ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Los economistas del régimen son criticados por sus predicciones falsas, un verdadero clásico que en principio pondría en tensión a la mismísima teoría que sustenta los augurios. Sin embargo, aunque necesaria, se trata de una crítica superficial. El objetivo de estos economistas no son las predicciones correctas, sino la creación de expectativas. No debe olvidarse que la economía es una ciencia, pero que el grueso de los economistas no trabaja de científicos, sino de ideólogos. No son todos tontos. Conocen las relaciones causa-efecto, pero al mejor estilo Groucho Marx, adaptan sus principios teóricos a la coyuntura. El problema del presente es que se volvió algo absurdo.
Si a principios del gobierno de la Alianza PRO se necesitaba justificar las transferencias a exportadores, banqueros, multinacionales y buitres, el discurso abundaba en la necesidad de recomponer rentabilidades relativas, mejorar los costos de las empresas, eliminar aranceles, bajar impuestos y despejar las dudas del poder financiero global frente al “defaulteador recalcitrante”, un discurso ofertista a full complementado con un monetarismo infanto-contable desde el Banco Central. Ahora, cuando lo que se necesita es explicar la inminencia de la pronta recuperación, se recurre nuevamente a los componentes de la demanda. Se habla de los salarios nuevos, de la recuperación de la obra pública y de no ponerse talibanes con eso de la expansión del gasto y el déficit.
Un díscolo podría afirmar que es una lástima no haberse acordado de la demanda seis meses antes, cuando todas las consultoras de la city, y “todas” significa todas, escribían sobre la necesidad de pasar el mal trago del primer semestre para esperar las maravillas del segundo. Pero la recuperación no sucedió, ni va a suceder con los datos del presente, pues los nuevos salarios post paritarias están por debajo de la inflación, mientras que el gasto y la inversión pública no alcanzarán para compensar el desplome del consumo y el estancamiento de las exportaciones y la inversión privada. No es que los economistas profesionales desconozcan estas proporciones de la ecuación macroeconómica básica, sino que ganan tiempo entreteniendo al auditorio mientras continúan las potentes transferencias de riqueza entre clases sociales y sectores.
Pero los economistas no están solos. La clase política acompaña. Los tarifazos fueron una muestra triste de que la población más afectada por el ajuste se encuentra huérfana de representación. Con las cacerolas desprestigiadas, el “ruidazo” de esta semana mostró un descontento profundo, policlasista y federal, que no fue encabezada ni por la dirigencia política ni por la sindical. La torpeza técnica y política de la Alianza PRO fue inconmensurable, pero no existió una oposición capaz de liderar y capitalizar el descontento. Mirando solamente al peronismo se destacan dos datos fuertes; mientras CFK sigue haciendo esperar a sus fieles, en el polo opuesto y entre quienes votaron todas las leyes que consolidaron el cambio de régimen, se rearma una suerte de justicialismo del círculo rojo. Aunque el pueblo despertó de su pasividad ante el ajuste a fuerza de pérdida de bienestar, no sucede lo mismo con la dirigencia política y gremial, que sigue enfrascada en sus internas.
Luego existe también una segunda interna, por ahora menos visible, y es al interior de las clases dominantes, parte de la cual estaba dispuesta a algunos meses de recesión si la compensación era el ajuste de salarios y un Estado menos intrusivo, pero que ahora advierte que las perdidas pueden volverse mayores que las ganancias y, lo que es peor, extenderse en el tiempo. Las señales ya son claras, al interior de la burguesía habrá ganadores y perdedores. De un lado parecen estar las multinacionales, bancos y algunas empresas de servicios, del otro la industria local y el comercio más vinculado al mercado interno.
La reacción popular también comienza a marcarle límites al discurso mediático que enfatiza la corrupción y la pesada herencia. Limar al adversario puede ser útil para sacarlo del poder, pero bastante menos para gobernar, sobre todo si no se tienen resultados superadores para mostrar. La campaña seguirá, pero menguará progresivamente su efectividad. Y hasta podría volverse en contra a medida que se revelen más datos vinculados a empresas y cuentas offshore de los principales funcionarios, más los nuevos negocios que en los últimos meses se realizaron con el dedo del Estado y que favorecieron a empresas y contratistas cercanos al gobierno. El control del sector público no parece ser el lugar ideal para tirar la primera piedra. Solo un éxito tan inesperado como poco probable de la Alianza PRO podría calmar estas aguas turbulentas.
Como dato complementario aparecen los números del nuevo Indec, los que se empeñan en reafirmar que al final del gobierno anterior las cosas no estaban tan mal como se insiste en el discurso. Esta semana, por ejemplo, se publicó la revisión de los datos de empleo, los que no sólo trajeron sorpresas sobre el pasado, sino también sobre el presente. Si se toman los 12 años kirchneristas el crecimiento de puestos de trabajo fue del 58 por ciento: 2,4 millones de nuevos empleos registrados. Durante el período el número de empresas creció en 154.000, el 36 por ciento. Es verdad que a partir de la crisis internacional de 2009, a la que se sumó la reaparición de la restricción externa a partir de 2011, la expansión económica se frenó. Sin embargo, entre 2010 y 2015 se crearon 600.000 puestos de trabajo registrado, de los que casi 175.000 corresponden a 2015, un crecimiento interanual del 2,7 por ciento, lo que habla por sí sólo del estado de la economía recibida por la Alianza PRO.
Sobre el presente, en tanto, se publicaron las cifras correspondientes al primer trimestre, las que extrañamente muestran un crecimiento interanual del 1,2 por ciento que se corregirá con el correr del año. La paradoja está en el análisis sectorial. La dimensión predecible fue la fuerte caída del 6,7 por ciento del empleo en la construcción, resultado casi exclusivo de la mala ejecución presupuestaria. La dimensión menos previsible fue que los otros dos sectores expulsores de empleo fueron el agropecuario, con una importante contracción del 4,7 por ciento, y la minería, con una baja del 4,2 por ciento. Se trata, precisamente, de los dos sectores más beneficiados impositivamente vía la eliminación parcial y total, respectivamente, de los aranceles de exportación, una muestra cabal del derrame que provocan las transferencias a los más ricos y de la insustentabilidad social de largo plazo del nuevo régimen.
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