lula se paseó esta semana por Argentina, encima junto a Daniel Scioli y hasta la Presidenta, hablando de las bondades del ajuste fiscal. Su discurso llegó a un primitivismo pre keynesiano. Sostuvo que él fue un trabajador durante 27 años y nunca gastó por encima de su salario, uno de los silogismos contables más elementales de la ortodoxia.
Pero más allá de las lecturas “argentinocéntricas”, ¿cuáles podrían ser las lecciones de Brasil para el presente local? ¿O las de Argentina para Brasil? Una idea muy básica: así como el ajuste fiscal produce una contracción del producto, la inversa también vale: si el producto se expande, el déficit se reduce. Si se quiere reducir el déficit, entonces hay que crecer. ¿La única manera de crecer es aumentando el gasto? En principio sí, pero también es posible hacerlo impulsando otros componentes de la demanda, como el consumo privado. Al respecto, existe para Brasil una propuesta de política económica de uno de los principales asesores de Daniel Scioli, Miguel Bein. Seguramente es un riesgo proponer políticas para terceros países, pero es probable que Bein esté hablándole al auditorio local, una manera de decir que él no es ese liberal ortodoxo imaginado por el trotskismo de cabotaje. Bein parte de reconocer que vivió “en carne propia”, allá por el 2000, el error de creer en la doctrina “del perro que se muerde la cola”, del ajuste para buscar la esquiva confianza de los mercados. Cuenta que se lo dijo personalmente a Lula. Lo que propone el asesor sciolista, en un informe que se difundirá en los próximos días, son lineamientos muy distintos a los que aplica Dilma. Empiezan por lo financiero y siguen por la demanda. Bein parte de que Brasil tiene un déficit fiscal primario, antes del pago de deuda, muy pequeño, pero dadas las altísimas tasas que paga por su deuda en moneda propia, como consecuencia de su política de metas de inflación, el déficit financiero es importante. Los intereses de la deuda son de 7 puntos de PIB, una proporción que se encuentra entre las más altas del mundo y de la que casi 6 puntos son por su deuda en reales. Vale recordar que la deuda interna brasileña ronda el 40 por ciento del PIB. En los gobiernos de Dilma la tasa Sélic prácticamente se duplicó, pasó de unos 7,25 puntos a 14,25. Como a pesar de esa tasa el real igual se devaluó, la propuesta ahora es bajar agresivamente la Sélic, lo que efectivamente desplomaría el déficit financiero y, según el especialista, tendría un efecto reactivante. A la vez no habría fuga de capitales porque ya se fugaron. En este punto sería una situación similar a la de Argentina 2002, cuando la devaluación ya se había producido. Con el actual nivel de tipo de cambio y la nueva señal de reducción del déficit financiero, los capitales hasta podrían volver. Y ya que se habla de 2002 Bein va más allá, propone mejorar no sólo el resultado financiero, sino el fiscal primario en 1,5 puntos vía retenciones “no muy altas” a las exportaciones primarias. Fuerte, pero también inevitable en un momento posdevaluatorio. Luego, como la reactivación no llega sólo por el lado de la oferta, la propuesta también incluye abaratar muy fuertemente el crédito al consumo, que hoy para los planes de 12 cuotas está en un impresionante 80 por ciento anual en un país que tiene 9,5 por ciento de inflación, una suerte de Ahora 12 brasileño. En pocas palabras, la propuesta es un programa expansivo. ¿Le gustará al banquero Joaquim Levy?.
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