ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Desde el campo popular, contar lo que pasa e interpretar los hechos se transformó en la triste rutina de recorrer un listado de calamidades, en la confirmación de las predicciones de manual provocadas por cualquier restauración neoliberal: la contracción de los salarios, del consumo, de la actividad y del empleo, el cierre de empresas, las transferencias hacia los más ricos, los aumentos del endeudamiento con salida de capitales y el alineamiento con Estados Unidos. No existe un solo hecho de la nueva realidad económica que escape al panorama que se trazó durante la campaña electoral, aunque supuestamente la sociedad votó un cambio de otra naturaleza, como mínimo menos brutal.
Pero la realidad no es la prevista. Las transformaciones se producen a una velocidad mucho mayor a la esperada. Poniendo la culpa de los errores de predicción en otra parte, puede decirse que la desviación sobre lo previsto respondió a que la política es más difícil de prever que la economía. La predicción política indicaba que las medidas más impopulares de la Alianza PRO, como el pago sin chistar a los buitres y el inicio del desfinanciamiento del sistema previsional, enfrentarían fuertes resistencias por su condición de minoría legislativa. El diagnóstico adoleció de dos falencias graves: Haber considerado a las fuerzas del FpV como un partido homogéneo, alineado a una ideología no necesariamente “kirchnerista” pero por lo menos antineoliberal, y la capacidad demostrada por Cambiemos para alinear a los poderes territoriales con muñeca política y la caja del Estado. El primer dato fue una sobreestimación de la fuerza propia, el segundo una subestimación del adversario. Ambos factores permitieron a la Alianza PRO avanzar como si fuese la representación de una mayoría histórica y no un gobierno que se impuso por un puñado de votos. Por eso, y esta es la peor noticia, cabe preguntarse si las nuevas mayorías que Cambiemos construye cotidianamente en el Poder Legislativo no son en realidad la expresión de un nuevo bloque histórico que, saltando la anomalía kirchnerista, consolida el cambio ideológico iniciado en 1976. La hipótesis es perturbadora y deposita en el largo plazo la añoranza del “vamos a volver”. Y en el peor de los escenarios abre el espacio para un nuevo bipartidismo de derecha.
Sin patear la pelota afuera, existe una segunda autocrítica. Se trata de las explicaciones puramente económicas de las transformaciones políticas producidas en especial a partir de 2011. El segundo gobierno de CFK coincidió con la post crisis internacional, el fin del súperciclo de las commodities y la reaparición de la restricción externa como resultado esperable de un crecimiento sostenido, pero con bajo desarrollo. Sin avanzar sobre la integralidad de los errores del segundo mandato, en buena parte resultados del ciclo de 12 años, vale recordar que la pérdida relativa de apoyo popular se explicó muchas veces por pequeños cambios en el comportamiento de algunas variables, como la inflación, el empleo, la demora en aumentar el mínimo no imponible de Ganancias o el freno relativo de la economía en la post devaluación de 2014.
La idea general era que se habían mejorado las condiciones de vida de las mayorías, pero que los beneficiados eran de memoria corta y, por lo tanto, resultaban especialmente sensibles a pequeños cambios de sensación térmica: la sensación de que todo era más caro en el supermercado a pesar de que los ingresos, salvo en períodos acotados, crecían manteniendo o incluso incrementando el poder adquisitivo, o la sensación de que vía Ganancias el Estado se quedaba con una tajada demasiado grande de las mejoras conseguidas por exclusivo mérito propio. Parece hasta utópico que hace apenas un año la discusión económica era como avanzar hacia aquello de lo que “el proyecto” nunca se había ocupado: el diseño de un plan de desarrollo. De hecho la campaña de Daniel Scioli enfatizó en esta idea hoy desaparecida del discurso público.
Si la línea ascendente del Producto y los ingresos avanzó sin fisuras la mayor parte del tiempo desde 2003, parecía muy lógico que el humor social, y por lo tanto los votos, cambien ante los sobresaltos en el avance a partir de 2012. El triunfo de la Alianza PRO fue leído en clave similar: los insaciables sectores que mejoraron sus condiciones querían más y apostaban por la salida individual olvidando a sus aliados de penurias del pasado. Que el voto de muchos de los más pobres engrosara los resultados electorales de Cambiemos fue el primer shock. Sin embargo, lo sucedido en el primer medio año del gobierno del hijo de Franco Macri resulta aún más sorprendente. En seis meses se indujo una verdadera recesión. La caída anualizada del segundo trimestre alcanza el 6 por ciento. La inflación se disparó por encima del 40, pero acompañada con el notable retraso de la recomposición salarial en paritarias. La caída del ingreso real de los trabajadores formales ya oscila entre el 10 y el 20 por ciento, pero es mucho más fuerte entre los informales. Contra todo lo prometido, el Impuesto a las Ganancias afecta a más asalariados, no a menos. Los ajustes tarifarios, que había provocado explosivas tapas de diarios cuando en 2012 se intentaron tibios ajustes, alcanzaron ribetes de espectacularidad con aumentos que agregaron ceros a las facturas y cuyos efectos sobre las pequeñas y medianas industrias y comercios son todavía impredecibles en términos de desaparición de firmas y contracción económica.
Si entonces se aplica la misma lógica usada en el segundo gobierno de CFK para analizar la relación entre cambios económicos y apoyo popular, estas profundas transformaciones en desmedro de los trabajadores deberían haber provocado no sólo una significativa pérdida de popularidad a la actual administración, sino una reacción a gran escala. Por el contrario, más de la mitad de la población continúa apoyando sin fisuras al nuevo gobierno, culpa de la situación presente al gobierno anterior, y espera una pronta mejora de la situación, predicción voluntarista que no se sustenta en la evolución de ninguna de las variables macroeconómicas.
Y si el problema era la corrupción, la vara es doble. La opinión pública parece hoy indiferente, no ya a intangibles como la incompatibilidad ética de los CEO regulando sectores de los que hasta ayer eran parte o el grueso de los ministros con sus dineros en el exterior, sino que hasta altísimos cargos del Estado sean ocupados por sujetos que litigaron contra el Estado nacional en los juzgados de Nueva York, es decir que son buitres, o que acusaron a la Argentina en el CIADI, el tribunal arbitral bombero del Banco Mundial. Incluso pasó desapercibido que el ministro de Hacienda y Finanzas pida perdón a los capitales españoles que vaciaron Aerolíneas Argentinas y se enriquecieron a costa del empobrecimiento energético local.
O la teoría estaba mal antes o está mal ahora.
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