Dom 15.11.2015
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ENFOQUE

La nueva grieta

› Por Claudio Scaletta

La revolución de la alegría y la buena onda que los estrategas de marketing de la Alianza PRO lograron imponer entre el electorado no politizado, ese conjunto indefinido que dio vuelta sobre la hora la elección de la provincia de Buenos Aires, invirtiendo también los ánimos políticos frente al ballottage del próximo domingo, podría terminar en amargura si el “sueño del cambio” se hiciese realidad.

Tras la incredulidad inicial por los resultados, el inmenso riesgo disparado por la posibilidad de regresar a las políticas de los lejanos 90, aunque esta vez bajo la novedad absoluta del voto popular en favor de una alianza conservadora que propone un ajuste explícito, se despertaron múltiples fuerzas comunitarias. Fuerzas que permanecían dormidas ante la certeza de continuidad en las líneas básicas del desarrollo: desde científicos y docentes a militantes de base y empresarios pyme, pasando por gente de a pie que nunca había asumido actitudes militantes. El movimiento no se manifiestó solamente como un hecho endogámico de las redes sociales, sino, por ejemplo, en los carteles de advertencia pegados en los autos, en los pequeños comercios, en las calles, en el nuevo ímpetu de multitudes intentando hacer lo que pueden desde sus lugares. El peligro cierto de retroceso en las conquistas conseguidas durante más de una década sacudió la modorra y la abulia política. El nuevo fenómeno social entraña una certeza, frente al peor escenario las fuerzas que se despertaron no volverán a dormirse el 23 de noviembre, lo que pone en el centro del debate una palabra que no reaparecía en público desde tiempos de Fernando de la Rúa: “gobernabilidad”.

Aunque una minoría enojada por cuestiones de forma o encantada por la revolución de la alegría vuelque la elección, lo que será objeto de estudio y regreso al análisis de marcos teóricos, existe un nuevo piso que la mayoría de la población considera son sus derechos, lo que establecerá un límite de alta conflictividad frente a la ilusión del ajuste ortodoxo que planean los ahora ocultados economistas de la Alianza PRO.

Efectivamente, si bien ante cada sincericidio de campaña la opción elegida por el partido de los globos amarillos fue sacar de circulación a los bocones, la historia de sus huestes y las declaraciones explícitas permite armar un cuadro de cuáles serán sus medidas principales: Los primeros pasos serán un dólar en torno de los 14 o 15 pesos, con unificación del mercado cambiario y aumento de tarifas de los servicios públicos. Estas medidas serán acompañadas por “un plan económico integral”, lo que quiere decir políticas contractivas para intentar frenar el shock inflacionario post devaluación. Los sectores populares y medios comenzarán a pagar más por las tarifas de gas, electricidad, teléfonos, colectivos y trenes. Los medios altos verán cómo se disparan las escuelas privadas y medicinas prepagas. Bajo la consigna amplia de la baja del Gasto, se afectarán jubilaciones, asignaciones universales, hospitales y universidades. El dólar más caro y la devaluación dispararan los precios de los productos básicos, retrayendo el consumo global y la actividad económica. La mayor apertura comercial reforzará la tendencia y el ajuste llegará al empleo, empezando por las empresas más chicas. Mientras tanto la burguesía nacional realmente existente, como el pope industrial Paolo Rocca, el banquero Jorge Brito o el súper sojero Gustavo Grobocopatel verán cumplidos sus sueños de Estado más chico, más mercado y menores impuestos, un conjunto que, argumentan, liberará las fuerzas productivas contenidas.

Los economistas del PRO, si bien no se desdicen del ajuste sobre el mercado cambiario y el gasto público, rechazan la secuencia descripta. Creen que si bien existirá un pequeño shock inicial, la situación podría equilibrarse más o menos rápidamente. Sería por dos vías principales. La primera es la probada e históricamente fracasada “confianza de los mercados”, razonamiento según el cual una vez producido el ajuste desaparecerán las expectativas de devaluación y, como el ahorrista sabrá que no hay restricciones, simplemente no irá a comprar divisas. A pesar del shock devaluatorio no habrá efecto posttraumático y confiará en el peso. La segunda causa, menos nebulosa, es que la confianza sería acompañada por el ingreso de capitales contantes y sonantes por varios caminos: tomar deuda financiera aprovechando la herencia de desendeudamiento, lo que a la vez supone el arreglo con los buitres, denominación ofensiva que será definitivamente borrada del lenguaje oficial y reemplazada por las más amables holdouts o fondos de cobertura. Parece broma, pero estos economistas hablan en privado de tomar paquetes de deuda de más de 30.000 millones de dólares, lo que significaría, pasado el primer año de gobierno, restar a la cuenta corriente los intereses de estos nuevos pasivos y encender velas para que Estados Unidos no suba la tasa de referencia. El segundo camino será la adquisición extranjera de los ahora devaluados y más atractivos activos locales.

El proceso de recomposición de relaciones con el capital financiero internacional marcará la vuelta de los viejos auditores, como el FMI, y un cambio de las alianzas globales, con reacomodamiento bajo el ala protectora de Estados Unidos. La protección, como es de rutina, significará contraprestaciones en materia de apertura, regalías, patentes y programas de cooperación. La economía local ya no estará “caída del mundo”.

El problema de gobernabilidad podría ser importante. No será fácil conducir el descontento. La nueva oposición distará de ser homogénea. Volarán los reproches recordando el fuego amigo durante la campaña, se multiplicarán las alianzas por la billetera entre el nuevo gobierno y los jefes territoriales, obligados a gobernar con lo que hay. Parte del kirchnerismo reagrupará sus diezmadas fuerzas en el Congreso y algunas provincias, mientras el panperonismo antikircnerista intentará pescar en río revuelto y seguir aglutinando descontentos. Ni la política, ni la economía, ni la sociedad serán mundos de armonía, la que sólo reinará en las páginas de la prensa hegemónica.

Cabe preguntarse si tras semejante cambio de escenario político, pero sobre todo de ingresos para las familias, seguirá reinando la alegría y si el líder de la nueva Alianza podrá seguir repitiendo como si nada, “todos juntos”. Más probable es que para entonces el encantamiento haya desaparecido desplazado por una grieta nueva y más potente

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