ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
El resultado de las dos votaciones buitre con las que la Alianza PRO inauguró su acción en el Poder Legislativo constituye un punto de inflexión en la economía y la política locales. Lo primero a observar es la foto de los consensos que surge del 165 a 86 en Diputados y del increíble 54 a 16 en el Senado, resultados que permiten afirmar que el país se encuentra frente a una nueva y potente hegemonía neoliberal, un régimen que desarma a pasos agigantados los derechos lentamente recuperados durante más de una década y reconstruye los mecanismos de sujeción imperial de la política económica, con simbólica visita de presidente estadounidense Barak Obama incluida. Lo segundo es que, en su avance, el nuevo régimen no encuentra barreras de contención: no enfrenta problemas de gobernabilidad ni de resistencia social, lo que deja obsoletas las afirmaciones preelectorales más ingenuas.
El Poder Legislativo, ese de las famosas listas que custodiaba a cuchillo CFK, estuvo muy lejos de ser el último bastión de la resistencia opositora y un problema para la gobernabilidad macrista. En un régimen presidencialista y centralista no hubo reparos en usar los servicios de inteligencia, la amenaza explícita y la billetera nacional para sumar los votos díscolos necesarios y, de paso, unos cuantos más.
La labilidad ideológica pejotista no fue sólo un aporte marginal, sino un síntoma del cambio de época. Es probable que el peronismo más rancio haya querido enviar una señal a la ex Presidenta para que se “horizontalice” tras la derrota del 22 de noviembre, pero parece que los rencores acumulados, esos malos consejeros, no midieron cabalmente el impacto social de semejante revancha. En paralelo, el mensaje del PJ territorial constituyó una traición al electorado que, al votar al Frente para la Victoria, había elegido la continuidad de una política de Estado que enfrentaba con soberanía la voracidad de los fondos buitre, arietes de ocasión de la dominación del poder financiero global. Una política que fue avalada además por la comunidad internacional en la súper mayoritaria votación de la ONU, ese “mundo” que la Alianza PRO intenta circunscribir a la voluntad estadounidense. La traición de quienes llegaron a sus bancas en la boleta del FpV, pero votaron con el macrismo, puede tener un efecto secundario nefasto, el de la desmovilización social por desencanto, una de las patas que, junto al disciplinamiento de los trabajadores vía recesión y desocupación, necesita todo régimen neoliberal para imponerse.
Directamente relacionada, la segunda barrera de contención que se esgrimía era la de la resistencia social; el argumento del “nunca menos”, el de una sociedad empoderada que no permitiría que se perfore el piso de derechos conseguidos. Sin embargo, a pesar de la fuerte recesión inducida en tiempo récord, con contracción del consumo, tarifazos, despidos de nunca acabar y fuerte aumento de la pobreza en 1,4 millones de personas y de la indigencia en 350 mil, la resistencia no aparece.
Ya en el cuarto mes del gobierno la sociedad parece resignada al machaque mediático según el cual todos los males serían culpa de la anterior administración la que, gracias a la magia de los medios audiovisuales, sigue contando dólares todos los días, a toda hora y en todas las pantallas. Una administración que dejó una economía en crecimiento, con bajísima desocupación y desendeudada. Si se acerca la lupa y se dan por cierto los números del Indec macrista, 2015 cerró con una expansión del PIB del 2,1 por ciento. Aquí deben hacerse notar algunos puntos relevantes. El primero es que este crecimiento se produjo en un contexto de recesión latinoamericana arrastrada por Brasil, principal socio industrial. El segundo punto surge del desglose sectorial y es la evidencia de la afirmación falaz según la cual el sector agropecuario se encontraba en estado agónico y, en consecuencia, necesitaba urgente de las multimillonarias transferencias implícitas en la megadevaluación y la eliminación de retenciones. El año pasado el agro creció un significativo 6,1 por ciento, es decir a tasas chinas con retenciones y dólar oficial por debajo de los 10 pesos. De cerca en la expansión le siguió la Construcción, con 5 por ciento, empujada por la obra pública y el Procrear, una actividad con gran efecto multiplicador. El único dato negativo fue la industria, que cayó 1 por ciento debido a su alta vinculación con Brasil, donde la actividad se desplomó. La síntesis de estos números es que las políticas contracíclicas y de protección del mercado interno frente al ciclo externo negativo durante 2015 dieron acabadamente sus frutos. Una conclusión provisoria es que en el horizonte cercano no hay estallido social con helicóptero frente al súper ajuste por una razón muy sencilla: el kirchnerismo dejó mucho resto para seguir apretando y será necesario mucho más ajuste para llegar al deterioro social de, por ejemplo, 2001.
En contrapartida a lo sucedido en 2015 el análisis más elemental permite vislumbrar un escenario sombrío para 2016. Sucede que la caída del ciclo externo se profundizó. Esta semana se conoció que en el bimestre enero-febrero la industria brasileña cayó un impresionante 11,8 por ciento interanual. Frente a un Estado local ausente puede esperarse que el impacto en el sector industrial argentino será muy fuerte; como ya empezó a notarse en los sectores automotor y metalmecánica. Si a eso se le suma la caída del consumo agravada por del programa de ajustes tarifarios de shock y un Estado que contrae el Gasto en la fase más negativa del ciclo, la caída del PIB local se contará entre las más grandes de las últimas décadas. Y hasta aquí no se habló de la inflación. Distintas consultoras calcularon, para las dos tandas de ajustes, un impacto inflacionario adicional de más de 6 puntos; 2 puntos para la primera tanda sobre las tarifas eléctricas y más de 4 para la segunda sobre el gas, agua, transporte, naftas y educación.
La caída del PIB, entonces, no será por los desajustes del anterior gobierno, ni siquiera por la mala teoría de los ocupantes de las áreas económicas del nuevo gobierno, sino por decisión política. Por ortodoxo o torpe que sea un economista no puede desconocer las relaciones causa-efecto más elementales. Lo que existe es una voluntad política de inducir una recesión para conseguir el disciplinamiento social que demanda la restauración neoliberal. El desaforado endeudamiento externo habilitado por el Congreso abrió también el espacio para una nueva secuela de condicionamientos del poder financiero global sobre las decisiones de política económica interna. Ya el Presupuesto 2017 deberá incluir una nueva y mucho más pesada carga de intereses para la renovada y creciente deuda en divisas. Ello ocurre justo cuando la carga comenzaba a volverse irrelevante en relación al Producto y podía comenzar a soñarse con el desarrollo autónomo. Pero a no desesperar, para los amantes de la armonía existe algún consuelo: el cambio de régimen volvió a alinear el poder político con el económico, tanto local como hemisférico. La anomalía kirchnerista terminó y en el horizonte cercano no aparecen señales de rupturas.
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